3. El don de Antonio

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Cuando Mirabel estaba a punto de entrar a la casa que se oía bulliciosa en ese momento alguien la llamó por detrás —Oh, Mirabel,— volteó para ver quien era, —traigo una entrega,— era el señor Osbaldo que traía venia a dejar provisiones para la fiesta de esa noche, —podrías llevarte esto adentro, como tú no estás ocupada durante el día, y bueno yo tengo que ir a dejar más encargos,— el ni siquiera espero que le respondiera, simplemente puso la canasta de dulces y juguetes en sus brazos y se retiró, ella solo pudo poner una sonrisa extraña y lo vió irse.

El señor Osbaldo era inoportuno y terco como una mula, claro, sin ofender a las mulas, aún recuerda que su tío le contó, que le había hecho una predicción sobre que subiría de peso, claro que, era un hecho que pudo haberse evitado, pero el seguía comiendo los dulces que vendía en sus "descansos", y parecía que se pone cada vez más panzón.

Mirabel entró a la casa como pudo con el peso extra que traía en sus brazos, —disculpen chicas, ahora estoy un poco cargada,— le decía a sus mariposas que revoloteaban a su al rededor, en este momento parecían un poco alteradas ya que no podían volver a tomar su lugar en la blusa y el faldón de su dueña, —creo que tendrán que ir a otro lugar mientras Whou!...— en ese momento Luisa acababa de arrojar unos barriles hacia un lado y corrió por un lado de Mirabel, si no la hubiera visto a tiempo no podría haberse quitado y hubieran chocado.

—Lo siento hermana!,— gritó dirigiéndose hacia algún lado, la de lentes apenas alcanzó a gritarle, —Más Despacio Luisa!, DES-PA-CIO!— intentó decirle le de lentes, y la otra apenas la alcanzó a escuchar y disminuyó un poco el paso.

Trato de avanzar otra vez pero ahora sintió una brisa que empezaba a soplar cada vez más fuerte, —Oh no, chicas rápido, atrás de mi, — las mariposas hicieron caso inmediatamente, mientras se colocaban en sus ropas a sus espaldas para evitar el pequeño tornado que empezaba a formar la tía Pepa.

—La noche de mi niño debe ser perfecta y no lo es, los invitados ya van a llegar y nada está listo,— decía la pelirroja mientras caminaba en círculos, y su esposo Félix trataba de calmarla, —Tú tornado está llevándose las Flores!,— entonces una voz interrumpió desde lo alto, —Alguien dijo, flores?— la de lentes solo volteó a ver con una cara aburrida.

Era su hermana Isabella llamando la atención de todos mientras bajaba con la ayuda de unas lianas, hizo florecer unas flores para entregárselas a Pepa, está le agradeció, —Oh no es nada,— se acomodó su cabellera y llegó a topar con Mirabel y cuando lo notó solo volteó los ojos, —un consejito entre hermanas, deberías de dejar de salir durante el día, así no estorbarías tanto,— la de lentes solo rodó los ojos, — y tu deberías de dejar de presumir tanto, así no se te hincharía la cabeza,— Isabella puso una cara de molestia le iba a contestar pero Mirabel ya había partido hacia a la cocina, esa era su rivalidad de siempre, la de pelo corto recuerda que empezó después de que recibió su don, pero no entendía el por qué.

Al llegar a la cocina se encontraba Julieta terminando de preparar algunos platillos y a su tío Bruno ayudándola a acomodarlos en la mesa, traía algunas ratas encima, pero tenían estrictamente prohibido acercarse a la comida a menos que Bruno les diera algo.

—Permiso,— dijo la joven tratando de llevar la pasada canasta, ambos adultos voltearon a verla, —Wow!— respondieron ambos, —Mi vida estas bien?, no te esfuerces demasiado— le dijo Julieta, —lo sé mamá, pero no tuve otra opción, esto simplemente me lo dejo el señor Osbaldo,— trato de explicar mientras al fin ponía la canasta en el suelo, —además puedo ayudar en algo durante el día y no solo en la noche,— y empezó a sacar las cosas para ponerlas sobre la meseta y las baldosas de casita hacía el resto.

Crisalidas BrillantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora