V. La hija roja (III)

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Cuando Kara era una niña, ella y Astra eran muy unidas. 

Aunque ella era cercana a sus padres y estos procuraban estar con ella tanto como pudieran, la verdad es que su rol como consejeros siempre los tuvo muy ocupados; así que fue Astra con quien, durante un tiempo, Kara convivió más. 

A raíz de esta constante convivencia un lazo muy especial unió a tía y sobrina. Kara la quería como a una segunda madre, y aunque Astra nunca se lo dijo, ella veía en Kara a la hija que nunca pudo tener. 

Ambas se querían mucho. 

Por eso, cuando Kara escuchó que su tía había tenido un accidente al montar a caballo, corrió tan rápido como pudo hasta el camino que Astra solía tomar durante sus paseos matutinos, aquél camino al que tantas veces la había acompañado. 

Kara aún recuerda como Jeremiah intentó evitar que avanzara una vez que llegó al escarpe, como no fue lo suficientemente rápido. 

A veces, cuando tiene pesadillas, ve Astra tendida a los pies de ese maldito abismo, con las extremidades puestas en ángulos extraños y el cabello cubriéndole el rostro; Kara tenía entonces trece años. Ella espera que, al ser una recién nacida, la hija de Lex no recuerde nada de ese día, que la imagen del rey, su abuelo, ahogándose en su propia sangre y vomitando sobre ella la caliente sustancia escarlata, no la persiga en sus pesadillas.

Kara, por su lado, sabe que ahora el monarca de presencia imponente y ojos tan verdes como los bosques de Irlanda, se unirá a Astra en sus pesadillas. Los grito de Lena resonando por siempre, acompañando ambas imágenes.  

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Cat Grant llegó al castillo la noche antes de la gran fiesta. Kara había estado tan feliz cuando se enteró de su llegada, ansiosa por volver a hablar con la que fuese su más importante mentora. Su arribo fue casi tan ostentoso como el del propio Jack, aunque con un aire de sofisticación superior al de este; ella, a diferencia del Maharajá, no dio regalos o repartió oro a su paso, sino que tanto ella como su séquito se mantuvieron serios, casi indiferentes a todo lo que los rodeaba, "Actúa como si nada fuera lo suficientemente bueno Kiara, hasta que realmente lo sea" le había dicho en una de sus lecciones. 

La cena para recibirla fue, al igual que con el resto, pequeña pero lujosa, con la suficiente comida para todos pero sin ser ostentosa. Eso sería para la mañana.

Cat dio sus bien ensayadas felicitaciones a Lex y Eve, y habló extensamente de política y negocios con Lionel, quien parecía disfrutar genuinamente de aquella conversación. No fue sino hasta bien entrada la noche, cuando todos ya se habían ido a dormir y solo unos pocos seguían rondando por el castillo, que Cat finalmente habló a solas con Kara; ambas estaban felices de poder ver a la otra, aunque Kara lo externaba tanto que un par de veces Cat la reprendió por estar dando brinquitos sobre la punta de sus pies.

La monarca nunca lo diría, pero secretamente esa imagen le llenaba el corazón de calidez.

Hablaron de todo y nada. Sobre las cosas que Kara había estado aprendiendo en los últimos meses, sobre lo mucho que  Adam y Carter habían crecido,  y sobre el futuro papel de Kara en Inglaterra como consejera del rey. Kara le confió sus inquietudes y miedos, y como siempre lo había hecho, Cat escuchó las divagaciones de la joven hasta el final, aconsejándola lo mejor que pudo, intentando transmitirle esa confianza que sabía que Kara a veces necesitaba. Cat nunca pudo entender porque Kara llegaba a desconfiar tanto de sí misma, y la verdad es que ni siquiera la propia Kara lo sabía.

Cuando finalmente cada una fue a su habitación a descansar, Kara genuinamente creyó que todo podría salir bien. 

Evidentemente no fue así.

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