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A Sungchan le molestaban muchas cosas.

No le gustaba que hiciera mucho frío ni mucho calor, tampoco que usaran sus juguetes, ni las personas que hablaban mucho y son demasiado cariñosas, y mucho menos, que se le acerquen. Pero sobre todo, le molestaba escuchar a sus papás pelear.

—¿Cómo estuvo su día, joven Jung? —preguntó el conductor que lo llevaba de regreso a su hogar. Sungchan no respondió. Prefirió observar la paleta de limón que aún sostenía.

Ese tal Shotaro no le daba buena espina. Tal vez debería tirar el dulce a la basura cuando llegue a su casa, posiblemente tenga algo malo en ella.

—Listo, joven Jung. Ya llegamos.

El pequeño no tardó en bajarse el auto e ir hacia la entrada de su hogar, donde fue recibido por la señora que se hacía cargo de él.

—Joven Jung, bienvenido. Vaya a lavar sus manos en lo que servimos su comida—Sungchan obedeció y se dirigió al baño que había cerca.

Una vez que regresó al comedor, notó que solo su plato se encontraba servido. Inmediatamente, la mujer que se había encargado de ordenar la mesa notó la mirada curiosa del niño.

—Oh, sus padres no comerán con usted hoy. El señor llamó para avisar que llegaría tarde y la señora salió con sus amigas—Sungchan solo asintió. No se sorprendió, comúnmente comía solo.

Una vez que terminó subió a su habitación a cambiarse, en treinta minutos comenzaría su clase de piano. En su día a día no tenía tiempo para jugar. Los juguetes que tenía sólo adornaban su gran habitación.

Cuando se quitó el pantalón de su uniforme, la paleta que guardaba en su bolsillo cayó al suelo. La levantó y la observó por un rato.

Ese niño era raro.

Por su mente pasó la idea de tirarla, ya que no tenía permitido comer dulces, pero, se detuvo cuando recordó lo lindo que se había visto sonriendo.

Eso le molestaba.

Con el ceño fruncido, sacó la paleta de su envoltorio y la metió a su boca. Una mueca se formó en su rostro, la acidez bajo su lengua le hizo cosquillas. Sonrió por la sensación extraña. Le gustaba.

Tal vez, Shotaro no era tan malo.

Volvió a meter la paleta en su envoltorio y la colocó sobre su buró cuando se dio cuenta que se le hacía tarde y debía terminar de cambiarse.


[...]

El día fue largo para Sungchan.

Primero habían sido las clases de piano, después las de pintura en óleo, danza, tenis y por último, matemáticas.  Se sentía tan cansado que, después de bañarse, se quedó dormido. Y estuvo descansando bien hasta que se comenzaron a escuchar unos gritos.

Otra vez sus papás estaban peleando.

—¡De nuevo llegas ebria!—alzó la voz el hombre.

—¿¡Y cuál es el problema!? ¿¡Quieres que me quede aquí encerrada como una buena esposa mientras tú sales con una mujerzuela!?

—¡Ya te he dicho que no salgo con otra mujer!

—¿¡Y piensas que te voy a creer!?

Los gritos siguieron. Sungchan se escondió bajo sus sábanas y tapó sus oídos. No quería escuchar más.

¿Por qué sus papás no podían dejar de pelear?

Él solo quería ser un niño normal con unos papás normales.

¿Era mucho pedir?

𝘓𝘌𝘔𝘖𝘕 𝘉𝘖𝘠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora