III. La hija roja

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Hay gritos, de parte de los asistentes y los soldados, se dan ordenes y un muro de escudos y lanzas rodean a los Luthor, protegiéndolos del enemigo invisible, mientras todos los accesos del castillo se van cerrando.

Kara lo sabe, esto va a terminar muy mal, es decir, ¿Qué otro final podría tener? Siente la mano de Alex tomando con fuerza la suya, y a James cubriendo sus espaldas, todo va en cámara lenta, puede escuchar el sonido del metal moviéndose y la respiración de los invitados que tiene cerca, puede escuchar el llanto de una mujer que suplica que salven a su padre y los sollozos de un bebé que se alzan por encima de cualquier otro sonido. Kara no puede evitar sentir pena por la niña, es tan pequeña, piensa, y la paz que tenía garantizada se ha ido, le ha sido arrebatada.

Ella cierra los ojos e intenta entender, darle sentido a lo que ha pasado, así que rememora todo, desde antes de este día, desde antes de su llegada al reino, ella intenta recordar si hubo alguna señal, si lo que ha pasado, si lo que pasará se pudo haber evitado. Ella tiene que saberlo.

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Cuando Kal recibió la invitación a la ceremonia de nombramiento mandó a llamar casi inmediatamente a su prima. Le pidió que fuera en su nombre, le explico que estaba ocupado y que le sería imposible salir del reino por tanto tiempo y tan lejos. Le dijo que diera sus felicitaciones a Lex y que les obsequiara algo digno y memorable, algo que le recordara su amistad con Inglaterra. La verdad es que Kal no tenía el menor interés en ir, ni en ver a Lex o a su primogénita recién nacida. No es que se llevaran mal, pero luego de años de silencio e indiferencia por parte de ambos, Kal veía el ir más como una obligación que otra cosa, ¿Por qué no delegar esa tarea a alguien más?

Kara aceptó, y tres días después partió en barco hacia Irlanda acompañada por Alex y James. A diferencia del rey, Kara no veía el viaje ni como una obligación ni como un fastidio, ella lo veía como una aventura y una forma de probar que estaba lista para tomar su papel como consejera y representante del reino.

Fueron tres semanas de viaje y finalmente tocaron tierra. Inglaterra era fértil y sin duda tenía paisajes hermosos, pero Kara podría jurar que ningún verde se comparaba con el de los campos de Irlanda. Los pastos era altos y brillantes, y los arboles que estaban esparcidos eran altos y frondosos, fuertes e imponentes a la vista. Durante su recorrido no pudieron evitar maravillarse por las vistas que se les presentaban: aldeas y ciudades vibrantes y prósperas, bosques fríos y poblados, campos extensos donde corrían conejos y venados por decenas. Todos estos sitios estaban marcados por banderines y estandartes con el escudo de Irlanda y el de los Luthor; Kara sólo podía imaginarse que si el ego de los monarcas era proporcional al número de estandartes en el reino, entonces sería una reunión interminable la que le esperaba en la capital.

Y aunque en base a lo anterior esperaban opulencia y enormes muestras de riqueza, nada los había preparado para lo que vieron recién llegados a la capital. La ciudad era más grande que cualquier otra por la que habían pasado, soldados perfectamente uniformados custodiaban en, literalmente, cada esquina, sus espadas y escudos brillando a la luz del día. Había puestos por todos lados y la gente se encontraba en un perfecto punto medio entre la alegría despreocupada , y el orden bien ensayado. Todo lucía tan perfecto y ordenado que era ligeramente espeluznante. 

Durante todo su recorrido las personas se habían acercado a ellos, buscando oro o simplemente observando, maravillados o desconfiados, los carruajes y banderas, pero aquí, en la ciudad, las personas apenas los miraban, sólo los niños les prestaban toda su atención. Kara no sabía como sentirse respecto a eso. Y cuando llegaron a las puertas del catillo, y aunque los recibieron con todos los honores correspondientes, Kara pudo notar el porque del poco entusiasmo: ellos habían sido los últimos en llegar, o al menos eso es lo que suponía, porque el castillo ya se encontraba rodeado de enormes tiendas, todas con los respectivos colores de sus casas y reinos, y sus banderas ondeando orgullosas sobre ellos.

Podía distinguir la bandera ondeante de la casa Rojas, la cruz blanca se sacudía con el viento. Al otro lado había banderas completamente rojas, distintivas de la casa Gand, a su lado también ondeaba la bandera escocesa. Se emocionó al ver la conocida flecha  de la casa Queen, que estaba muy cerca de la entrada principal del castillo, la bandera de Dinamarca los acompañaba. Pudo distinguir también la estrella de la casa Lockwood, y la calavera negra de la casa Arias. Había otra bandera, aunque esta no la reconocía, era algo como un ojo formado por pequeños puntos y puesto de forma vertical. Las tiendas de este último eran las más grandes y las más numerosas.

Decir que no estaba impresionada sería mentir. Pese a la numerosas tiendas, todo se veía en un perfecto orden, de hecho, Kara podría jurar que seguían un patrón, aunque ella no podía distinguir cuál. 

Cuando bajaron del carruaje fueron recibidos por  un ejército de sirvientes y soldados, todos perfectamente formados y vestidos, formando una fila de al menos cien metros, y al final, justo debajo del enorme portón de entrada, estaban los Luthor. Habían esperado miradas arrogantes y pomponeos insufribles, en cambio, recibieron sonrisas amistosas y lo que parecía legítima alegría por tenerlos ahí. 

Kara sabía quienes eran los Luthor, por supuesto. Los había estudiado desde que era una niña, después de todo, eran los gobernantes de un reino vecino. Conocía la historia de Lionel, su proeza era conocida y reconocida en todo el mundo, aunque ninguna historia que le hubiesen contado antes relataba lo realmente seguro que lucía, lo imponente que podía verse, incluso cuando su rostro tenía una amable sonrisa. Lex, en cambio, lucía exactamente como su primo se lo había descrito hacía tantos años atrás. Era apuesto de una forma que Kara no estaba segura de como describir, y su presencia, a diferencia de la de su padre, no era imponente, sino completamente amistosa y abierta, atrayente incluso. Lillian, por otro lado, carecía de cualquiera de las cualidades de su esposo e hijo. Aunque sonreía abiertamente, ésta no llegaba a los ojos, que brillaban calculadoramente. Frente a ella Kara se sentía expuesta, casi amenazada, lo que la obligó a apartar la mirada. Finalmente estaba Lena. Por alguna extraña razón, de ella casi no se hablaba: la hija menor de Lionel y Lillian, esta última se había autoexiliado en el castillo para poder tenerla. Si no mal recordaba, hacía un par de años que se había ido de Irlanda para casarse con un mandatario extranjero. Ella era... hermosa. Eso es lo primero que Kara pensó al verla, con su negro cabello suelto y sus brillantes ojos verdes, su piel increíblemente blanca y sus facciones dulces y definidos. Pero sobre todo estaba esa sonrisa, que sin ser tan grande le llegaba a los ojos, y que le hacía sentir recibida, segura y... querida. 

Durante su breve bienvenida Kara no pudo apartar los ojos de Lena, por mucho que lo intentaba, tarde o temprano su mirada volvía a ella, incluso, en un par de ocasiones sus miradas se cruzaron. Cuando eso sucedía Kara podía sentir como se sonrojaba y rápidamente apartaba la mirada. Dio a Lionel el obligado recordatorio "sutil"  de la amistad entre Inglaterra e Irlanda y a Lex sus sinceras felicitaciones por su primogénita. Luego de unos minutos más de charla, Lionel ordenó que se les mostrara las habitaciones donde se quedarían y que llevaran a su séquito acompañante a la zona para armar sus tiendas.

Para su sorpresa, fue la propia Lena quien dio un paso enfrente, pidiendo que la siguieran. Durante todo el recorrido charló amigablemente, preguntándoles sobre su viaje y lo que opinaban de Irlanda. kara habría deseado que el trayecto fuera más largo para poder seguir oyendo su voz, pero cuando menos se dio cuenta ya estaban en la zona de habitaciones. Uno a uno ingresaron a sus respectivos aposentos, primero Alex, luego James y finalmente ella. La habitación era grande, con un techo alto y una cama donde podría caber al menos tres veces. Las sábanas eran verdes, y Kara no pudo evitar pensar en los ojos de Lena.

—Esta noche habrá una pequeña cena para celebrar su llegada. Espero que el cansancio del viaje aún les permita acompañarnos, aunque entenderemos si desean descansar. 

—Será un honor asistir, nunca le digo que no a la comida —Un sonrojo cubrió su rostro y cuello cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir. Sólo se intensificó cuando vio la mirada sorprendida y la sonrisa divertida que la Luthor oculto rápidamente, aunque no lo suficiente. —Yo no.., es decir, yo ah..., ha sido un largo viaje y... Asistiremos, gracias. —Quería golpearse contra la pared.

 —Me alegra escucharlo. Entonces, la veré más tarde Lady Zor-El —Y con una sonrisa que Kara podría jurar lucía cómplice, la ojiverde salió de la habitación cerrando la puerta tras ella.

¿Y ella? Ella se quedó parada en el mismo lugar deseando que la tierra se la tragara.

La Llave EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora