Dos

1.2K 132 16
                                    

Querido Peter:

Todo comenzó tras la muerte de mi padre. Cuando se separó de mi madre, nos fuimos a vivir con él, pero yo nunca le perdoné que hubiera roto nuestra familia. Por aquel entonces yo acababa de cumplir los catorce y estaba enfadada con el mundo. No pensaba en otra cosa que no fuera salir de fiesta con mis amigos cada noche, hasta aquella, en la que todo cambió. Recuerdo que quería ir hasta el pueblo vecimo donde celebrabran el fin del verano. Cuando iba a entrar en el coche de Trent, mi padre me llamó desde el interior de la casa. Me dijo que se encontraba mal, le dolía mucho el pecho. Le respondí que no me importaba, que se las arreglara él solito, como hacía siempre, y sin dejarle acabar la frase, me metí en el asiento delantero del coche. Pasé la noche bebiendo y bailando con cualquier chico que se acercase a mí, como había hecho decenas de veces antes. Cuando volví por la mañana, sin recordar las palabras de mi padre, me encontré la casa vacía. Llamé a M y me lo contó todo. Había tenido un infarto, Peter. Y yo no había hecho absolutamente nada. Nunca me perdonaré aquello. Mi madre, que jamás quiso dejar a mi padre, me culpó por todo, y yo no lo pude aguantar. Cogí lo poco que cabía en mi maleta y me monté en el primer autobús que vi. Mis hermanos intentaron retenerme, pero yo ya había tomado la decisión. Mi madre jamás preguntó por mí. Con el paso del tiempo, supe que había fallecido y que Johnny y M vivían con nuestros vecinos, los padres de Bell, que se habían apiadado de unos pobres niños huérfanos que lo habían perdido todo.

No tenía más familia a la que acudir y el dinero no duró mucho, así que me convertí en ladrona principiante. Normalmente, era comida y ropa, y a veces, si tenía suerte, alguna cartera. Me avergüenza ese pasado, pero si no hubiese sido por él, jamás te habría conocido. La primera vez que te vi intentaba conseguir mi almuerzo, pero algo salió mal y el guardia me cogió. Y de repente, apareciste ahí, diciendo ser mi hermano, regañándome por tardar tanto. Cogiste el sándwich de pavo y le diste el dinero exacto a la dependienta. No sé cómo pudo creérselo. Salimos de la tienda y hubiera empezado a correr si no me hubieses cogido del brazo. Me susurraste que esa no eran maneras de agradecerte el almuerzo. ¿Qué podía decir? Huir es lo único que se me da bien. Al final, accedí a acompañarte. Esa fue la mejor decisión de mi vida.

Tenías 15 años, pecas en las mejillas y ojos bonitos. Vivías en un piso con otros estudiantes porque tus padres no querían saber nada de ti. Estudiabas por la mañana en un instituto cerca de allí porque aún no podías marcharte. Trabajabas por las tardes lavando platos en un bar cutre porque necesitabas el dinero. Parecías un buen tío. No te conté mucho de mí, solo lo suficiente para que me dejaras dormir en tu cama mientras tú lo hacías en el suelo. Me quedé un par de días allí, entre las sábanas de tu cama. Cuando fue el momento, te agradecí todo y me propuse marcharme. Y otra vez, al igual que en nuestro primer encuentro, me lo impediste. Dijiste que podía quedarme allí, me buscarías un trabajo y quizás incluso podíamos estudiar juntos. Te pregunté por qué lo hacías. Sonreiste mientras bajabas la mirada y susurraste que te recordaba a alguien, que a él le hubiese gustado que lo hubiera ayudado cuando le hacía falta. Y a partir de entonces, fuimos inseparables.

¿Lo recuerdas? Siento que escribiendo nuestra historia, lo que ocurrió en esos tres años que estuvimos juntos y los siguientes diez que estuvimos separados, cesará esa sensación que me dice que fue un simple sueño del que he despertado demasiado pronto.

Aún te espero, niño perdido. Y lo haré siempre.

Tu Wendy.

PeterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora