Capítulo 9

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Lucien estaba tan contento por haber conseguido que lo tuteara que apenas recordó que Gritsmore le había pedido que lo buscara cuando finalizara la visita. Entró en la casa y, con una gran sonrisa, le preguntó a una criada dónde quedaba el despacho del duque. Esta se sonrojó y le respondió tartamudeando.

Él se dirigió ahí con el caminar de alguien muy feliz en la vida.

Tocó a la puerta dos veces y esperó con paciencia la respuesta que no tardó en llegar. Cuando entró en el despacho, no se fijó en lo lúgubre que era el lugar ni en la poca iluminación. Para él, ese día el sol brillaba más que nunca, e incluso los débiles rayos que lograban filtrarse por las cortinas grises eran suficientes para iluminar la estancia.

—Lord Gritsmore. Dígame, ¿en qué puedo serle útil? —pregunto con ánimo, tomando asiento sin haber recibido la invitación.

Ese acto le ganó una mirada extraña del duque, aunque no podía definir exactamente qué expresaba. No sabía si lo estaba evaluando o replanteándose el haberle pedido que fuera. Lo que sí podía decir era que se parecía mucho a la mirada de Violet cuando no comprendía su actitud.

—Deduzco que la visita ha ido bien.

Lucien simplemente asintió. No pensaba contar los detalles al padre de la dama porque no creía que le agradase escuchar todos los protocolos que se habían roto. Esperaba que no pidiera más información, pues le pesaría mucho mentir y distorsionar el encuentro.

—Me gustaría hablar con usted de negocios —anunció después de haber llegado a una conclusión desconocida sobre Lucien.

La inesperada propuesta consiguió que se disipara un poco el aire de felicidad que, al respirarlo, lo drogaba hasta limitar sus pensamientos a ella. Se enderezó y arqueó una ceja curiosa a la espera de más información.

Había escuchado algunos rumores de que la gran fortuna del duque no provenía solo de sus prósperas tierras, y aunque manejar inversiones como la burguesía no era muy aceptado entre los pares, pocos se atrevían a juzgar a alguien tan poderoso como Gritsmore. Se preguntó si planeaba proponerle uno y por qué.

También rio internamente al pensar en la cara de su padre si llegaba con una noticia así. Al conde no le gustaba salirse de las tradiciones sociales.

—Me he enterado de que últimamente ha mostrado un interés recurrente en Violet.

La voz teñida de desenfado no fue suficiente para esconder la astucia en los ojos del hombre. Era un depredador que acechaba a su presa, la seguía hasta que llegara el momento de atacar. Lucien supo de inmediato a qué clase de negocios se refería, y, de mala gana, se obligó a tomar el asunto con seriedad.

—Su hija me parece una dama muy interesante —dijo con cautela.

Cualquier otro padre habría apoyado la idea, hubiera halagado las virtudes de su hija para hacerla más atractiva al pretendiente, pero el duque no dio a conocer sus pensamientos, se limitó a mirarlo. Lucien tenía la impresión de que esos ojos de hielo eran capaces de descubrir las mentiras en las palabras, las debilidades y las intenciones ocultas.

No había nada que se le escapara al diablo.

—¿Lo suficiente para casarse con ella? —preguntó sin rodeos.

Lucien sintió que el espacio se volvía más pequeño después de esa pregunta tan abrupta.

—Creo que nos estamos apresurando. —Sonrió para restarle tensión al ambiente. Con frecuencia, el humor era lo mejor para evadir situaciones incómodas—. He dicho que el encuentro ha ido bien, no que la dama hubiera aceptado alguna propuesta de matrimonio de mi parte. No parece que esté muy interesada por el momento.

Aroma a VioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora