Capítulo nueve

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Había un millón de motivos por los cuales Nathalie dejó de tener miedo. Cinco meses transcurrieron desde que su hija, la pequeña Charlotte, llegó al mundo iluminando por completo las vidas de todos los habitantes en esa mansión. Su usual tranquilidad fue heredada de sus padres; pocas veces lloraba, pocas veces se desesperaba.

Charlotte miraba su entorno con sus intensos ojos azules, imitando musas posando ante notables pintores en búsqueda de inspiración y, cuando parecía aburrirse de solo mirar, generalmente se entretenía jugando con sus tantos peluches. Pasaba gran parte del día acompañando a Nathalie; después del atardecer era centro de atención de sus padres y hermano. Momentos familiares en común.

— ¡Lottie! —exclamó Adrien sujetando en brazos a su hermana, contento—. Parece que creces un poco más con cada segundo que pasa, ¿eh?

— Cada vez crece un poco más.

Ese cuadro familiar era común y nada fingido.

Gabriel casi siempre permanecía en silencio, tan solo admirando a Charlotte con tanta devoción que era imposible explicar; algunas veces se aproximaba para tomarla ente sus brazos y llevársela consigo al ventanal donde admiraban juntos la ciudad.

Él realmente disfruta eso, pensó Nathalie. Se mantuvo absorta en un ambiente familiar, admirando en silencio cada movimiento en aquella habitación; desde el resplandor de la ciudad haciendo aparición en los ojos de Charlotte, hasta aquella incomparable felicidad iluminando la mirada verdosa de Adrien.

Nathalie sabía que lo único que la unía con Gabriel era su hija... y aquella lealtad que siempre le juró; un juramento que los apartaba románticamente. Durante cinco meses su relación incrementó en confianza, delicadeza e inclusive cariño. Charlotte los enlazaba naturalmente como un puente cubierto de resplandor. Pero nunca habría un amor romántico a sabiendas de todo lo que se venía para ambos.

— Lottie parece que se divierte. —dijo Adrien, sacándola de sus pensamientos, y posteriormente sonrió—. Deberíamos llevarla de compras algún día.

— Es contraproducente que la prensa nos siga en este momento. —interrumpió el diseñador sin previo aviso, todavía mirando el ventanal—. Charlotte permanecerá aquí hasta que desistan los intentos de entrevistas.

Su secretaria frunció el ceño.

— Tales intentos persistirán hasta que finalmente fotografíen lo que deseen. La hemos mantenido encerrada desde que nació, y merece admirar un nuevo entorno. Acordamos recreación sumado a un ambiente normal para ella.

— ¿Olvidas, Nathalie, que aun así lleva mi apellido?

— Recreación en un ambiente normal. Charlotte no pasará el resto de su niñez encerrada entre cuatro paredes ni tampoco impediré que conozca otras personas. Discutimos previamente este tema; no daré mi brazo a torcer.

Adrien se mantuvo en silencio escuchando aquella conversación, sentado junto a la chimenea bebiendo chocolate caliente, admirando desde su sitio la nieve caer delicadamente por el ventanal. Nada era perfecto, pero sí real.

Se sorprendió cuando su padre no respondió ni hizo ademán de hacerlo; él estaba demasiado entretenido atendiendo a su hija. Después de todo, no la mantenía encerrada por capricho, sino para mantenerla apartada de los reflectores.

— La temporada de invierno inició —intentó de nuevo el modelo—, y Lottie necesita conjuntos que la protejan del frío. Podrías diseñarlos, por supuesto, pero sería lindo acompañarla a una tienda, padre.

Hubo instantes de silencio.

— Irán acompañados por un guardaespaldas.

Y Adrien sonrió porque Charlotte nunca estaría sola. Cuando tuvo oportunidad, se aproximó a su padre y tomó a su hermana pequeña entre sus brazos, admirando su cálido semblante esbozar una encantadora sonrisa.

Charlotte Sancoeur-Agreste nunca estaría sola.

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𝗨𝗻 𝗺𝗶𝗹𝗹ó𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗼𝘁𝗶𝘃𝗼𝘀 | 𝗚𝗮𝗯𝗲𝗻𝗮𝘁𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora