Siete

463 75 12
                                    

Querido Peter:

No es fácil para mí contarte todo esto, cómo viví junto al hombre que después se convirtió en la bestia, al igual que no es sencillo vivir lejos de ti. Tendré que acostumbrarme a ambas, aunque espero que no sea por mucho tiempo.

Responderé a la pregunta que sé que ronda tu mente. Sí, fui feliz de verdad. Para qué mentirte, no consigo nada con eso. Durante esos tres años, volví a vivir. Y al máximo, debo decir. Peligro se convirtió en mi segundo nombre y una moto, en mi perdición. Me la regaló él en nuestro primer aniversario. Yo recorría las solitarias calles mientras el viento revolvía mi pelo y la moto de Capitán, aquella que destrocé la primera vez que nos vimos, me seguía en la oscuridad de la noche. Allí, montada en mi vía de escape, podía decir que realmente disfrutaba de la vida. Pero eso no significa que te hubiese olvidado, Peter. A veces, en mitad de la noche, despertaba con la respiración agitada y las mejillas empapadas. Quizás mi mente había intentado borrarte pero seguías en mi corazón. Jamás podrás marcharte de ahí. En aquellos momentos, Capitán me abrazaba hasta que yo paraba de susurrar tu nombre al recordar que no me encontraba en tus brazos. Aquello era peor que las pesadillas de tus cartas, en las que despertabas gritando mi nombre. Era como esta horrible agonía en la que vivo ahora. Probé un poco de ti,  para después darme cuenta de que no podría tenerte más. Ahora entiendo lo que decías. Cuánto lamento no haberme dado cuenta antes.

A pesar de tus apariciones en mis sueños, lo demás iba bien. Vivíamos en un piso en el centro, nos quedábamos dormidos hasta tarde y salíamos a correr con las motos hasta el amanecer. Algunas noches, él iba a trabajar mientras yo intentaba volver a escribir como antes. Nunca supe adónde se dirigía o lo que hacía allí. Era su gran secreto y realmente no me importaba demasiado. Lo único que tenía valor éramos nosotros, pero no por mucho tiempo. Capitán me hacía sentir libre, aunque no querida. Éramos pareja, eso es cierto, pero cada uno iba a su rollo. Ahora, después de tanto tiempo, no me extrañaría que él tuviera otra vida con alguien más. Quién sabe. Empecé a pensar en que tus ojos eran más bonito que los suyos, que siempre me hacías reír y que adoraba tus pecas más que su sonrisa. Aunque no debía comparar, yo lo hacía. Pensaba que él me daba lo que tú no, que tú me dabas lo que él ni siquiera intentaba. Por mucho tiempo creí que eso era lo correcto, que el amor y la libertad no eran compatibles. Qué estúpida fui. Tú tenías la libertad de quererme, al igual que yo también la tenía junto a ti . Siempre había sido libre en tus brazos y yo no me había dado cuenta. Tenía un concepto equivocado sobre ambas ideas. Libertad y amor van cogidas de la mano, son uno solo. Eso es a lo que llaman amor verdadero, eso es lo que yo perdí durante diez años por no saber lo que significaba. Lo estropeé absolutamente todo y aún así tú me diste una oportunidad. Eres y siempre serás mi amor verdadero, ahora lo sé.

Pero yo seguí con Capitán. ¿Por qué? Sin él, en aquellos momentos, me sentía pérdida. Por eso accedí a casarme con él. Él sólo me lo preguntó, una mañana cualquiera mientras desayunábamos, sin una bonita declaración de amor de rodillas, sin un anillo. Y yo, ciega de amor, le dije que sí. Por aquel entonces ya había recibido algunas de tus cartas y lo único que quería hacer es que me olvidarás para siempre. Yo ya había encontrado mi final feliz, o eso pensaba.

Los meses pasaron y la actitud de Capitán fue siendo más y más extraña. Ya casi no aparecía por casa. Nuestras románticas carreras nocturnas se habían convertido en un solitario paseo de una única moto. Él decía estar demasiado ocupado con su trabajo para acompañarme. Por eso, intentaba compensarlo con caros e inútiles regalos. Ese no era el chico del que me había enamorado tres años atrás y parecía que él se estaba dando cuenta de eso. Así que una noche, mientras le esperaba despierta, me durmió con algún tipo de droga. Cuando desperté, estaba en aquel cobertizo del que me rescatasteis. Pasé semanas allí, llorando y suplicando, temiendo que aquel fuera mi último respiro. Capitán aparecía a veces, con la preciosa sonrisa con la que me había conquistado, alardeando de cómo te iba a hacer sufrir. Yo solo esperaba que se olvidará de ti, que me dejara morir en paz, con tu nombre en mis labios. Cuando había perdido toda esperanza apareciste, siendo más valiente que el príncipe azul, y me salvaste. Siempre lo haces.

Donde quiera que estés, por favor, no te olvides de mí. Sigo siendo tu tximeleta, esa mariposa que necesita un hogar donde ser libre. Contigo, Peter. Libre junto a ti.

Tu Wendy

PeterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora