Capítulo 6

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Marvin se quedó mirando el techo de su habitación, observando las sombras que la luz matutina causaba al asomar por su ventana. Era domingo. El último día de la semana. De alguna manera, pensó, deseaba que al despertarse a la mañana siguiente, los días retrocedieran para darle una segunda oportunidad. Empezar de cero en un nuevo lunes, seguir con su vida, olvidar el orígen de sus pesadillas y mirar hacia delante. Pero como todos los que esperan que sus vidas cambien pasada la medianoche de cada treinta-y-uno de diciembre, se llevaría una decepción. Por mucho que lo desees, las cosas no cambian si no sacas el culo de la cama.

Con ese pensamiento reflexionando en el fondo de su cabeza, debajo de todo aquel desorden rizado de color rojo, Marvin salió de su habitación para ir a desayunar con su madre. Los domingos eran el único día de descanso de Sophia, el único que les permitía pasar tiempo de calidad juntos. Había sido así desde hacía ya mucho tiempo. "— Tu domingo es mío.", solía decir ella, amenazándole de broma con su dedo índice mientras reían.

La música ya se escuchaba como una suave melodía a través de la puerta, pero al abrirla, esta soltó toda la fuerza que la madera había estado conteniendo. Cuando Marvin llegó a la sala vio a su madre sentada en el sofá, con los pies sobre un cojín encima de la mesita. Toda ella se balanceaba al ritmo de la canción mientras susurraba los coros; un cruasán mordisqueado en su mano izquierda, un periódico en la derecha. Él se acercó por detrás para darle un beso en la mejilla y decirle 'buenos días' cerca del oído, para que le escuchara bien por encima de la voz de la mujer que cantaba. La sonrisa que se le plasmó a Sophia con ese gesto era todo lo que su hijo necesitaba para recuperar una poca de la paz que había perdido. Ella giró su cabeza para mirarle y le dijo algo que Marvin no alcanzó a oír. Cansado de preguntar '¿Qué?' a voz en grito una y otra vez, rodó los ojos y cogió el mando de la tele para bajar el volumen del canal radio.

— ¿Decías?

— Que tienes cosas de desayuno en la encimera de la cocina y hay café hecho en el microondas, sordo — dijo centrando de nuevo su atención en el diario.

— Eres tú la que pone la música como si estuviéramos en un festival de rave.

Después de recibir un golpe con un cojín en la espalda, Marvin fue sonriendo levemente a la cocina, se preparó un café con leche con dos cucharadas de azúcar, una tostada de mermelada de melocotón y una manzana. Ni siquiera se le pasó la idea de no desayunar como llevaba haciendo todos esos días, y no era porque tenía a su madre en casa y podía ver si comía o no, sino porque realmente tenía hambre por primera vez en seis días. Mientras esperaba que su segunda ronda de café se calentara, su madre apareció en la cocina. Apoyó los codos y la cabeza sobre sus manos, mirándole con un mechón despeinado sobre su ojo derecho.

— ¿Qué vamos a hacer hoy?

Marvin había temido esa pregunta. Técnicamente, salió por ahí con Robert el sábado pero sabía que a esa hora no solía haber mucha gente en ese parque, es por eso que no se resistió mucho cuando prácticamente lo sacó a rastras de casa. Pero un domingo era distinto. Era el día libre de todo el mundo, así que todos estarían fuera haciendo planes. Las tiendas llenas de gente, cola en cines y restaurantes, calles bulliciosas llenas de ojos que lo mirarían y bocas que susurrarían su nombre y manos que le agarrarían y piernas que lo patalearían y brazos que lo empujarían hasta hacerle caer y se hundiría en un mar de gente, oscuro y asfixiante, en el que no podría ni escuchar su propia conciencia, todo pensamiento quedaría opacado por las amenazas y los insultos mientras caía más y más y se hundía más y más y más. ¿Cómo te atreves a venir aquí, puto mar- ... ?

— ¿-vin?

Sophia lo miraba preocupada con el ceño fruncido, a punto de comentar algo sobre su acelerada respiración, pero el ding del microondas se lo impidió. Marvin corrió a sacar su café mientras pensaba en cómo redirigir el rumbo de la conversación.

MarvinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora