El pecado de la Divinidad

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Al principio todos son iguales. Todos gritan y forcejean sin saber que esa sensación no les pertenece. Los movimientos son la esencia del pecado manifestándose en su ser; la Divinidad robada rechazando sus impurezas, la majestuosidad de la Carne despreciando con merecida intensidad a la mente por hacerla prisionera a través del control que los nervios —cadenas— ejercen sobre ella. 

Nunca deja de impresionarme cuando pasa. Los miro, en silencio, desolado por la confusión que sienten. ¿Cómo alguien podría despreciar semejante milagro? Si tan solo supieran lo que realmente representa cada espasmo, ellos mismos estarían en mi lugar. 

La simple idea de que estas personas pretendan ejercer su voluntad sobre mi Señor me llena de rabia, pero, en el fondo, siento también algo de alivio. Me consuela saber que incluso los más valientes, los que maldicen con mayor intensidad... todos son iguales. Todos gritan igual justo antes del primer corte.

Luego de los gritos empiezan el llanto, las súplicas y las promesas. Ninguno de ellos puede evitar el pánico de saber que perderán lo único que los hace sentirse superiores: el "control". Control de su cuerpo, de sus pensamientos, de su destino. 

¡Usurpadores! ¡El control solo le pertenece a Él!

No sé qué es más intenso, si la rabia que siento contra ellos o el orgullo que siento por servir al verdadero Dios. Cada vez que afilo mis cuchillos o doy mantenimiento a las mesas, siento euforia, la felicidad que solo su amor puede darme. Soy un instrumento preciso a su servicio, soy necesario para Él. ¡Gloria eterna a su nombre!

¿Quizás por eso soy tan meticuloso?

Todo debe ser perfecto al momento de empezar. Por ejemplo, es importante mantener fresco cada trozo extraído, por lo que es mejor empezar a trabajar desde abajo y en las áreas con mayor sustancia. Los cortes superficiales pero firmes en las piernas son ideales cuando hay mucho movimiento, siempre tratando las heridas rápidamente tras cada extracción para evitar que el sacrificio sucumba a la hemorragia.

Sin embargo —y esto lo confieso con la mayor de las vergüenzas— mi parte favorita del proceso es cuando retiro súbitamente la esencia del primer dedo, porque es cuando la energía pura de la Carne manifiesta su efecto en las personas. 

Unos recobran fuerzas, muchos pierdan la cordura, pero ninguno soporta la intensidad de la Corriente Divina que recorre sus nervios. Se vuelven violentos, intentan escapar de la sabiduría que el dolor y la ansiedad producen en su frágil mente indigna. 

Otros, benditos sean, entran en un estado catatónico, sobrecogidos ante lo que puedo imaginar debe ser el mayor de los éxtasis por las visiones que conectan su conciencia con las dimensiones distantes que les esperan una vez terminado el ritual.

Debo destacar que, antes de llegar a este punto, es necesario revisar que las cuerdas y correas estén bien sujetas para preservar la sagrada sustancia y facilitar la extracción. Cada pieza de Divinidad debe estar intacta, pues los cortes limpios son señal de respeto, de adoración, del amor que sentimos por nuestro Señor.

Todos son iguales. 

Todos aceptan su destino cuando pierden ambas piernas. Nunca sé si es porque también pierden la esperanza de huir o si han comprendido que sirven a un propósito mayor. 

Qué envidia me dan.

Al final nadie grita, nadie llora. Nadie sufre. Solo quedan en sus ojos sin párpados la mirada vacía y la inerte comprensión que proporciona el hueso desprovisto de mentiras; la satisfacción de haber servido al verdadero Dios, la tranquilidad de la Unificación de la Carne en la Divinidad.

¡Gloria a G'thiin! ¡Gloria eterna en el día de su regreso!

El vacío entre las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora