Capítulo Siete Secretos.

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Hermione ocultaba algo. A sus amigos, a ella misma. Era algo que se negaba a aceptar, e intentaba olvidar estudiando, concentrándose en los exámenes que se acercaban. Algo que nunca pensó que podría pasar y, sin embargo, ahí estaba, asomándose en los momentos menos esperados. En el Gran Comedor; en la salida a Hogsmeade, que tuvieron en cuanto regresaron al colegio; incluso en los jardines, que siempre habían sido su lugar favorito. Es que en serio no podía creerlo, no quería creerlo, pero era una verdad tan grande que poco podía hacer para ocultarlo: ella en verdad detestaba a la nueva novia de Ron.

Luna Lovegood era una chica tan crédula, tan despreocupa, tan... tan diferente a ella. Estaba feliz por Ron, en serio que sí, pero cuando notó que la rubia empezó a hacerse de un lugar en su amado y pequeño grupo empezó a preocuparse. No le gustó que platicara con Draco acerca de sus infancias y mucho menos le agradaba que compartiera con Harry el sentimiento de haber crecido sin una madre. Empezó a sentir celos.

Sabía que era un sentimiento estúpido, que sus inseguridades estaban de más, que amigos no la "reemplazarían" por esta nueva chica pero, aun así, no podía evitar sentirlos. Y si tan sólo Luna fuera una chica fácil de odiar... pero no, lo que la hacía sentirse peor, es que Luna era una chica agradable.

Le parecía curioso como nunca había tenido el mismo sentimiento con Ginny. Bueno, ni tanto, porque creía que eso tenía una sencilla explicación: Ginny era la hermana de uno de sus amigos, no un miembro más de su grupo. La pelirroja entraba en la categoría de "agregada cultural", pensaba Hermione. Alguien que inevitablemente, siempre estaría ahí. En eso estaba pensando cuando el pequeño tic-tac se coló de nuevo en su cabeza. Entre celos, inseguridades, agregadas culturales y rivales ¿aún podía pensar en "eso"?

oOo

—Deberías pensarlo —le dijo Harry a Ron —Estoy seguro de que después de la caída que tuvo Dean, no le quedarán ganas de volver al equipo. Angelina hará unas nuevas pruebas y tú eres muy bueno jugando. Podrías ser el nuevo cazador del equipo.

—No tengo escoba —se excusó Ron —Y, aunque tuviera, soy mejor como guardián.

—Ya lo sé, pero lo importante es que te presentes a las pruebas —seguía tratando de convencerlo el moreno —Empieza a hacerte notar. Anda, te prestaré mi Nimbus, si quieres.

—De acuerdo —accedió por fin el pelirrojo —Pero no será un préstamo, te rentaré la escoba.

Así que ese viernes, Harry y Ron surcaban el cielo, en medio del estadio de quidditch, practicando para la prueba del día siguiente. Hermione los observaba, sentada en las gradas, agradeciendo estar bien segura en suelo firme. Nunca le había gustado volar, y ahora, con las náuseas permanentes que sentía, esas escobas le parecían más aterradoras que nunca. Estaba tan susceptible, que sintió perfectamente cuando Draco se acercó a ella por detrás, y por primera vez en la vida, no se espantó.

—Habla —le dijo el rubio, sentándose junto a ella, colocando su escoba con mucho cuidado en un asiento vacío —¿Qué te traes, eh? Tienes una cara...

—No quieres saber —contestó secamente Hermione.

—Si estoy preguntando, es obvio que quiero saber —Draco sabía que su amiga podía ser muy testaruda.

—Pues lo siento, porque es obvio que no te voy a decir —la chica se paró, dispuesta a irse de ahí, pero el rubio la retuvo diciendo algo más.

—¡Demonios, Hermione! Uno viene aquí, intentado ayudar y tú lo único que sabes hacer es cerrarte... ¿qué sólo puedes confiar en Potter? —aunque lo último lo dijo para él, la castaña lo oyó perfectamente.

Hoy es juevesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora