Ganah, 1791.
—Gracias, su majestad, por haber aceptado verme y de esta forma secreta cuando le expresé mi temor por mi seguridad. Es un honor para mí estar ante usted.
Darcy Al-fallet, el décimo rey de Ganah, sentado elegantemente en la cabecera de una mesa, ubicada en una estancia de reuniones de una posada alejada de la ciudad, estudió al fornido hombre rubio, de facciones duras y una cicatriz surcando su cara, ataviado con abrigo de piel, quien le hacía una excesiva reverencia en ese momento. Se trataba del príncipe Harold del reino de Siam, quien desde hacía meses había le mandado a sus emisarios a Ganah, rogando una audiencia con él, pero solo hasta hoy Darcy le había concedido verlo en este encuentro secreto concertado, puesto que en su última carta Harold le decía que tenía pruebas contundentes de la culpabilidad del rey William Bowes-Teck quinto, en el atentado que sufrió su hijo en el país de este susodicho, cuando habían ido el año pasado a participar de justas.
—No tiene que agradecer...—le respondió Darcy, extendiendo la mano haciéndole un gesto para que se sentara en alguno de los tres puestos que sobraban de la mesa, de aquella estancia iluminada por velas. —Lo he recibido porque me interesa que explique más, sobre lo que argumentó en su última carta. Así que lo escuchó. ¿Cuáles son esas pruebas que tiene que delatan la culpabilidad de William V en el atentado de mi hijo?
Darcy vio al hombre asentir, antes que se sacara de debajo de su abrigo lo que parecía ser un conjunto de cartas, amarradas con una cinta negra.
—Estas son las pruebas, su majestad—dijo el príncipe Harold extendiendo las cartas que tomó uno de los tres hombres que Darcy tenía detrás, acompañándolo, ya que su seguridad cuidaba todo lo que él tocaba, cuando las situaciones parecían sospechosas. —Son cartas breves que el rey William le mandaba al conde Alfred (último al que traicionó y echó toda la culpa para salvar su pellejo, cuando el vaticano fue a investigarlo por los crímenes de los que usted lo acusó). En los escritos se ve que ambos confabulaban sobre como querían tomar su reino, aprovechando que usted y sus hijos estaban en Baulgrana y serian presa fácil para matarlos para luego penetrar acá, estando su madre y su hijo más pequeño, solos en este reino. —agregó el príncipe cuando Darcy ya abría una carta, que tenía una letra parecida a la de William V, misma que tan bien conocía.
La carta decía así:
"Ese imbécil de Héctor me está dejando en vergüenza en la justa, lo que se está buscando es que le adelante el final que le tenía planeado"
Darcy sintiendo repugnancia de lo leído, pensó que esto podría explicar lo ilógico que le había parecido que William pareciese atacar a su hijo por impulsividad en la justa, exponiéndose frente a todos, si de verdad tenía planes estudiados de matarlos. Así que según esto, por siempre tuvo el plan solo que adelantó el ataque a Héctor, por haber sido avergonzado en las justas.
Sintiendo un dolor en la nuca por la tensión que lo había atormentado desde que Héctor estaba en cama, abrió una carta y continuó leyendo:
"La princesa Helena está deliciosa, quizá la cojamos entre todos en una orgia, antes de que la matemos"
Darcy ante esto, tuvo que respirar hondo para recuperar su autocontrol, entonces indagó, tratando que no se notara su turbación:
—Necesito saber cómo consiguió estas cartas, Harold. ¿Quién se las dio?
—El propio primo de William: Reynald Bowes-teck, el conde de Ambrose, quien está aquí ahora mismo esperando mi llamado en una habitación del lugar para hablar con usted—contestó el príncipe Harold e inclinando la cabeza con reverencia, agregó:— Eso si usted lo permite, por su puesto.
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La prisionera del rey LIBRO 2.5 Lucha de reinos (CAPITULOS DE MUESTRA)
Ficción históricaEl deseo de venganza de Darcy, hacia William V, se renueva cuando recibe nuevas pruebas de la culpabilidad del mismo en el atentado de su hijo, pero su decisión de aceptar la alianza que le propone el príncipe Harold para destruir a William, la toma...