Querido Peter:
Parece que todo se acaba. Primero son las sonrisas y después llega todo lo demás. Se acaba el helado de chocolate antes de romper con tu chico y el champú mientras te duchas, el bolígrafo cuando escribes y la batería del móvil mientras hablas. Se acaba la infancia, la adolescencia y la juventud, se acaban los juegos de recreo y los besos nerviosos. Se acaba la suerte de cualquiera y se acaba también la mala ventura. Se acaban los exámenes y los trabajos, se acaban las vacaciones y el dinero incluso aún más rápido. Se acaban las entradas del concierto, se acaban los caracteres cuando escribes un tuit. Se acaban los minutos, las horas y los días, las semanas, los meses y los años. Se acaban las lágrimas y vuelven las risas, se acaban las risas y vuelven las lágrimas. Vivimos en una sociedad donde todo se acaba. Siempre se acaba. Se acaba tu canción favorita, aunque la pongas en repetición. Se acaba el mar y se acaba la tierra. En algún momento se acabará nuestro pequeño universo, al que miramos con ojos orgullosos, a la vez que temerosos. Se acaban los sentimientos y las emociones, acaban los días y las noches. Se acaban las preguntas y las respuestas. Se acaban la pasión y el romanticismo, se acaban la fama y la riqueza. Simplemente todo aquello que adoramos y odiamos, todo a lo que pertenecemos y todo lo que somos, todo se acaba.
Se acaba el amor, se acaba la amistad, se acaba la vida. Todo se acaba. Y nosotros no fuimos una excepción.
¿Qué ocurrió?, me preguntaste cientos de veces. ¿Fuiste tú, fui yo? ¿Fue el momento en el que nos tocó vivir, fue mi pasado perdido o tu futuro sin encontrar? ¿Fue el viento que me susurraba o las arañas que tú observabas? ¿Fueron los miedos? ¿Fue el destino, una fatídica casualidad? Debo decírtelo, querido Peter: no lo sé. Algo faltaba cuando te miraba, algo fallaba para que no quisiera besarte cuando me sonreías así. Lo que me hizo amarte un día se perdió al atardecer. Y ante esa situación no pude hacer otra cosa que no fuera aquella: huir. Lo planeé casi sin quererlo. Una noche me levanté entre jadeos y supe que era el momento. Metí un par de conjuntos en una mochila y me duché con agua caliente. No sabía dónde ir, ni durante cuánto tiempo vagaría por las calles, pero estaba decidida. Te escribí unas líneas mientras miraba cómo dormías, explicando por qué te hacía eso, por qué ahora. Te prometo que no quería dañarte. Quería que te dieras cuenta de que no era buena para ti, quería que encontrarás a alguien que te amara tanto como tú me amabas a mí. Sentía que te lo debía y creo que fue lo correcto.
Al principio dolía como mil demonios dentro de mí. No creía sentir algo tan fuerte por ti hasta que me alejé. Ahí fue cuando descubrí lo mucho que te necesitaba. Pero no podía volver; mi orgullo me lo impedía. ¿Qué me dirías entonces, cuando me vieras entrar por la puerta con mirada arrepentida y maleta en mano? No era capaz de escuchar tu respuesta a la pregunta que rondaba por mi mente. ¿Y si decías lo que yo no quería oír? Prefería no arriesgarme. Sé que fue estúpido e inmaduro, pero no sabía que otra cosa podía hacer.
Encontré a Bell un noche en un bar. Casi no la reconocí; aquella chica rubia que había conocido en la secundaria había desaparecido. Ahora estaba despampanante. Bell recordó al instante: saltó a mis brazos y se aferró a mí fuertemente. Habían pasado tres largos años en los que no había sabido nada de ellos. Aquella madrugada nos pusimos al día y casi me obligó a ir su casa. Ya amanecía cuando compramos café para tres y una decena de churros. Abrió la puerta, intentando ser silenciosa, aunque sin éxito. Desde el interior, una voz masculina gritó:
— ¿¡Dónde has estado toda la noche, Babe!? ¡Te he buscado por tod...! —cuando sus ojos toparon con los míos, paró de hablar y se acercó lentamente—. ¿Wendy? ¿Qué estás haciendo aquí?— ¡Sorpresa! —exclamó Bell mientras movía las manos—.
Pasé con ellos dos años y no hubo un día donde no te pensara. Quise volver muchas veces, te lo prometo, pero estaba segura de que ya habías rehecho tu vida, de que quizás ya habrías encontrado a alguien mejor. ¿Y qué haría yo entonces? Así que me quedé allí, esperando lo inesperado.
Seguí creyendo que todo se acababa por mucho tiempo. Se acababan las palomitas antes de que acabe la película, se acaba el café por la mañana y los cócteles por la noche, se acaban las medicinas, aunque no se acaben las enfermedades, se acaban las guerras para que empiecen otras. Se acabó lo nuestro y pensé que era lo correcto. Me equivoqué, Peter. No siempre tiene que acabar y si algún día, sea por lo que sea, lo hace, viviré feliz porque sabré que te tuve durante el tiempo justo y necesario.
Recuerda, esto aún no ha acabado.
Tu Wendy.
N/a: siento la larga espera. Estoy pasando por un momento muy complicado y escribir no entra dentro de mis prioridades. Ni siquiera tengo ganas de ello. Pero aún así he intentado salir adelante y "regalaros" este pequeño capítulo.
Dentro de 1 hora, a las 0:00 del 16 de mayo, la mejor parabatai del mundo cumplirá un año más. Cuando leas esto, querida @DeepFeelingsInMe, quiero que sepas lo mucho que te necesito, te quiero y te admiro. Hemos pasado por mucho y siempre intentamos mirar al destino sin miedo. Tú me haces ser valiente, parabatai. Ahora necesito esa osadía tuya para seguir adelante.
Te quiero, ahora y siempre.
*fugitivos, ya estáis tardando en ir a felicitarla (@DeepFeelingsInMe)*
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Peter
Short Story«¿Peter, eres tú? ¿Dónde estás?» «Lo siento tanto, Wendy. Te quiero. Recuérdalo. Siempre.» [#2 saga Fugitiva]