Capítulo 7

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Andrea Incanti. Andy. Pelo corto rubio, casi rapado al cero. Ojos verde oscuro, como un lago perdido en la naturaleza. Padre y madre de ascendencia italiana. Tres hermanas: dos mayores, una menor.

Se conocían desde siempre. Eran del mismo instituto; mismo año, diferentes clases. Sin embargo, su primera conversación llegó cuando tenían quince años, no precisamente de forma voluntaria. Estaban estudiando Shakespeare en literatura y su profesor creyó que sería buena idea juntar a las dos clases para 'socializar y conocerse mejor' - imbécil - haciendo un trabajo sobre las obras del autor, asignando una obra y un tema a cada pareja.

Al contrario que Andy, Marvin no era el más popular del colegio. Cualquier cosa que hiciese era motivo de burla. Todos se sentían con el derecho de mirarle por encima del hombro, de susurrarle cosas por los pasillos, de tirarle los libros al pasar por su lado, de ponerle la zancadilla o empujarlo hasta hacerle caer. "Mírate, ahí de rodillas. Seguro que ya estás acostumbrado a agacharte así. Vaya chupapollas." Él solo bajaba la mirada, recogía sus cosas del suelo y huía, cabizbajo, tan rápido como fuera posible pero sin llegar a correr - o se lo tomarían como una invitación para perseguirlo, ya había pasado por eso- .

Andy nunca había participado en esos acosos, aunque no por eso era menos culpable. Él estaba ahí a veces, siempre en segundo plano, con un rol pasivo. Unas veces solo reía, otras ignoraba lo que pasaba, otras incluso era el encargado de vigilar y avisar en caso de que viniera alguien. Pero él nunca le dijo nada, nunca le hizo nada. Su comportamiento era igual de asqueroso o puede que incluso peor al de aquellos que sí interpretaban un papel más activo en sus abusos. Sin embargo, el Marvin de entonces no lo vio así.

El Marvin de antes era un bobo, un romántico que aún conservaba un poco de esa ilusión, de esa esperanza que en un futuro - no muy lejano - se encargarían de apagar, como quien sopla a la débil llama de una vela. Aún tenía luz en los ojos, su mirada no parecía la de alguien que ha vivido cien años de más. Cuando veía a sus profesores, les compadecía porque sabía que hacían lo posible por ayudarle, por poco que fuera. Cuando llegaba a casa no tenía que fingir una sonrisa. Cuando su madre le preguntaba si todo iba bien, le decía que sí, que no pasaba nada, porque aún tenía fe en que algún día se aburrieran, de que algún día se cansaran y le dejaran en paz, de que solo fuera una mala fase.

Por su parte, Andy creció bajo el ojo crítico de un padre que intentaba alejarlo todo lo posible de aquello que él consideraba demasiado femenino, demasiado rosa o emocional. Al haber nacido en un entorno familiar con una mayor cantidad de mujeres que de hombres y siendo él la única figura paterna que tenía a su alrededor, se sintió en la obligación de apartarle de las malas influencias y educarlo como a un buen hombre. Teniendo en cuenta que había crecido con tres hermanas, Andy estaba más que acostumbrado a vestirse de rosa - faldas, vestidos con pulseras a juego - , llevar las uñas pintadas o que le maquillaran. Fue el juguete de sus hermanas de buena gana, se divertía con ello a pesar de las miradas de incomodidad y reproche que su padre iba lanzando a todas las féminas de casa. Por ese entonces el rubio no sabía lo que significaba, pero más de una vez escuchó a su padre quejarse a su madre de cómo 'le estaban amariconando al niño'.

Así que, cuando llegó al instituto y entró a la pubertad, todo lo que Andy pudo considerar divertido alguna vez quedó vetado de su vida. Su padre dejó claro, tanto a él como a su madre y sus hermanas, que un hombre no lleva rosa, ni viste con faldas, ni se pone maquillaje ni se pinta las uñas. Eso era femenino, cosas de mujeres, cosas con las que un hombre no se debe involucrar. Hacer esas cosas podría acabar confundiéndote a ti , dijo, o a los demás, no queremos que nadie piense cosas raras y se rían de ti.

Andy llegó a su primer día de clase con el pelo rubio rapado, vestido con unos pantalones tejanos anchos, bambas negras, camiseta azul y chaqueta de chándal gris. Fue lo más masculino - según los ideales de su padre - que encontró en el armario; quería causar una buena impresión. Mejor dicho, no quería causar una impresión equivocada. Había momentos en los que, cuando estiraba el brazo o hacía amago de coger algo, le extrañaba ver sus uñas sin color. Estaban cortas, mates, sin brillo ni color; qué aburrido. A veces para distraerse en clase se dibujaba flores en las uñas con un bolígrafo azul, aunque después se las borraba con saliva antes de llegar a casa para que su padre no las viera.

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⏰ Última actualización: May 11, 2022 ⏰

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