Hedor

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—Mierda. ¿Qué es ese olor? ¿Estás seguro de que este es el lugar correcto? Cada vez que golpeo la pared, el puto olor es peor. Todo el túnel huele a esa mierda. Llama a Fernando, creo que encontramos un cuerpo enterrado bajo las rocas. Puede que tengan que cerrar la mina—añadió mientras retrocedía hacia su compañero—. Esto es lo que sucede cuando hay mucha gente trabajando y no se les da el mantenimiento adecuado a los túneles. Espera, creo que podemos sacar el cuerpo por nuestra...

—Olvídalo. No me pagan lo suficiente para esto. Vine por gemas y eso es lo que único que sacaré de aquí. A la mierda el cuerpo.

—No puedo creer que ni siquiera vayas a ayudar. Eres un cobarde.

—Jódete.

—¿Qué están haciendo aquí?

La voz venía del otro lado de la pared, lejana, difusa. Ambos hombres se detuvieron por un segundo, preguntándose si realmente habían escuchado algo antes de responder. Se habían sentado sobre una gran roca, alejada del olor, para discutir sobre el posible cadáver. Las únicas luces provenían de una linterna tirada en el suelo y los gastados cascos que parecían estar por quedarse sin batería pronto.

—Estamos...—dijo uno de ellos, asustado.—Estamos buscando un cuerpo. Creíamos que alguien había muerto y quedado enterrado bajo las rocas. ¿Quién eres?

No hubo respuesta.

—¿Quién está ahí?—pregúnto nuevamente, armándose de valor.

Esta vez sí recibió una respuesta. Sonaba como si viniera de todo a su alrededor. Podía escucharlo en su cabeza, pero también a través de sus oídos.

—Sigue cavando. Ya casi estás aquí—pronunció la voz. 

No había forma de saber qué tan lejos estaba, o dónde estaba siquiera, el dueño de aquel susurro. Manuel comenzó a moverse lentamente hacia la pared, tratando de inferir el punto de donde creía que venía la voz. Después de diez metros, extendió la mano y tocó la pared, sintiendo solo la áspera de la superficie de la roca. Avanzó lentamente, sin despegar la mano de la piedra, hasta llegar a un punto donde el túnel se estrechaba. 

—Ese es el lugar

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—Ese es el lugar. Golpea justo ahí. Ahora.

El sonido del pico al rebotar del obstáculo hizo retumbar las vigas un segundo. Y otro. Y otro más. Cuando la pared se abrió, reveló un camino que no estaba en sus mapas. El segundo hombre, que había estado observando en silencio, se acercó, puso su mano sobre el hombro del su compañero y se sujetó con la otra a la abertura. Después de mirarse en silencio unos segundos, avanzaron hacia el interior. Casi no había espacio para moverse, lo que los obligó a inclinar la cabeza hasta que parecía que ambos hacían una reverencia a la nada. 

—Agárrate de algo—susurró la voz, luego de un par de minutos.

Miró hacia atrás rápidamente y vio que su compañero, quien estaba solo unos metros detrás, no parecía haber escuchado nada. Un momento después, la oscuridad. El casco finalmente había cedido tras unos débiles parpadeos. Estaba a punto de voltear para decirle al otro que regresaran, cuando sintió que algo le tomaba las piernas y tiraba con fuerza. Luchó, intentando mantener el equilibrio, pero fue inútil. En un instante se encontró de rodillas, mirando directamente a la cara de un cadáver.

El olor volvió a inundar el tunel

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El olor volvió a inundar el tunel. Se sintió mareado, su cabeza estaba a punto de explotar. Podía ver las cuencas vacías de aquel rostro casi desprovisto de carne frente a él, pero parecía no entender lo que sucedía. 

—Te contaré un secreto—dijo una voz en su cabeza—, aquí abajo no hay suficiente aire para los tres. Será mejor que hagas algo con tu amigo antes de que sea demasiado tarde.

Manuel se alejó del cadáver como pudo, gritando desesperadamente a su compañero que retrocediera. Cuando hubo suficiente espacio, tiró del brazo del otro para ponerse de pie rápidamente.

—¡Había un maldito cadáver parlante ahí abajo!—exclamó histérico, casi sin aire.

—No me jodas. Mejor revisa tu máscara. No sé por qué no se me ocurrió antes, ese maldito gas es tóxico si aspiras mucho.

—¡TE DIGO QUE HAY ALGO AHÍ ABAJO, COÑO!

Comenzó a correr y su compañero no tuvo otra opción que seguirlo hasta la abertura, donde ambos se tumbaron al piso. Manuel aprovechó para ajustar su máscara, jadeando intensamente, tratando de calmarse, pero seguía mirando hacia el túnel donde, a pesar de la oscuridad, sabía que estaba el cuerpo. Lo imaginaba arrastrándose de un lado a otro, golpeando la cara ensangretada contra las paredes a medida que avanzaba, tratando de salir de aquella tumba pedregosa. 

Tardó un momento en darse cuenta de que no era su imaginación.

—¿Pero qué...? ¿Fernando...?—Gritó ahogadamente uno de los mineros.

De las rocas que marcaban la entrada del agujero surgió un cadáver enjuto, tratando de articular palabras antes de desplomarse en el suelo.

El vacío entre las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora