Capítulo 2

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«Debería hacer algo», pensó Violet. Su cabeza fue la primera en reaccionar, pero su cuerpo todavía estaba demasiado perplejo para moverse. La huida de hacía un momento y la imagen de ese hombre balanceándose en la baranda con audacia era demasiado para procesarla de inmediato. Sentía que estaba en una pesadilla y que pronto despertaría. Si pudiera moverse, se pellizcaría solo para verificar que no estaba soñado.

«Sí, tengo que hacer algo», se dijo más decidida. Sintió de nuevo como la sangre corría por sus extremidades y podía volverse a mover. No obstante, antes de dar un paso, se le vino a la cabeza la pregunta más importante: ¿qué iba a hacer?

Violet no conocía mucho del comportamiento de los suicidas, pero sí sabía que un movimiento en falso podría precipitar su caída. ¿Qué pasaba si lo asustaba y él caída? ¿o si se sentía amenazado y se tiraba? Si tener en la mente la imagen de su enamorado besándose con otro hombre ya era bastante perturbador, presenciar la muerte voluntaria de un ser humano no la dejaría dormir por las noches.

No podía permitirlo. Tenía que hacer algo.

«Piensa Violet, siempre has sido sensata», se animó y puso a su mente a evaluar las diferentes opciones. Si se acercaba sin que él se diera cuenta, podría asustarlo. Ella no tenía la fuerza suficiente para empujarlo hacia adentro, así que esa opción estaba descartada. Gritarle desde ahí también podría sobresaltarlo. Lo mejor sería intentar llamar suavemente su atención. Sí, ya sabía cómo hacerlo.

Con la mano temblorosa y sin dejar de mirarlo, dio un golpe suave en la puerta esperando que el sonido lo instara a girar la cabeza.

Él no se movió.

Ella golpeó un poco más fuerte.

Tampoco pareció escucharlo.

Con el corazón acelerado, probó con un tercer golpe. Esta vez, el hombre giró lentamente la cabeza. Ella no sabía si podía verla a esa distancia, así que dio un dubitativo paso hacia adelante.

—¿Quién eresh tú y qué haces aquí? —preguntó. Por la forma en que arrastraba las palabras, Violet supo que estaba borracho. Muy borracho.

¿Podía volverse todo más difícil?

—Yo... —Ella se mordió el labio. ¿Y ahora qué? —. Yo se lo diré si baja de ahí —le dijo con decisión. O eso esperaba.

Él guardó silencio, pero seguía observándola. Pasados unos segundos, se encogió de hombros.

—No me interesha quién eres. Vete. Quiero estar solo. —Dicho eso, dejó de mirarla.

Violet decidió que ya se podía acercar, aunque no tenía ni idea de qué diría a continuación. Maldita sea. Ella no era buena reaccionando bajo presión. Era demasiado nerviosa. El destino no podía ponerla en situaciones así. Menos dos veces en una misma noche.

—¿Seguro que no quiere saber quién soy? —preguntó en voz baja cuando ya estaba frente a él. El tono de su voz no tenía como objetivo calmarlo. No. Simplemente ella no se veía capaz de hablar más alto. Apenas podía pronunciar las palabras.

Él volvió a mirarla, esta vez con curiosidad.

—No eresh un ángel, los ángeles son rubios y tú no.

Violet se llevó por instinto las manos a un mechón de su cabello castaño. Ojalá hubiera salido igual de rubia que sus hermanas, así quizás habría podido engañarlo y convencerlo de que Dios la había enviado para evitar que cometiera una tontería. Lamentablemente, se parecía físicamente a su padre. Y solo en el físico. Si tuviera su carácter, ya había salvado a ese hombre. O lo hubiera dejado ahí sin remordimientos. Su padre no se caracterizaba precisamente por ser buen samaritano.

Aroma a VioletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora