Capítulo tres

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Había un millón de motivos por los cuales no quería mirarlo a los ojos, pero era necesario para soltar la verdad sin tanta aprensión; probablemente la situación saldría bastante mal; presentía que todo se convertiría en un desastre cuando mencionase su embarazo. Gabriel estaba mirándola con profundo interés.

¿Con qué cara exactamente debía decirle que estaba embarazada? ¿Había un código sobre cómo decirle a su jefe que esperaba un bebé suyo? Oh, estaba inclinada a la idea de que su semblante formal ayudaría un poco.

— Dijimos que el tema no sería mencionado, señor, pero es de vital de importancia hacerlo en este momento. —Nathalie respiró profundo—. Estoy embarazada, tengo aproximadamente cuatro semanas de gestación y, con todo respeto, es mi obligación informarle que usted es el padre.

Esto salió mejor de lo que creí, pensó. Nathalie se quedó en su sitio, inspirando profundo y pensando cuál sería el siguiente movimiento de su jefe. Ya había arrojado por la borda todas las oportunidades de continuar a su lado, de apoyarlo siempre que la necesitase, de auxiliarlo en sus planes para recuperar a Emilie.

Nathalie no vacilaba ni demostraba arrepentimiento; su firmeza perpetuaba en compañía de su expresión tranquila. Frente a frente, se miraban víctimas de sensaciones desconocidas, tan solo rememorando la noche donde todo sucedió abruptamente, asimilando que un bebé era producto de la embriaguez y el descontrol. Gabriel se mostró erguido y formal.

— Lo sé. Me llamaron de la clínica.

— Señor, creo que no hay mucho qué decir.

— Al contrario, Nathalie, hay mucho qué decir.

— Con todo respeto, no espero compasión de su parte.

— Esperaría muchas cosas de ti, en su mayoría positivas por todo el apoyo que me has dado, pero no que recurrieras a dar lástima. No eres así.

Llevaba razón. Su secretaria, una antihéroe también, había dejado atrás un sinfín de cosas para ofrecerle apoyo en cada movimiento o decisión que tomase; permaneció a su lado incluso en los momentos más desastrosos, brindándole discursos profesionales sobre continuar avanzando hacia su meta.

Escenas sobre su pasado nunca podrían ser borradas.

— Nunca fue mi intención interferir con su trabajo o con sus planes, tampoco comprometerlo a una posición que claramente no esperaba. No estoy pidiendo sustento por una acción de la que también soy culpable.

— Me haré cargo del bebé, Nathalie. Asumiré la responsabilidad.

No, las cosas jamás se daban tan fácilmente.

— Entonces, ¿continuará con esto? —Nathalie reservó su tono apaciguado para más adelante, dando acceso a una pizca de preocupación—. Dudo que un pequeño inconveniente interfiera con sus planes, ¿estoy en lo correcto?

Gabriel guardó silencio unos segundos.

— No puedo dejarla así, no después de todo lo que ha pasado. La echo mucho de menos. Es mi esposa, supongo que puedes comprenderlo.

— Le entiendo, señor. —realmente no comprendía el sentimiento o sus palabras, tampoco conocía sus emociones porque cada vez que lo miraba era capaz de vislumbrar a una persona diferente, a un hombre nuevo—. Si me disculpa, me encargaré de los asuntos pendientes de la empresa. Con permiso.

— Nathalie. —llamó con suavidad.

Cuando Gabriel la nombró pudo sentir un estremecimiento recorrer su anatomía, además de la impetuosa sensación romántica agradándose en su pecho; sin embargo, su cerebro estaba lo suficientemente activo para no liarse con asuntos amorosos, así que le otorgó las agallas para girarse a mirarlo con seguridad.

— ¿Se le ofrece algo, señor?

— Gracias, Nathalie.

— ¿Puedo saber la razón de su agradecimiento?

— Gracias por todo.

Ella asintió, volvió a girarse sobre sus talones y emprendió camino dentro de la mansión con decisión, dirigiéndose hacia su escritorio donde programaría citas y jugaría a la secretaria perfecta. Si bien le fastidiaba y atormentaba el hecho de perseguir una decisión que involucraba a la esposa de Gabriel, no estaba en posición de argumentar desacuerdo con aquella primicia.

Una vez sentada en su silla, se atrevió a acariciar su vientre por primera vez, deslizando sus dedos por encima del blazer oscuro con sutileza; no sentía nada especial ni lo que se suponía que debía sentir una mujer embarazada.

Nathalie sonrió con apacibilidad.

𝗨𝗻 𝗺𝗶𝗹𝗹ó𝗻 𝗱𝗲 𝗺𝗼𝘁𝗶𝘃𝗼𝘀 | 𝗚𝗮𝗯𝗲𝗻𝗮𝘁𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora