II. La familia llama.

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Dos días después a su llegada, Lena volvió a ver a su madre, que lucía tan orgullosa como siempre. No hubo palabras cálidas de bienvenida, no hubo preguntas respecto a su vida fuera de Irlanda, tampoco hubo interés sobre como estaba, solo una falsa sonrisa y un distante abrazo a Jack, pero nada para ella.

—Ella nunca salió del castillo. Al parecer, todo este tiempo estuvo en su estudio.

Y aunque Lex sonaba apenado, incluso molesto cuando se lo revelo, no había sorpresa en su voz. Lena no estaba segura si su hermano lo supo desde el principio o si, al igual que ella, esperaba algo así de Lillian, pero supuso que daba igual. Se fue sin el amor de su madre, y volvió igual.

Fue después del desayuno, mientras paseaba por los jardines con su esposo, que vieron cómo a lo lejos una caravana de al menos 300 hombres se aproximaba al castillo. Ambos reconocieron al instante los banderines ondeantes como propios, alzados con orgullo representando a Baroda y a su Maharajá. Lena supo al instante dos cosas: su madre ahora tendría mucho que decirle; y que sin duda, su estancia en Irlanda se volvería mucho más interesante.

Calculando que la caravana llegaría en un par de horas, Lena y Jack decidieron hablar con el rey, solo para asegurarse que no hubiera problemas en recibirlos, y como ya se había estipulado desde antes de su llegada, trescientos acres serían destinados para las tiendas por un periodo de tiempo indefinido. Así que tres horas después de poner todo en orden, una fila interminable de soldados, esclavos, caballos, mulas, cofres con regalos preciosos y jaulas que contenían a los animales más exóticos, desfilaron hasta llegar al claro a las espaldas del castillo. Todos vestidos de blanco y dorado.

Todos en el castillo, desde el más insignificante de los sirvientes hasta el propio Lionel se encontraban maravillados por el espectáculo. Un regalo para la vista preparado por el mismo Jack. Una muestra amistosa de la riqueza y opulencia de su reino, y una declaración de su alianza. Después de todo, ¿Quién viajaría tanto y por tanto tiempo, cargado de regalos, si no era para visitar a un buen amigo?

Lena sabe que ya debería acostumbrarse, pero sintiéndose extrañamente culpable por tal exhibición, caminó hasta estar parada en medio del patio de armas. Aún después de media década hay costumbres que no logra entender del todo, mucho menos aprobar, y el pasear vestido de oro y diamantes solo para que el resto sepa que lo tienes es una de ellas.

—Habríamos llegado junto al sol, pero los hombres de nuestro señor son... incompetentes.

Lena sintió una familiar emoción al oír esa voz detrás de ella. Tan aguda y serena como sonaba, la ojiverde conocía la firmeza y la fortaleza que se escondían tras ella, y sin darse cuenta, se sintió respaldada. Como si desde su llegada se sintiera desnuda de la espalda y recién ahora, que volvían a cubrirla, se diera cuenta de eso.

—Suerte que te tenían a ti.

Con pasos silenciosos, la pequeña mujer se puso a su lado algo que, estrictamente hablando, no podía hacer, pero a ninguna de las dos le importó jamás esa regla.

—Sí, suerte.

Ambas intercambiaron miradas cómplices y sonrieron, siempre discretas. —Es bueno tenerte, Jess.

—Siempre, mi señora.

Charlaron durante algunos minutos, hasta que, como ya se lo esperaba, Lillian apareció.—Lena, querida, tu padre quiere darles la bienvenida a tu esposo y a sus hombres. ¿Por qué no me ayudas con los preparativos? —Y sin esperar respuesta, clavando sus uñas en su brazo, la monarca guio a su hija al interior del castillo. Con una mirada rápida, Lena le indicó a su dama de compañía no seguirlas.

—Muy... impresionante el espectáculo que armaste con tu esposo. Pero te recuerdo que ya no están en la India. Aquí no hacemos eso.

—Yo no lo hice madre, fue Jack. Es costumbre que cuando un monarca va de visita-

La Llave EsmeraldaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora