Persistente

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Amigo mío, sé que debería pedirte perdón por todo lo que hice antes que cualquier otra cosa, pero, me temo, estoy a punto de hacer algo más que ni Dios mismo sería capaz de perdonar y necesito tu ayuda.

Quizás ya olvidaste que hace algunos años te comenté sobre la existencia de un cuadro (esa atroz, fantasmal pintura que solo pudo haber engendrado una mente trastornada) oculto entre las pertenencias del antiguo propietario de la mansión. Estaba en un rincón del sótano, envuelto en mortajas prístinas casi capaces de tapar el desdén con el que el artista abandonó su obra.

Al principio no le di importancia; sin duda no era más que otro despojo de un alma sin sentido del gusto más allá de una pérfida fascinación por los trazos burdos de un loco sin nombre. En su momento le dediqué un reojo, una intención fugaz en lugar de una mirada vehemente, pues solo me pareció una pícara curiosidad que comentar en las tertulias y nada más. 

Nunca había estado tan equivocado. 

En los meses siguientes me vi forzado a cambiar de opinión: nació en lo profundo de mi mente una inquietud persistente que aumentaba en intensidad a medida que mis pensamientos divagaban hacia las polvorosas telarañas que se esconden bajo el suelo. Lugares, momentos, sensaciones; todo se volvió confuso desde entonces. 

Intenté soportar lo más que pude, pero un hombre solo puede aspirar a tanto cuando se enfrenta a cosas que escapan a la razón. La inquietud se convirtió en molestia y la molestia en ferocidad; una fuerza siniestra que se abrió paso cual marea, abatiendo las defensas residuales que mi consciencia aún mantenía luego de tantos años de excesos. Y no sabes cuánto me arrepiento de haber cedido, de no haber sido más fuerte. 

Bajé al sótano, retiré las telas y me adentré en las profundidades de mi ser a través del cuadro.

Es posible que estas líneas sean los últimos rastros de cordura que tendrás de mí al llegar a este mal llamado hogar. Logré apartar la vista un instante, incapaz de distinguir realidad de ensoñación, sombrío, agotado e impotente ante la innaturalidad que me rodeaba. Necesitaba ponerte sobre aviso. 

He despertado algo oscuro, lleno de odio, al mirar las vulgares pinceladas que componen la obra; un lienzo manchado con paisajes ajenos al mundo y constelaciones que parecen cambiar cada vez que intento recordarlas... Lo que sea que es, se fortalece con mis miradas, como alimentándose de mi cuerpo y alma. 

He alcanzado a comprender (o sentir, más bien) por qué estaba oculto el cuadro. Lo que hay dentro de esta prisión no debe ver jamás la luz de nuestro sol. Por eso, si queda en ti algo de respeto por la amistad que un día tuvimos, te pido que vengas y acabes de una vez con esta locura antes de que sea tarde. Eres el único que entenderá, incluso si es tan solo superficialmente, lo que está sucediendo.

Debo volver al suplicio de la inmensidad, sabiendo que seré incapaz de regresar a la realidad luego de la próxima visión. Estate atento,  no seré yo quien te reciba si decides venir.

Buena suerte y que Dios te dé las fuerzas que hoy me faltan.

El vacío entre las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora