Dos meses más tarde me llegó una carta de Jason. Tenía planeado tirarla a la basura, pero, por alguna razón, la dejé tirada allí junto al montón de papeles que había tirado en el suelo.
Salí a caminar, necesitaba aire. Necesitaba huir de lo que llamaba hogar. Mi espacio se veía amenazado y necesitaba protegerme. Me dolía pensar que estaba tan sola como al principio. No quería percatarme, pero ya estaba muriendo. Mis piernas débiles, apenas, me permitían caminar. Mis pulmones, apenas, llevaban el oxígeno a mi cuerpo. El apetito ya no se encontraba para entonces. Y ahí estaba yo, sintiendo los primeros síntomas antes de morir. Caminando sin rumbo fijo, buscando dónde meter mi ser, buscando una ayuda que no llegaría, chocando con personas apresuradas que iban al trabajo, viendo como mi vida se desvanecía entre tantas. Llegué a un semáforo, crucé sin siquiera mirar. De alguna forma, debo admitir que necesitaba ser atropellada, pero, lastimosamente, no fue así. Caminé por las frías calles de Watertown. El invierno se acercaba y con él sus tiempos fríos.
Me encontraba de pie junto a un hermoso árbol de cerezo, tomé aquel libro que llevaba conmigo y me acosté allí, como si de mi cama se tratase. Ojeaba cada vez más rápido, intrigada por como resolverían finalmente el caso. Se acercaba la noche y con ella la oscuridad. Sentía mis pies entumecidos, mis manos temblorosas, mis parpados ligeramente cansados y un agudo dolor se apoderaba de todo mi cuerpo. Me sentía desfallecer, sin fuerzas me quedé allí recostada, con la mirada en el cielo. Cerré los ojos y rogué que aquel fuese mi último aliento, que no tuviese que seguir aguantando todo aquello, que fuera, este, mi último sufrimiento, pero como la vida nunca está satisfecha, el dolor cesó. Mis piernas se habían desentumecido y el aire se hizo menos denso. Me puse de pie y me encaminé a mi casa, esperaba poder escribir los últimos capítulos de aquel libro. Presurosa por la inspiración repentina, entré sin tocar, sin saludar, y me dirigí a mi cueva. Como era costumbre allí se encontraban desperdigados todos los capítulos de mis obras. Solo yo, era capaz de ordenarlos; sin embargo, no lo haría. Tomé papel y lápiz, y empecé a escribir aquel triste final. No sabía cómo terminar aquel libro, me bloqueaba a menudo, la ansiedad y la desesperación eran mis mayores testigos.
Dos cajas completas de lápices, fueron utilizadas. Ya no sentía las manos. Sentía que mis muñecas en algún momento iban a desencajarse, era un dolor insoportable, y ya me hacía una idea de lo que se avecinaba; sin embargo, ya me faltaba poco. Ya habían encontrado al culpable del asesinato. Solo me quedaba darle un cierre magistral a aquella obra. No sé cómo, pero estaba en el suelo sobrellevando un ataque de ansiedad. Últimamente eran muy frecuentes, no paraban hasta que ingería alcohol, cada vez eran más recurrentes, y siempre eran producto de mi bloqueo al escribir. Salí de casa nuevamente, caminé hasta llegar a la bodega que se encontraba a dos cuadras de mi casa, y compré dos botellas de ron. ¿Que si aquello empeoraba mi salud? Sí, y honestamente no me importaba en lo más mínimo, ya estaba preparada para morir. El camino a casa fue mejor que el camino a la bodega, y no era para menos, en compañía de una botella de ron, todo era más llevadero. El regreso a casa fue inesperado, mi madre lloraba en el sofá, no me interesaba, ya estaba ausente hasta de mi propia vida, vivía más metida en mis historias, que en la vida misma y estaba orgullosa de ello. Ya estaba cansada de sentir demás, y, sin dudas, el pasar todo por alto ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en toda mi vida.
A las tres de la madrugada, estaba escribiendo. Con lágrimas en los ojos, lloraba la muerte de aquella niña que no fue salvada a tiempo. Pude haber cambiado aquel final, pero no todas las historias terminan bien, y esta era una de ellas. Terminé de escribir aquel capítulo de 12 páginas, llorando sin control por un personaje ficticio. Permanecí allí tirada en el piso frío, sintiendo las lágrimas bañar mi rostro sin control, culpándolos a todos por no haber hecho su trabajo, y culpándome a mí por no cambiar su final. No lloraba desde la partida de Liam, papá ya no era testigo y culpable de mis lágrimas. Ash ya no me veía llorar todas las noches por su ausencia, y Leah ya no existía en mi vida. Retomé aquel asqueroso hábito y tomé aquel rollo blanco, lo encendí y lo llevé a mis labios. Ansiosa por todo lo que sucedía, por aquellas lágrimas derramadas, por los remolinos de ideas que había en mi cabeza. Me acerqué a la ventana y me quedé allí, observando la que solía ser su casa, observando cómo los restos de la oscuridad se mezclaban con los claros del amanecer, y como otra noche de insomnio se agregaba a la lista.
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Más allá de belleza
Novela Juvenil"Creer que la vida tiene sentido, te ayudará a hacerlo realidad". -El silencio en ocaciones es un arma mortal, pero también puede arruinarte la vida. -dije tomándo sus manos. -Entonces déjame terminar arruinado. -dijo separándose bruscamente. -Si re...