Capítulo cuatro

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Había un millón de motivos para escapar y desaparecer del mapa, además de múltiples razones para renunciar y ocuparse por sí sola del bebé. No podrían esconder por siempre el embarazo ni despistar a la prensa con excusas repetitivas, tampoco estaba entre sus opciones ocultarle a Adrien que tendría un hermano, concretamente un hermanastro o hermanastra.

No podía imaginarse el escándalo ni el impacto de la noticia no solo en el mundo, sino también en el legítimo heredero de la fortuna Agreste. Si lo pensaba bien, Nathalie siempre estuvo velando por la seguridad de Adrien, educándolo y enseñándole cosas dificultosas de la vida. Siempre hubo una especie de complicidad entre ambos; es decir, incluso le había dado «la charla».

Otras madres probablemente se habrían puesto a pensar en el nombre de sus futuros hijos, pero ella no tenía tiempo para eso, muchísimo menos cuando la necesidad de olvidarse del tema era primordial. Tenía tantas reuniones que coordinar que en cualquier momento acabaría perdiendo la cabeza.

Nathalie —la voz del diseñador se escuchó a través del teléfono, alertándola de ignorar sus acciones para prestarle debida atención—, ven a mi despacho al momento en que la agenda esté terminada. Tenemos que hablar sobre nuestro asunto en común, sobre el bebé, respectivamente.

– Sí, señor. En un momento iré con usted.

Siete minutos después se armó de valor para avanzar al despacho, inexpresiva como de costumbre y con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, preguntándose cuál era la razón de esa reunión tan abrupta.

— Toma asiento, por favor. —pidió Gabriel con tranquilidad.

— Con todo respeto, señor, preferiría la honestidad.

— Me lo imaginaba. —Gabriel sonrió con sutileza—. Entonces escúchame.

Nathalie respiró profundamente.

— Me has sido leal en todo mi camino por obtener los miraculous, siempre has permanecido a mi lado incluso anteponiendo mi vida sobre la tuya, todo sin reproches o blasfemias. Siempre estás cuando te necesito, Nathalie.

— Siempre estaré con usted, señor. —respondió ella, sutil.

— Él o ella recibirá toda la educación correspondiente, recreación y demás pretensiones que le puedan ser otorgados. Llevará con orgullo nuestros apellidos, será reconocido como mi descendiente, pero tú no serás enjuiciada como mi amante, Nathalie. Tú no mereces ningún prejuicio.

La lealtad que toda la vida le había demostrado, y que le seguiría demostrado, estaba creándole un futuro a su primogénito; un futuro donde podría crecer con orgullo y recreación pese a los planes de sus progenitores. El agradecimiento que sentía en ese momento nunca sería reemplazado por algo más.

Su heredero, un Sancoeur-Agreste, arribaría en pocos meses para mostrar embelesamiento por el mundo terrenal, siendo una víctima inocente de las ambiciones de sus padres. Nunca estuvo tan feliz por tener un bebé que fuese aceptado incluso en los peores acontecimientos.

— Es más que generoso de su parte, señor Agreste. La única manera que tengo para agradecerle es demostrándole mi lealtad por el resto de mi vida; siempre permaneceré junto a usted otorgándole los mejores deseos.

— Gabriel. —corrigió con la mirada severa; sus ojos expresaban algo más que encanto, era más bien una sensación de alivio por haber accedido—. A partir de ahora, Nathalie, prefiero que me llames por mi nombre debido a la confianza que permanece entre nosotros. ¿Correcto?

— Correcto, Gabriel. —Nathalie accedió inexpresiva, pero con un montón de emociones floreciendo en su pecho—. Sin embargo, hay un problema: ¿cómo le diremos a Adrien? No estoy interesada en sustituirlo como heredero ni hacerlo parecer como el villano de la historia, tan solo estoy preocupada.

Quería a Adrien como un hijo, el hijo que alguna vez pensó que nunca tendría, y jamás se atrevería a traicionarlo o lastimarlo con intenciones. Lo que creyeran diversas personas no le importaba en lo absoluto, pero sí lo que pensaba su exalumno. Por ello, en contra de sus sentires como madre, quería protegerlo a él por encima de su primogénito que todavía no llegaba al mundo.

— Adrien lo sabrá —respondió sutilmente—, cuando sea el momento.

— Prefiero que sea antes de que sea demasiado tarde.

Gabriel sonrió, apacible.

𝗨𝗻 𝗺𝗶𝗹𝗹ó𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗼𝘁𝗶𝘃𝗼𝘀 | 𝗚𝗮𝗯𝗲𝗻𝗮𝘁𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora