El reloj en la pared del restaurante marcaba las 9:45. Ella lo observaba constantemente, siguiendo el avance de las manecillas que, con su tic-tac persistente, marcaban el paso de los minutos: tic-tac, tic-tac, tic-tac.
El tiempo parecía arrastrarse, y su ansia por la hora de salida aumentaba con cada segundo. Finalmente, a las 10:00, respiró aliviada, recogió sus pertenencias y salió del restaurante. El día había sido largo y agotador, y su única meta era llegar a casa y descansar. Caminó hasta la parada de autobuses, esperando algún transporte que la llevara a casa.
Sin embargo, no había señales de taxis o autobuses. Exhausta, consultó su reloj de bolsillo.
10:46.
—Estos tacones me están matando —murmuró—. Para empeorar las cosas, voy a tener que caminar a casa. Será mejor irme ahora; cuanto antes empiece, antes llegaré.
Comenzó a caminar por las solitarias calles de Venecia. Era extraño no encontrar mucha gente. —Quizás todos están en casa ya —pensó, tratando de encontrar una explicación para la falta de personas en las calles. —¿Todas al mismo tiempo?
Después de recorrer una distancia considerable, decidió tomar un atajo en lugar del camino largo que solía seguir. La calle a la que se adentró era amplia pero desolada. Un escalofrío recorrió su cuerpo y, con algo de temor, avanzó. La calle tenía un aire tenebroso, especialmente debido a la escasa iluminación. La mayoría de las lámparas estaban fundidas; solo una permanecía encendida, pero no era suficiente para iluminar todo el espacio.
Mientras caminaba, se mantenía alerta, observando su entorno. El silencio era tan absoluto que solo podía escuchar el eco de sus propios tacones.
Tack, tack, tack.
De repente, le pareció oír pisadas que acompañaban las suyas. Se detuvo y miró a su alrededor, pero no vio nada fuera de lo común. A pesar de su esfuerzo por calmarse, las pisadas se reanudaron, cada vez más cerca. Se detuvo nuevamente y miró hacia atrás. No había nada.
—Tranquila, Deane. Seguramente solo estás imaginando cosas... No hay por qué preocuparse —se dijo a sí misma, intentando reír para calmar los nervios.
Aceleró el paso, pero de repente sintió una fuerza que la tomó por los hombros y la arrastró hacia atrás, haciéndola chocar contra la pared. Levantó la vista y vio a un hombre grande frente a ella, con una capucha que le ocultaba el rostro.
—¿Q-quién eres? —preguntó, temblando de miedo.
—Hola, linda —respondió el hombre con una voz suave pero amenazante.
—¿Qué es lo que quieres? —desafió, a pesar de que su voz traicionaba su temor.
—Mmm, buena pregunta. ¿Qué es lo que quiero? —dijo con una sonrisa apenas visible bajo la capucha—.Busco diversión preciosa, y adivina quién me la dará.
Le dio una patada en los genitales. El hombre cayó al suelo, tratando de aliviar el dolor, y ella corrió lo más rápido que le permitían los tacones.
—¡Maldita perra! —gritó él, intentando levantarse para seguirla.
De nuevo, miró hacia atrás, pero tropezó con una piedra en el camino. Cayó al suelo, raspándose los codos y las rodillas, que como acto seguido comenzaron a sangrar.
—¡Mierda!
Mientras tanto...
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —comentó un hombre desde la distancia, observando la escena con calma y paciencia—. Dos de mis presas favoritas jugando a las atrapadas.
—Eres bastante escurridiza, maldita —dijo mientras se acercaba lentamente a la chica—, pero no lo suficiente para escapar de mí.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó la chica, visiblemente alterada.
—¿Acaso no te lo he dicho antes? ¿Eres sorda o simplemente idiota? —respondió el hombre mientras se abalanzaba sobre ella, rasgando su camisa.
—¡NO, POR FAVOR! ¡¡¡DÉJAME IR!!! —gritó, tratando de pedir ayuda, pero él le tapó la boca con una mano y la otra recorría sus piernas.
—¡CÁLLATE, PERRA! —la golpeó fuertemente en la mejilla.
A pesar de estar en el suelo, la chica forcejeaba y trataba de liberarse, pero todos sus intentos eran en vano. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras él la tocaba de manera violenta. Sus intentos de gritar y forcejear no tenían éxito, ya que no había nadie cerca que pudiera escucharla, salvo una figura que observaba desde la distancia y se acercaba sigilosamente.
Finalmente, alguien apareció de entre las sombras, tomando al agresor por el brazo con una fuerza sorprendente y arrojándolo al suelo con un impacto seco. El hombre caído se quejó de dolor y giró la cabeza, solo para encontrarse con una figura dominante que estaba de pie sobre él. Este nuevo sujeto, imponente y enigmático, lo observaba con una intensidad heladora.
El hombre que se había erigido como salvador era impresionante en su presencia. Vestía un traje oscuro que parecía absorber la poca luz que había en el entorno. Sus ojos, de un carmín profundo, brillaban con un resplandor sobrenatural. Había algo inquietante en su mirada; no solo era la dureza en su expresión, sino también la manera en que sus ojos parecían casi brillar con una luz propia, como si estuvieran a punto de incendiarse. Cada movimiento suyo era calculado y elegante, como si estuviera en completa armonía con la oscuridad que lo rodeaba.
A pesar de la penumbra, los detalles de su rostro eran nítidos. Tenía una mandíbula firme y unos pómulos altos que acentuaban su aura de autoridad. Su cabello oscuro caía en ondas ordenadas, pero el foco principal estaba en sus ojos: profundos y llenos de una emoción oscura que podía transmitir miedo y fascinación en igual medida. La atmósfera se cargó de una tensión palpable, y el agresor, aún en el suelo, pudo sentir el peso de la mirada de aquel hombre, que parecía atravesarlo con su simple presencia.
Era evidente que este nuevo actor en la escena no era simplemente un observador; su postura, su mirada y su aura indicaban que estaba aquí para imponer su propia forma de justicia, y el agresor no era más que un intruso en su dominio.
Continuara....
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Besos de Color Carmín
Vampire¿Quien es esta persona? ¿Puede un vampiro, con su naturaleza inmortal y su sed de sangre, encontrar redención a través del amor humano? ¿Puede una humana, enfrentándose al mundo oscuro y peligroso de los vampiros, encontrar su propia fuerza y valor...