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Al salir del Instituto, Mila sólo quería despejarse y olvidar esa pesada situación, pero mientras más quería menos podía, y sus preocupaciones tampoco se terminaron cuando recordó que al encontrar a Luz estaba con sus amigas, amigas que la vieron actuar de una forma tan rara y tan preocupada que la dejaron sola en medio de una calle muy transitada. Respiró muy profundamente viendo el cielo, eso sería un problema muy grande sin duda.

No quería meter a sus padres o a su tío en ello, no quería preocupar a nadie o hacer el problema mayor, ya había causado suficientes problemas en su vida. Paró su caminata y miró a su alrededor. Ya sabía lo que tenía que hacer, no veía mejor solución; desvió su camino y paró hasta llegar a otro parque en la cuidad. El famoso Parque de la Paz, uno de los más grandes en la gran área metropolitana, verde y con niños deslizándose por las colinas, un lugar que a simple vista no podría ser más mundano, pero cuando conocías los lugares específicos del mundo jampas volvía a ser el mismo. Mila conocía esos lugares.

Caminó sobre el puente de metal que conectaba ambas partes del parque y al llegar al final bajó las escaleras y las rodeo para quedar por debajo de este, en el punto donde la vista es casi inexistente y esperó.

-¿Qué quieres, nefilim?- escuchó una voz grabe y rasposa, se diría que gruñona, dio la vuelta y ahí estaba él.

-Algo para olvidar- le respondió al pesado duendecillo de menos de cincuenta centímetros que estaba en el suelo. El gran sombreo verde de cono que tenía le aportaba unos cuantos centímetros más.

-¿Mal rato, nefilim?- puso una de sus manos en su cadera, sólo quería molestarla, como hacían los seelies.

-No es de tu incumbencia, quiero algo que sirva con mundanos, ¿lo tienes o no?

-Ummm... No lo sé, porque mejor no vas con un brujo...- dijo arrogante.

-Tú me quedabas de camino... ¿Quieres la paga o no?

-¡Ah, hubieras comenzado por ahí! Bien, lo tendré listo mañana, en la noche.

-Bien. ¿Y qué quieres?- él pensó viendo hacia arriba y frotándose la barbilla.

-Dos monedas de muerto, tierra de tumba de una mascota y pelo de gato negro, pero que sea totalmente negro, nada de falso gato negro.

-Bien, aquí estaré.

Sin decir nada dio la media vuelta y se fue por donde vino, si quería ser un adulto tendría que revolver sus asuntos por su cuenta.

-Bien- murmuró Mila para sí misma mientras caminaba por la acera en dirección a su casa -, las monedas de muerto ya las tengo- repasó contando con los dedos de su mano, el pelo de gato negro, pues tendré que atormentar al gato de los vecinos... De nuevo. Y la tierra de tumba de mascota...

Pensó en la tumba de más cota más cercana a la que tenía exceso, se dio cuenta de cual era y aceleró el paso hasta estar corriendo y entrar a toda prisa a su casa. Sin decir nasa o ver a nadie, tomó de la cocina una bolsita sellable y una palita de la cochera, hasta llegar al patio trasero.

Al llegar al punto donde se detuvo trató de recuperar el aliento, y miró el puño de piedras que cubrían la tierra en ese lugar, suspiro y se arrodillo en la tierra.

-Perdóname, Tobby.

Dijo antes de quitar unas cuantas rocas y hundir la pala, puso algunos gramos de tierra en la bolsa y la selló. Luego dejó la pala a un lado y con devoción acomodó la tierra restante y volvió a poner las rocas como estaban.

Tobby era su perro de la infancia, lo había tenido desde que era una niña, era un french podle blanco que había recogido una vez con sus padres cuando era cachorro y llevado a cas, y nunca más se habían separado. Él había muerto hace poco más de un año, pero ella aún lo recordaba, recordaba el ardor al ponerse la runa de luto en su brazo mientras sus lágrimas resbalaban de sus mejillas. Pero eso ya había quedado en el pasado y no podría recuperar esos momentos.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2022 ⏰

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El Relato Mundano de una Cazadora de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora