Cazador, presa

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El hombre corría a través del denso follaje con el corazón martillando en su pecho. Sus pies golpeaban el suelo con una urgencia salvaje, levantando una nube de polvo y hojas secas detrás de él. La mirada en sus ojos desorbitados, dilatados al límite por el miedo y la adrenalina, trataba desesperadamente de encontrar un sendero que le permitiera acortar, aunque fuera un segundo, el paso.

Sudor empapaba su rostro, se mezclaba con la tierra que se adhería a su piel. El agotamiento amenazaba con paralizar sus músculos, su cuerpo se movía por el más básico instinto de la naturaleza: la supervivencia. Más que respirar, jadeaba entrecortadamente. El aire expandía dolorosamente sus pulmones comprimidos mientras intentaba en vano retomar el aliento.

Alucinaba. Ya no había selva a su alrededor. Las figuras de los árboles retorcidos y los densos matorrales que entorpecían su avance parecían sonreír burlonamente en su mente destruida por el cansancio. Ramas espinosas se abalanzaban sobre él, desgarrando su ropa, arrancando su piel, haciendo jirones tela y carne por igual. El sonido de su propia respiración agitada apretándose contra sus tímpanos, entremezclándose con el crujir de las ramas, era lo único que escuchaba.

No sabía qué lo perseguía, pero sentía su presencia sanguinaria, sus pasos profundos y el calor de la respiración rústica de un depredador que ha encontrado su presa. Su mente estaba llena de imágenes de fauces encarnizadas y garras listas para despedazarlo.

No se atrevía a mirar atrás. Atrás solo estaba la muerte.

Corría sin rumbo fijo, guiado por la esperanza absurda de encontrar una salida de aquel laberinto verde que se esforzaba por devorarlo vivo. Su cuerpo temblaba, la fatiga era un peso insoportable. Cada parte de su cuerpo se quejaba, suplicando un descanso que ya no podían permitirse.

Refugio. El brillo del sol en la distancia marca el fin del espeso infierno. Un grito ahogado sale de sus labios mientras su cuerpo se desploma contra el suelo al tropezar. El alivio se convierte en desesperación. Pánico. La certeza de haberse salvado se desvanece mientras el terror lo regresa a la fría y cruel realidad.

La bestia emergió de la maleza con una majestuosidad temible. Imponente y feroz, determinada a alimentarse, se detuvo un instante para observarlo con un brillo sádico en los ojos. El hombre quedó congelado. Su cuerpo temblaba sin control mientras una descarga primordial recorría su columna. Miedo puro, intangible y opresivo.

Con un movimiento rápido y certero, lo atrapó entre sus poderosas mandíbulas. El dolor fue abrumador. Sus huesos crujieron bajo la fuerza aplastante de la bestia, los dientes perforaban todos sus sentidos. La oscuridad tardó innecesariamente en cerrarse a su alrededor mientras la vida escapaba de su cuerpo destrozado.

En el silencio, solo quedó el eco de un rugido victorioso: un aviso para cualquiera que se atreviera a desafiar su territorio. La bestia se alejó, dejando tras de sí un charco deforme, una masa de carne y huesos desprovista de cualquier rastro de humanidad, que marcaría para siempre aquel rincón inhóspito de la selva.

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⏰ Última actualización: 7 days ago ⏰

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