Atardeceres

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IV

—Temo señorita... ¿Cómo puedo ayudarla? —le dijo Naomie...

—Es testigo de violación agravada —respondio la mujer vestida de magenta.

—Entonces...

—Cuéntame. Obvia lo que consideres vinculado al sudor, jadeo, u estupor expedido de las piernas de la víctima —, bastaba con mirarse lúcida y detenidamente para que la tensión, aunque excesiva, costara, imponerle una propensión drástica:

«"Sé, de porciento factible...", mi madre es la primera voz resonante: "Cristo, incrusta tus dones donde más le entré"», presintió la retenida al despojo inmerecido de las pertenencias: teléfono, quick de costuras, set de maquillaje..., ni sueñen en el contenido capital que hay alojado en ése, seamos breves: presuroso morral acolchado que a regañadientes disimula, orgullo fuero; la ausencia pues, de su portadora.

Acierto alguno: cuando una voluntad riñe (vuelta la tortilla hacia la calentura del metal), sálvese por gracia y trágica comedia cuantos achares se fisgan, huelan y sirvan de pulso, así honrar las palabras sinceras obsequiadas por un órgano sumido en las mentiras, desasosiegos, contra las inferencias ajenas bañadas elocuentemente en las aguas marginales de un prefecto ulterior de la razón. Por supuesto, no es de su interés, no obstante, ¿saben de que lado masca la iguana?

Quinto piso, delante la salida de emergencia, los baños exclusivos (clausurados), atrás, por el entrecejo del servicio de limpieza, ojo con esto, paquetes de arroz, harina, ¡vaya día! Docenas de frijoles en balde de pago.

La oficina cofeccionada por un magnífico partidario del aliento de héroes y la cagada de burros, las privó con sillas giroscópicas, muebles diáfanos y una ventanilla curva; la puerta de allí no autorizaba platicar de fugas hasta la culminación del extenuante interrogatorio, ¿siquiera había empezado?

—¿La conocías, no es así? —pregunto la detective "naricita chispeante".

—Claro —doblando el enigma —. Salón, año y sección.

—¿Fanny de York, entiende que es acosada?

—¿Usted, creé intimidarme? —ríe pa'l enternecido pueblo. Lloran bebes y los niños se tragan sus gargantas. Rentan camas de amor, las parejas ya no quieren sexo, sino dulces añoranzas, porque buscan conversación en las tinieblas.

«¿Por qué habrá santos por cada esquinazo del barrio; mujerzuelas indultas en anfiteatros del señor? Yo aquí tolerando menuda aprisión, ¡lo ví! Quien sobre este asiento debe ser sujeto. Fui una tonta, Alivie le atinó: "Catorce susurros velaron aquello, por lo que, nadie disto jamás", catorce personas siendo rehenes de ésta conspiración. Ugh, provoca orquestar un nuevo crimen»..., persquisó Naomi soñolienta.

—¡Hum!, tomemonos una pausa —Interrumpe en vilo aletargado.

Hora del Café. Es mezquino un venezolano que no consuma la susodicha sangre de la vid, sea la hostia consagrada cuando la ocasión lo valora crucial o, para los osciosos: un oasis en el desierto, el sello de la moneda al caer, el gobierno bolivariano años y años en el poder... Exageraciones ridículas, piropos prescindibles.

Balza ha esquivado la seducción de éste paladar con los pesados labios que tenía. La piel mestiza, las pestañas —rendijas abiertas—, osea una aventurera del sur de las Américas, cohibida. Le conto todo a las 17:23 pm.

—Tiempo es. Vete —señalándole una caja —. Acá tus cosas, y...

—Sí, señorita. Lo recordaré —dijo, yendo al exterior.

Apagaron las lucecitas del mundo. El esternón produjo mientras caminaba luengamente el pasadizo escolar temores intransigentes: las hijas y el padre de esas niñas. Bohemios los quinques tintos: pupilas inflamadas. Los alaridos del sabueso al eyacular.

Ella desmentía su propia existencia e infame propósito:

«Pronto, como la bala que nunca le dió... Fuera de la sensación más violenta, muerto a las 3:30. Aún desnudo, mohíno y, afortunado, el nené que parió la tierrua ésa al tacto, cuerpo sin cuerpo, ¡alguien se lo ha llevado! ¿Pero quién cargaría con él hacia el lugar donde lo habían matado?», musitó duditativa, infantil.

Derrota la sed, ello lastimó con tinta el papel...

Se detuvo río arriba. Con el instituto remoto. El puente de Los Leones permanece exabrupto, pasitos de la estación La Paz. Los obreros retornan a los hogares comunales una vez otro atardecer figura en el horizonte. La camioneta en la que se subio rodaba por la O'Higgins, y la réproba redoma, y la agazapada Vega. Como descendiera tendría el hueco trasero de la urbanización, la ferretería los Paraparos, las copiosas callejuelas mencionadas. Historia de viejas.

Terrazas de la Vega representa al valle, techo y pared de la comunidad, dividida por dos etapas, alimentadas aproximadamente hace 30 años por la fábrica de cemento.

Fabrica que se tratará después. Supongo.

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