Capítulo 3

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— No tienes que contármelo si no quieres.

Estaban estirados en su cama; Marvin miraba el techo, Robert lo miraba a él.

Era la primera vez que Robert iba a su casa, siempre pasaban tiempo fuera - a ninguno de los dos les gustaba estar encerrados -. Alguna vez Marvin había acabado en el sofá del salón del moreno, sonriendo incómodo a su padre y su hermano, pero solo por unos minutos, lo que tardara en coger lo que se había olvidado - solían ser las llaves -.

Pero ahora Robert estaba en su casa, en su cama. El frío que le recorría sin piedad se había disipado por completo, ya no le pesaba el cuerpo, su corazón estaba relajado al igual que su respiración. Pero seguía temblando, solo que por motivos distintos a los de hacía una media hora. Marvin estaba con una sensación rara en el estómago, estaba nervioso por estar ahí con él.

Sabía que ahora era su turno de hablar, pero siguió mirando al techo sin decir nada -como si no se supiese ya esa imagen de memoria -. Robert no le presionó, esperó pacientemente observando el pelo rizado de Marvin. El llamativo color de su melena roja, ahora despeinada y enredada, contrastó con la palidez de su piel y con los rasgos de su rostro, que se habían afilado más a causa de la falta de alimento. Al ver esto, Robert sintió un pinchazo en el pecho, pero no dijo nada; estaba claro que Marvin no había cuidado mucho de sí mismo durante estos días.

— Creí que huyendo sería suficiente para escapar — Robert abandonó el hilo de sus pensamientos para escucharle atentamente.

Desde que le conocía, le había preguntado sobre su antiguo instituto solo tres veces, y en ninguna de ellas obtuvo respuesta. Cuando captó que no le gustaba hablar del tema no volvió a mencionarlo, no quería hacerle sentir incómodo, aunque eso no significaba que las ganas de saber más de Marvin hubiesen desaparecido. Así que ahora que él parecía dispuesto a abrirse a él, Robert sintió ganas de sonreír como nunca antes, pero se contuvo - no le asustes, no lo presiones, sé paciente -.

— Salta a la vista que no ha sido así — hablaba con un tono monótono, pero sus manos se enredaban la una en la otra, intentando evitar que fueran a sus brazos y que sus uñas le causaran nuevas heridas en sus viejas cicatrices. Robert no tenía por qué ver eso —. Fue una estupidez, una tontería en un intento por ser rebelde o qué sé yo. Siempre me habían molestado en clase, ya estaba acostumbrado al típico acoso escolar — Robert apretó la mandíbula; ¿acostumbrado al típico acoso escolar? —. Pero cuando supieron que yo era... En fin, que me gustan los chicos. Todo fue a peor. El vídeo fue solo la punta del iceberg ¿sabes?, el principio del fin — paró unos segundos sin apartar los ojos del techo, cogió aire y continuó —. Lo conté, pero nadie me escuchaba. Vi que la única manera de protegerme dependía solo de mí mismo, de hacerme invisible. Cuando empecé a verme con Andy, — Con que así se llama, pensó Robert. Pocas veces había sentido ganas de pegar a alguien, de hecho estaba muy en contra de la violencia en todas sus formas, pero al tal Andy le partiría la cara sin remordimientos y sin miedo a las consecuencias. — fui yo el que decidió mantenerlo discreto porque, bueno, si quieres pasar desapercibido, ir por ahí de la mano con tu novio no es la mejor forma.

Marvin no pensó que hablarlo sería tan fácil. Recordó todo el tiempo que su madre quiso que se comunicara con ella, todos los esfuerzos que hacía, sin resultado. Con Robert no le costaba hablar, se sentía... bien, se sentía correcto. Pero no le contaría más de lo necesario. No menciones las cicatrices. No menciones nada de las pastillas o se asustará, todos salimos huyendo cuando nos asustamos. No era que no confiara en que Robert se quedara pero, en menos de una hora, el chico que le gustaba se la había declarado y ahora estaba estirado en su cama. Digamos que no quería tentar a la suerte tocando temas escabrosos que solo conseguirían tensar el ambiente.

MarvinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora