La prisionera del rey LIBRO 2.5 Lucha de reinos (CAPITULOS DE MUESTRA)

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Baulgrana

(Varios días más tarde)

—¡MALDITO VIEJO, INFELIZ! ¡MALDITO MIL VECES! —escuchó desde el pasillo Beatriz Bowes Teck, la reina madre de Baulgrana, que su hijo bramaba dentro de su oficina, dándose ella cuenta de inmediato que algo grave estaba sucediendo, antes de que alguien le dijese nada, ya que William hasta había solicitado su presencia. Entonces, soltando un suspiro largo, se preparó para escuchar las malas noticias de las cuales la pondría al tanto, seguramente y luego de que los guardias de su hijo le abriesen las puertas dobles de la entrada de la oficina de él, se adentró a la estancia donde su hijo estaba reunido con los hombres a quienes les estuvo gritando, mismos que eran dos soldados de alto rango de su ejército, quienes seguro le habían traído las noticias que lo tenían así; y sus dos consejeros ministros; todos con cara de tragedia, mientras William en la suya, tenía reflejada la cólera, estando ahora mismo tras su escritorio, golpeando las palmas sobre el mismo, donde reposaba un mapa, con remarcaciones.

Su hijo siempre había sido aterrorizador para otros hombres, ya que tenía un temperamento agresivo; fuerte musculatura y casi dos metros de altura. Y todavía por muchos era considerado un hombre terrible y sin sentimientos, pero Beatriz, quien lo conocía mejor, sabía que debajo de toda esa peligrosidad que mostraba al mundo, había un ser bondadoso, que ahora mismo más que furia, debía sentir temor, por alguna situación de desventaja que seguramente enfrentaba el reino.

—¿Me mandaste a llamar? —dijo Beatriz a William, luego que los hombres de la sala, la saludaran con respeto, haciéndole una reverencia, mientras su hijo le había dado los buenos días, al verle.

—Si madre, siéntate...—le respondió William a la pregunta cambiando totalmente su tono de voz a uno más dulce, que el que había empleado a sus hombres—Vayan a preparar todo para mi marcha, que nos iremos al amanecer—agregó su hijo, despachando a los soldados y a sus ministros de la sala, mientras Beatriz sintió que su corazón se alteraba de pánico al oír esto, tanto que cuando se quedaron solos, no se aguantó y preguntó:

—¿Saldrás de contienda?

—Sí. —respondió William desganado, volviendo a sentarse—Harold tomó los tres pueblos que le había quitado, volviendo a apoderarse del canal fluvial y de dos pueblos más, pertenecientes a Baulgrana. —contó sirviéndose en un vaso de una copa del licor que tenía en la mesa—Tengo que ir con más hombres a detenerle la charada a ese imbécil y recuperar lo que ha tomado, ya que ha sido un fracaso estrepitoso la defensa que implementaron los hombres que tenía cuidando allá. Por eso te mandé a llamar, para avisarte, ya que quedarás con la regencia del reino. Ya los ministros traerán los papeles para que firmemos y quede todo bien estipulado, que tu mandarás este palacio cuando no esté.

«Cuando no esté..."», esas hicieron sentir nerviosa a Beatriz, quien preguntó:

—Pero William ¿Cómo es posible que el príncipe haya podido lograr esa hazaña, si según sé, el número de hombres que él tiene es menor al que tú tenías en las fronteras?

—Ya no.—respondió William con profunda amargura—Consiguió la alianza con el viejo Darcy y ahora su ejército de ochocientos hombres, suma una cifra de cinco mil, por eso destrozaron al mío, en pocos días. —puso al tanto William, haciéndola abrir la boca impactada. Entonces entendió de inmediato a quien estuvo maldiciendo William, cuando lo había escuchado gritar desde fuera. Darcy se había aliado con Harold. Los temores más grandes de William, ella, los consejeros, se habían hecho realidad. ¡Estaban en una posición de terrible desventaja con esa alianza, santo dios!