— ¡Robert! Arriba, vamos. Baja a la cocina, tenemos que hablar contigo.
El tono de esa voz tan demandante era inusual en casa, pero lo que más extrañó a Robert fue la persona desde la que provenía. Era la voz de su madre. Normalmente por esas horas esa mujer ya estaba fuera de casa. Con la media melena despeinada y legañas en los ojos, Robert dejó la comodidad de sus sábanas calentitas para bajar descalzo a la cocina y acudir a la llamada -exigencia, más bien- de su madre.
Sus padres le estaban esperando tomando su desayuno -café solo y un cruasán para su padre, zumo de naranja natural para su madre- en la encimera de mármol, ambos vestidos con su ropa formal de oficina, causando un gran contraste entre ellos y el pijama de Robert. Se le quedaron mirando, sorbiendo de sus vasos, su padre lo miraba con compasión, porque sabía la que se le venía encima, en cambio su madre...
— ¿Qué demonios has hecho? — Robert dejó de rascarse el ojo para mirarla sin comprender nada —. Nos acaban de llamar del instituto — Ah, eso —. La directora nos ha dicho que te han expulsado. ¿Se puede saber por qué te pusiste ayer a discutir a gritos en medio del pasillo? Ya eres mayorcito como para ir haciendo este tipo de cosas. ¿Es que no piensas en tus actos? ¿En las consecuencias? — Al mismo tiempo que su madre iba soltando el veneno acumulado, Robert iba murmurando respuestas que ella ignoraba: 'Solo me han expulsado el lunes, no es para tanto.' 'Sí que pienso lo que hago.' 'Si ya soy mayorcito, no deberías estar dándome este sermón.'
— Laura, escúchale, deja que hable.
—¿Que le escuche? ¿Tu hijo la ha jodido pero bien en clase y quieres que me muestre benevolente con él? — Ed le mandó una mirada severa, haciendo que su mujer -porque, a pesar de todo, seguían casados- apretara los labios y apartara la vista hacia la ventana. Entonces dirigió los ojos a su hijo y, señalándole con la mano con la que cargaba su taza de café, le pasó a Robert el turno de palabra. Él solo se encogió de hombros.
—No tengo nada que decir. Ha pasado algo y he reaccionado. Ya está.
Su padre no le creyó ni por un segundo esa explicación tan superficial, pero sabía de sobras que si Robert había sucumbido a la furia, había sido por algo grave.
— ¿Te arrepientes?
— No.
Laura, con los brazos cruzados, soltó una risa cínica.
— Muy bien, se ha vuelto un macarra. Estupendo.
— Laura — el hombre dijo su nombre en tono de advertencia.
—¿Qué? Entérate, Edward, se ha peleado en el instituto. En frente de sus profesores. Por amor de Dios, si no fuera porque unos alumnos los separaron habrían llegado a las manos. Y parece que tú estás bien con ello, que no te importa que tu hijo sea un salvaje.
— Claro que me importa, solo digo que nuestro hijo no va pegando voces por ahí por nada.
— Es decir, que si es con motivos está bien montar una pelea, la violencia se acepta, da igual dónde, cómo o cuándo. Esto solo puede ir a mejor.
— Deja de cambiar lo que digo. Siempre haces lo mismo, le das la vuelta a todo lo que digo y me desautorizas delante de los niños.
La situación se estaba poniendo más tensa a cada segundo. La bronca ya no iba enfocada a Robert. Tal vez él seguía siendo el motivo de la discusión pero ya no era el objetivo, ni de lejos. La razón por la que se mantenían lejos el uno del otro era porque no soportaban estar bajo el mismo techo sin gritarse, ni siquiera para mostrar un frente unido para darle una lección a su hijo. Robert tuvo ganas de gritar también, pero en lugar de eso fue a la nevera, sacó el zumo de naranja y se sirvió un vaso con los gritos de sus padres de fondo. Eddie se había puesto recto y había dejado su taza ya vacía en la encimera para poder mover sus manos con más libertad, mostrando así su irritación. Laura seguía con los brazos fuertemente cruzados, manteniendo su porte regio. Habían adoptado sus posiciones defensivas, la guerra se había proclamado en la cocina y Robert se encontraba justo en el medio. Otra vez.
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Marvin
Подростковая литератураTodos salimos huyendo cuando nos asustamos. Eso es lo que Marvin hizo. Huir. Huyó donde creyó que nadie podría encontrarle. Cambió de ciudad con sus secretos rozándole los talones. Dormía con la almohada en sus oídos para silenciar sus pesadillas no...