Capítulo cinco

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Había un millón de motivos por los cuales no quería ir a la consulta médica trimestral, y se resumía a una sola cosa bastante puntual: temor. Estaba sola, Gabriel debía cumplir una agenda que ella misma diseñó para no atemorizarse demasiado con la noticia que le sería proporcionada; sí le emocionaba saber el género de su bebé, pero le ponía nerviosa conocerlo en compañía de su jefe.

Nathalie inspiró profundo cuatro veces antes de ingresar al consultorio clínico, repitiéndose que no sería nada del otro mundo, tan solo la noticia, consejos prenatales y montones de vitaminas para mantenerse sana. Con tres meses transcurridos nadie estaba informado sobre el bebé que heredaría el apellido Agreste; imaginaba que cuando la noticia saliera a la luz sería un tremendo espectáculo y fuente de especulación para un montón de patrañas.

— Buenas tardes, Nathalie. Recuéstate sobre la camilla.

— Dispongo de treinta minutos antes de seguir trabajando, doctor.

— Entonces acabaremos antes, no se preocupe por eso.

Guardó silencio todo el tiempo en que él estuvo esparciendo el líquido en su estómago, además de que escogió mirar el monitor sin percibir nada en especial, pues desconocía por completo qué parte de la ecografía contenía al bebé.

— El bebé está en posición perfecta para conocer el género.

— Maravilloso. —contestó sin demasiados ánimos, intentando todavía apreciar su pequeño cuerpo a través de la pantalla, sintiendo sus manos temblar debido al nerviosismo que le provocaba la espera—. ¿Cuál es su género, entonces?

— Oh, felicidades, usted tendrá una hermosa niña.

¿Una niña? Nathalie no cabía en su asombro ni en su regocijo, pues nunca pretendió criar a una niña, sino que esperaba tener un varón que, de una u otra manera, cumpliera con los estándares que probablemente quería Gabriel.

Montones de nombres se le pasaron por la cabeza y no pudo evitar esbozar una diminuta sonrisa, especulando sobre cómo tomaría su jefe la noticia del género. Estaba contenta por el hecho de que una niña no significaría competencia con Adrien para la fortuna de su familia, por más machista que sonase eso, y tal pensamiento absurdo la protegería de rumores innecesarios.

— ¿Adrien ya lo sabe?

— No, aún no. —la secretaria lo miró con inexpresividad—. Se lo comunicaremos lo antes posible esta misma noche; evitaremos muchos problemas.

— Él no es un mal chico, seguro se tomará la noticia muy bien.

Bueno, eso espero yo también. Por el bien de todos, pensó.

De camino a casa solo podía pensar en la reacción de ambos hombres; la impredecible manera en que Adrien reaccionaría a que tendría una hermana y al enigmático acontecimiento que los llevó a esa situación; la forma en que Gabriel respondiese al hecho de que tendría una hija que, si bien no inquietaba en lo absoluto a su primogénito, también otorgaba cierto interés.

Nathalie no daba demasiado crédito a sus presentimientos, pero sí a sus pensamientos. Carecía de ingenuidad, así que se esperaba un montón de locuacidades provenientes de ambos hombres hasta que, probablemente media hora después, alegasen sus verdaderos sentimientos con apacibilidad.

Son tan parecidos que son muy predecibles, pensó.

Nathalie, busca a Adrien a la escuela. —la voz de Gabriel se echó a través del teléfono celular conectado a la pantalla del automóvil; era tan templada e inexpresiva como de costumbre—. Y vengan después a la mansión.

— Entendido, Gabriel. De inmediato estaremos ahí.

— ¿Tienes la información? —preguntó sin más.

— Sí, tengo la información.

Gracias, Nathalie.

Por más que su cerebro intentase procesar una razón de su agradecimiento, no encontró respuesta alguna a su impredecible gesto, y solo atinó a sonreír con tranquilidad mientras que la llamada se cortaba casi de inmediato.

Tal vez, solo tal vez, Gabriel Agreste era impredecible.

— Es un placer, señor. –musitó para sí.

Recogió a Adrien de la escuela diez minutos después. El susodicho se hallaba platicando con Marinette, o haciendo el intento, mientras que se expresaba innecesariamente con las manos como queriendo gesticular algo.

Aguardó tres minutos hasta que ingresó en el auto con un resplandor conocido en su mirada que, sin que él pudiera saberlo, le otorgaba un montón de respuestas sobre su comportamiento con la muchacha risueña.

— Buenas tardes, Nathalie.

— Buenas tardes, Adrien.

𝗨𝗻 𝗺𝗶𝗹𝗹ó𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗼𝘁𝗶𝘃𝗼𝘀 | 𝗚𝗮𝗯𝗲𝗻𝗮𝘁𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora