El destino de las parejas

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A pesar de que Hilmar se marchó poco después de su charla en la muralla, no pudo ver a Nalbrek hasta casi media tarde, pasando el tiempo curioseando por la ciudad, metiéndose dónde no debía, esquivando lobos más o menos molestos y, al final, en aquella habitación mirando los cuadros. Tantos lobos a los que se les robó la libertad, la vida, siendo obligados a servir a alguien por el bien de la manada, a tener hijos por el bien de la manada. La manada, se rio. Una mala excusa de unos viejos alfas para imponer sus deseos a los demás.

—¿Por fin te han dejado libre? —le preguntó sin volverse cuando lo sintió en la puerta.

—Siempre había uno más —le explicó su pareja, cansado.

—Nalbrek, ¿y si regresamos?

—¿Regresar?

—Nunca me han gustado los lobos y cuando Hilmar regresó después de su estancia aquí, me gustaron aún menos, pero ahora... Ni siquiera lo que Andros y tú me dijisteis me había preparado para esto. No quiero seguir aquí.

—Antes de irnos, quiero ver a mi madre —negó.

—Nalbrek, estar aquí es peligroso. En realidad, mi presencia aquí no sirve de nada, lo sabes tan bien como yo.

—¿Acaso no eres tú el que siempre dice que eres mi compañero y que no necesito preocuparme por ti porque sabes cuidarte?

—Y es cierto —contestó molesto—. Pero eso no cambia el hecho de que, en caso de que tengamos problemas, nos matarán. Marchémonos.

—Cuando crucé esas puertas, me puse un límite de cinco días antes de irme, hoy es solo el segundo día. ¿No podrías esperar?

—Está bien —aceptó a regañadientes—. Tan solo prométeme que, si notas algo, nos iremos de inmediato.

—Desde luego —asintió mirando el cuadro de Gerna.

—¿Te han dicho ya cuándo podrás ir a ver a tu madre?

—Me han dicho que pronto.

—Genial. Esos inútiles no hacen sino darte largas. ¿Vamos a la habitación?

—Me he escapado un momento, pero dentro de poco vendrán a buscarme. Me van mostrando como una mercancía, creo que, en el fondo, están decidiendo quién se quedará conmigo.

—Pues recuérdales que tú ya tienes pareja: yo. Y que, si se atreven a intentar hacerte algo, morderé sus gordos culos de alfa.

—Lo haré —accedió Nalbrek divertido——. No hay nada más aterrador que un zorro enfadado.

—Desde luego, los zorros defendemos a nuestras familias —le recordó hinchándose con orgullo, por desgracia, por más que intentase aparentar ser grande, un metro setenta y dos no podía competir con el uno noventa de aquel idiota—. Y ahora ven —le pidió comenzando a quitarse la ropa.

—Ya te he dicho que no hay tiempo para eso.

—Oye, si quieres hacerlo, dímelo, pero deja de pretender que solo podemos quitarnos la ropa para copular —le advirtió deteniéndose—. ¿Quieres hacerlo o no? —le preguntó serio.

—Sí, pero no hay tiempo.

—Pues entonces quítate la ropa y ven aquí. Ambos estamos inquietos y un poco de contacto físico nos ayudará —lo azuzó terminando de quitarse la ropa antes de cambiar a zorro para tumbarse sobre la polvorienta alfombra y, al poco, Nalbrek se transformó también tumbándose a su lado con la cabeza sobre su lomo—. ¿Los planes para esta noche?

—Habrá una cena para presentarme a la ciudad, es decir, a las cinco familias. Solo los miembros más importantes, así que se están preparando como unos seis salones.

Cambiantes Libro II. Vínculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora