Capítulo ocho

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Había un montón de motivos por los cuales Nathalie estaba atemorizada. Bien, su semblante permanecía inexpresivo y sus manos dejaron de temblar cuando la hospitalizaron en la clínica por un imprevisto parto adelantado. Ocho meses de gestación fueran necesarios para alumbrar a su pequeña hija.

El parto fue trabajoso pero rápido, pues diversas enfermeras y los mejores ginecólogos estuvieron ahí para apoyarla en los momentos más dificultosos. Nathalie llevaba el cabello cayéndole por los hombros y una bata hospitalaria cuando su jefe, ese que también era el padre de su hija, ingresó a la habitación esbozando una pequeña sonrisita en su siempre inexpresivo rostro.

— Buen trabajo, Nathalie.

— Gracias, Gabriel.

La pequeña reposaba dormida en la incubadora, ostentando un diseño rosáceo especialmente diseñado para ella, cortesía de su orgulloso padre, y rodeada de varios juguetes aptos para su edad. Gabriel la vislumbró con su usual inexpresividad, esa que comenzaba a desvanecerse con cada segundo que transcurría, y pronto se encontró acariciando su mejilla.

— Estuve pensando en algunos nombres para ella, nombres que otorgaran mucha influencia para la corporación. Quería consultarlos contigo.

Gabriel sujetó a su hija entre sus brazos.

— Aprecio tu deseo, pero no quiero autoridad sobre su nombre.

— Lo imaginaba. —ella esbozó una dulce sonrisa—. Charlotte será su nombre, entonces. Y llevará nuestros apellidos como acordamos antes.

— Charlotte —dijo él—, es un bonito nombre.

Dejó de escuchar a su secretaria, y posible enamorada, para perderse en la hermosura de su hija, esa niña que jamás pensó en tener por muchos factores deprimentes de su vida. Era como si el mundo le estuviese dando la oportunidad anhelada de dejar atrás sus ambiciones y ocuparse de dos nuevas personas que, inesperadamente, ponían su bienestar de cabeza.

Y es que Charlotte se sentía tan débil e indefensa en sus brazos, inhalando hondo pocas veces para llenar sus pequeños pulmones y después exhalar; todo en ella conservaba tanta hermosura que era imposible ignorarla.

— Imagino que Adrien también quiere verla, déjalo entrar.

— Solo dame... un momento más junto a ella, por favor.

La petición confundió a Nathalie, pues tenían el resto de sus vidas para cuidar y proteger a la pequeña que había llegado de improvisto para cambiar su mundo; minutos menos no marcarían diferencia alguna.

— Gabriel —musitó con voz apacible, mirándolo a través de sus lentes con suma curiosidad—, ella seguirá aquí mientras llamas a la enfermera. Charlotte no se marchará aunque quisiera hacerlo. Ella no te dejará. Yo tampoco.

Por supuesto, como ella se esperó en todo momento, una respuesta jamás fue articulada. Adrien ingresó a la habitación minutos después con sumo cuidado, mirando a su alrededor buscando a la bebé envuelta en mantas rosáceas, y bosquejó una de sus usuales sonrisas cuando la vislumbró.

— Bienvenido, Adrien. Hay alguien que aguarda por ti.

— Hola. —saludó con fingida tranquilidad, pues a simple vista podía notarse que estaba muriéndose de nervios en el umbral de la puerta, y finalmente avanzó apacible a la posición de su padre—. Hola, pequeña Charlotte.

Gabriel se sorprendió, pero lo disimuló bastante bien.

— Me sorprende que conozcas su nombre. ¿Lo sabías desde un principio?

— Sí. —Adrien asintió, confuso—. Nathalie estuvo comentándolo toda la semana.

— La misma semana en que tuviste el evento en Roma. —prosiguió la secretaria impresionada también por su sobresalto, pero acabó aceptando con felicidad que Gabriel realmente habría deseado estar presente para oír su decisión—. Puedes escoger un segundo nombre si es lo que te preocupa.

Todo lo que sea porque es nuestra hija, pensó.

— ¡Es una tremenda monada! Nunca se me habría pasado antes por la mente que tendría una hermana, mucho menos que estaría dispuesto a cuidarla.

— Oh, el mundo puede dar giros bastante extremos cuando lo desea, Adrien. Y gracias a ello nos ocurren muchas cosas buenas como malas. —dijo Nathalie.

— Prometo que cuidaré a Charlotte arriesgando incluso mi propia vida, anteponiéndola todo el tiempo. Cuidaré de mi hermana siempre.

Los ojos de Gabriel resplandecieron cuando escuchó esa noticia; aunque no dijo palabra alguna, fue suficiente para que Nathalie se pusiera atenta para fulminarlo con la mirada. Era una mirada de advertencia.

No vas a usar a mi hija como carnada, pensó.

𝗨𝗻 𝗺𝗶𝗹𝗹ó𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗼𝘁𝗶𝘃𝗼𝘀 | 𝗚𝗮𝗯𝗲𝗻𝗮𝘁𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora