Invitación

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Avanzó por el bosque con cuidado mientras seguía el rastro. Ahora que comenzaba el verano, era el momento de empezar a comer para poder hacer frente a las cacerías.

Sintió que Nalbrek lo estaba llamando, pero ignoró la sensación hasta que se detuvo suspirando. Aquel lobo no era de los que interrumpían una cacería, y si lo estaba llamando con tanta insistencia debía tener una buena razón. O eso esperaba. Por su bien.

—Ya voy. Ya voy —murmuró dentro de su cabeza mientras regresaba con un trote lento hasta que lo encontró—. Espero que sea por una buena causa —le advirtió.

—Hilmar ha regresado —contestó.



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—Me debes mucho cuero, Hilmar, malas pulgas —le advirtió a la figura envuelta en pieles que se acercaba.

—No planeaba pasar tanto tiempo fuera cuando me marché. Aun así, te pagaré... después de comprobar que cumpliste tu parte —añadió sonriente mientras echaba atrás el embozo.

—Eso no lo dudes —replicó saltando desde la piedra para ponerse delante de él—. Vaya —murmuró admirado.

Hilmar era un lobo, lo cual significaba que, incluso en su forma humana tenía un aspecto impresionante, pero ahora era como si se hubiese vuelto... amenazador. Incluso le parecía más grande a pesar de saber que eso no tenía sentido, tal vez por su manera de mirar, mucho más dura ahora, por las rastas que se confundían con su barba, o por las cicatrices que recorrían su mejilla y su frente.

—Deben llamarte Hilmar, el torpe —Señaló las cicatrices.

—Los principios fueron difíciles —asintió mostrándole la mano derecha, donde faltaba el meñique.

—Vaya...

—Al menos aprendí a tener cuidado con donde pongo mis dedos.

—Ese parece un buen consejo. Bienvenido.

—Gracias.

—Y ahora, antes de seguir, quítate eso —le advirtió deteniéndolo antes de que pudiese avanzar señalando las pieles y adornos que llevaba.

—Son mis pieles.

—¿Y?

—Las gané yo.

—¿Y?

—No voy a dejarlas aquí.

—Pues no haberlas traído.

—Dau... —le advirtió amenazador mostrando los colmillos.

—¿Qué? No entrarás en el pueblo cubierto de pieles de ciervo, conejo, oso y ardilla. No lo harás —repitió más severo cruzándose de brazos.

—No puedes obligarme.

Cambiantes Libro II. Vínculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora