Malas noticias

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Escuchó a un cuervo graznar así que se detuvo mirando hacia arriba antes de comenzar a regresar con un trote cómodo. Su parte de cazador lamentaba no haber sido él quien lo encontró, pero su parte humana se sentía aliviada de que lo hubiesen hallado tan rápido. Entró en la casa cambiando a humano para vestirse.



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—¿Dónde estaba? —le preguntó a Nalbrek en cuanto entró.

—En un prado cercano —contestó este cambiando también a humano, así que le tendió la ropa—. Se dirigía a un grupo de conejos salvajes.

—¿Otra vez? —Nalbrek asintió—. Hicimos bien en ponerle esos cascabeles. Al acercarse la primavera, se están volviendo más activos.

—Su madre y los demás se quejaron, ya que los ponen en peligro, pero gracias a eso, las últimas cinco veces que escaparon, pudimos encontrarlos con rapidez.

—Son dieciocho gazapos y todos ellos muy escurridizos, todos los días se escapa alguno, sobre todo porque los que se pueden transformar en humanos, solo lo hacen para abrir la puerta y salir.

—Al menos pueden cambiar —replicó él—. El problema es que son solo tres y de la segunda camada. Espero que alguno pueda evolucionar más ahora que la primera camada está perdida y todos se centran en la segunda.

—Hay una cuarta gazapa que lo hace a veces, pero eso, lejos de ayudar, lo hace más complicado ya que está empezado a pasar a la zona de los machos para copular.

—¿Qué ha dicho Baem?

—Están acondicionando una segunda cueva para poder dividir a machos y hembras y todos los días se les da hierbas para evitar embarazos. Nadie quiere ese tipo de sorpresas.

—Esto es una locura y el que Karima siga quejándose, lo es aún más.

—No se tomó muy bien cuando le dijeron que tenía que duplicar la cantidad de comida para sus hijos —asintió Nalbrek.

—Desde luego, ¿qué esperaba? Por su culpa sus hijos ya son adultos a pesar de que apenas tienen un año. Si fuesen humanos, estarían intentando ponerse de pie, no buscando procrear.

—Esos niños ni siquiera pueden salir de la cueva por el riesgo que supone. Han nacido para vivir recluidos y todo por unos padres irresponsables. Pero no podemos hacer nada. Si nosotros no tomásemos medidas, la situación iría a peor.

—Cierto. No quiero ni pensar en lo que pasaría si empezasen a cruzarse con los conejos silvestres o entre ellos. No quiero ver aberraciones así.

—Nadie quiere ver aberraciones —asintió Nalbrek en voz baja—. ¿Sabes algo de Hilmar?

—Desde que ese pájaro trajo noticias hace cuatro días, no —le explicó.

—Me alegra que sus abuelos lo hayan aceptado como parte de su clan y que se esté adaptando.

Cambiantes Libro II. Vínculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora