Capítulo 8

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Lucien paseaba de un lado por, a su parecer, el lúgubre recibidor de los Davies. Aunque no se concentró demasiado en la decoración, pues solo se veía capaz de repetir una y otra vez lo que le diría a Violet si ella se dignaba a recibirlo.

«No debí haberla besado», se dijo por enésima vez. Había sido muy pronto, y posiblemente ella volviera a verlo con recelo después de eso. Para evitar ese terrible escenario, había decidido actuar como un caballero y pedirle una disculpa.

Por suerte, mentir nunca se le había dado mal, porque arrepentido no estaba.

Una pequeña sonrisa transformó su rostro. Ahora que podía recordar cómo era besarla sin la bruma del alcohol entorpeciendo su memoria, Lucien solo podía maldecir a la bebida por haberle impedido disfrutar como se debía de su primer beso, que seguramente había sido igual de maravillo que ese. Jamás un consuelo había sido tan efectivo. Aunque no se atrevería a afirmar que la hubiera besado solo por eso.

Cavilando un poco sobre motivos que lo llevaron a cometer el acto, Lucien había llegado a la conclusión de que la curiosa atracción que ella le venía inspirando había llegado a un punto en el que, cuando se acercaron, no había podido hacer nada para contenerla, si es que hubiese tenido esa intención. Su olor lo embriagó, ella se pegó a él, y pasó lo que tuvo que pasar. Para Lucien, todo fue muy lógico y nada inapropiado. Ella le gustaba y había actuado en consecuencia.

Lamentablemente, dudaba que Violet tuviera la misma opinión.

«Paciencia», se dijo. Y no le costó mucho encontrarla. Siempre había sido un hombre muy paciente, aunque su madre prefería describir su tendencia a esperar por lo que quería como «obstinación».

Detuvo su andar cuando su vista se fijó en un cuadro gigante sobre la puerta. A simple vista parecía tratarse de la hermana del medio, pero una rápida observación a los detalles indicaba que era otro miembro de la familia muy parecido a ella, posiblemente su madre.

Lucien recordó la apariencia de la hermana mayor y concluyó que Violet debía de parecerse a su padre. Aunque solo en lo físico, porque los rumores que había escuchado del duque de Gritsmore decían pocas cosas positivas de su personalidad.

—¿Qué hace usted en mi casa?

Lucien se sobresaltó, preguntándose si habría invocado por error al demonio. Se recompuso con rapidez y esbozó su mejor sonrisa.

—Milord. Creo que no nos han presentado. Soy Lucien Daugherty...

—Noveno vizconde Sherington, hijo de los condes de Albemarle. Sé quién es usted. Le he preguntado qué hace en mi casa, no cuál es su nombre.

«Lo dicho. Pocas cosas positivas hay en su personalidad», pensó con cierto humor.

Echó un vistazo rápido a la apariencia del duque para corroborar su teoría de que Violet se parecía físicamente a él. Mismo cabello castaño, misma nariz y una boca similar, aunque los rasgos de ella eran por mucho más delicados que los de su padre, quien solo con su presencia intimidaría a cualquiera que no lo superara en altura y complexión. Y ni que decir de su tono. No había sido brusco, pero aun así exigía atención. Quizás lo único que Violet compartía con él, además del físico, era ese tono cortante y la mirada de «me estás haciendo perder el tiempo» que solo parecía dirigir a él cuando la molestaba demasiado.

—He venido a ver a lady Violet —respondió sin rodeos ni temor.

El duque arqueó una ceja, como si preguntara por qué, y lo examinó rápida y discretamente. Si iba a decir algo, la llegada de la doncella que había ido a avisar a Violet lo impidió.

—Milord, lady Violet no esperaba su visita, y no se encuentra presentable para recibirlo. Pide que, por favor, regrese otro día.

Lucien no quiso desanimarse tan rápido.

Aroma a VioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora