Antes de entrar

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Miró la impresionante ciudad de los lobos mientras se acercaban.

En su viaje, pasaron por varios pueblos, la mayoría mucho más grandes que su pequeño pueblo en las montañas, por lo que supuso que no habría tanta diferencia entre estos y su destino, ya que ¿qué era una ciudad sino un pueblo grande? Pero se había equivocado. La ciudad estaba construida en la base de un precipicio en la montaña aprovechando la forma natural de la pared para hacer las casas, por lo que las calles serpenteaban por la pared frente a casas hechas aprovechando las cuevas naturales, destacando la madera de las puertas y ventanas contra el gris de la piedra. Y, al contrario de lo que se podía pensar, aquella combinación se veía lujosa. Las casas parecían grandes, muy grandes, incluso cuando pensaba que dentro de ellas vivían clanes enteros con los lobos que los servían, seguían siendo demasiado grande.

Además, lo que él podía ver era la parte de la ciudad construida en la montaña, pero el resto estaba oculto por una muralla hecha con troncos de árbol perfectamente alineados y a cuya puerta abierta se llegaba después de bajar el camino que ellos estaban recorriendo, hasta el fondo del valle y era necesario cruzar un río para llegar al sendero que subía hasta allí. Ahora entendía por qué los pueblos más cercanos estaban al otro lado de la colina y es que aquella garganta era demasiado estrecha y escarpada para que existiese algo más que la ciudad. Un lugar perfecto para construir un asentamiento ya que el único acceso era por el camino que ellos avanzaban, algo fácil de vigilar desde la ciudad.

—No parece haber movimiento, así que imagino que no les molesta nuestra visita —murmuró mirando la ciudad.

—Cuando pasamos por el último pueblo, les pedí que les comunicasen que estamos aquí. No quería que nos matasen.

—Yo tampoco. ¿Estás seguro de esto?

—No. Pero ya estamos aquí.

—Sabes que puedes irte en cualquier momento, ¿verdad?

—Lo sé.

—A menos que cierren esa puerta.

—No me estás ayudando.

—¿Y qué quieres que haga? ¿O es que acaso no has visto la muralla de la ciudad? —le preguntó y es que, a medida que bajaban y se acercaban, se daba cuenta de que, por más que la muralla fuese de madera, era gigantesca.

—Si nos aceptan, seremos invitados y los lobos tienen un código muy estricto sobre cómo tratar a los invitados.

—Es un consuelo saber que no nos van a comer porque no lo consideran acogedor —admitió.

—No es solo eso. Además, no tengo planeado estar mucho tiempo.

—Me alegra oírlo —Y es que, como zorro, no se sentía cómodo con la perspectiva de estar rodeado de tantos lobos.

Se volvió hacia delante al notar el olor y, en cuanto Nalbrek se detuvo, se bajó quitándole las cosas de encima mientras el olor se hacía más denso hasta que los vieron. Dos soldados de la ciudad en su forma de lobo.

—¿Quién vive? —preguntaron los soldados cambiando a humanos con una actitud que dejaba claro que, en caso de que la respuesta no les gustase, nunca llegarían a probar la hospitalidad de los lobos.

—Nalbrek, criado por Andros —contestó Nalbrek cambiando a humano también—. La ciudad me envió una invitación por medio de Hilmar. Él es mi pareja.

—Vamos —le dijeron los soldados regresando a su forma animal para darse la vuelta echando a correr y Nalbrek los imitó mientras él suspiraba. Al menos no habían empezado a aullar como idiotas, se consoló mientras recogía las cosas cuando se detuvo al darse cuenta de que se estaba alegrando demasiado rápido.

Cambiantes Libro II. Vínculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora