Capítulo 4

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THIAGO

Aquella semana había sido un maldito infierno. Fuera donde fuera, allí estaba ella. No solo me la había cruzado como mil veces en el instituto, sino que siempre que miraba por la ventana de mi habitación podía verla detrás de la suya. Cuando yo tenía diez años y ella siete, habíamos creado una especie de código morse; era lo único que había compartido con ella y en lo que mi hermano no había podido participar, ya que la ventana de su habitación daba a la otra parte de la casa.

Siempre había sentido una envidia sana al ver la relación que ellos tenían. Era normal ya que ambos tenían la misma edad y se comprendían mejor, pero vernos desde
la ventana y compartir aquel código nos había acercado de una manera que Taylor no podía imaginar. Cuando cumplí trece años, mis sentimientos empezaron a cambiar y mis ojos la vieron de una forma distinta a la que estaban acostumbrados. En esa época ya me había empezado a fijar en chicas y por Kam sentía una necesidad irrefrenable de hacerla rabiar. Ella había sido la primera chica a la que había besado, un beso torpe y rápido, pero que aún permanecía en mis recuerdos.

Dado que ya no era una niña, ese sentimiento que siempre me había hecho sentirme atraído hacia ella había aumentado, solo que el deseo se mezclaba con la rabia. No podía evitar odiarla, pues una parte de mí la culpaba injustamente por lo que había ocurrido, pero la otra solo quería volver a besarla. Pero besarla de verdad. Saborear su boca y sentir su cuerpo pegado al mío.

Durante aquellos días había podido observarla desde la distancia. Era como la abeja reina de aquel instituto: todos hablaban de ella y todos se movían a su alrededor como si fuese el puto sol del universo. Su vida era perfecta. Todos lo decían, todos la envidiaban y eso solo aumentaba mi odio hacia esa familia. ¿Por qué su vida sí podía ser así y la mía había terminado hecha pedazos?

Pero no solo había oído buenos comentarios sobre ella. Muchas personas le tenían mucho odio. Es más, la gente hablaba de ella como si de un objeto se tratara. Algunos incluso la llamaban la princesa de hielo y eso sabía que era en referencia a su madre, la reina de hielo. En eso sí que tenían razón: Anne Hamilton era un puto iceberg. Aún seguía sin entender cómo mi padre había podido engañar a mi madre con aquella mujer. Era guapa, sí, pero era un cuerpo sin vida, un bloque vacío... ¿Sería Kam, en el fondo, igual que ella?

Lo que más me había trastocado esos días, lo que realmente me había tocado la fibra, habían sido los comentarios de los jugadores en los vestuarios. La última semana había podido oír de todo, desde lo buena que estaba hasta las cosas que le harían. Los comentarios se enmudecían cuando el capitán del equipo, Dani Walker, estaba presente. El supuesto novio de Kam era un pijo estirado con los humos subidos, hijo del alcalde y capitán del equipo. ¿Era bueno? Sí, lo era, pero también era un gilipollas de cui-
dado.

Le había dado el beneficio de la duda cuando pude comprobar que de él no salía ni una palabra en referencia a Kam, al revés. Si alguien se pasaba de la raya o soltaba algún comentario fuera de lugar, lanzaba miradas intimidatorias y amenazantes que tenían el efecto deseado entre sus compañeros: cerraban la boca, al menos cuando estaba él presente.

Pero algo había cambiado hacía unas horas y lo que había llegado a mis oídos me había afectado a niveles que nunca creí posibles. Solo imaginarme al imbécil de Dani dentro de ella...

Las palabras de Victor Di Viani a Kam me habían enfurecido, pero no podía permitirme una pelea delante de todo el gimnasio. Me centré en el partido, pero en el segundo tiempo tuve que volver a presenciar cómo las animadoras, entre ellas Kam, bailaban delante de todos mostrándonos los cuerpos esculturales de piernas largas y barrigas planas. Kam estaba increíble. Era la estrella de ese equipo y cada vez que la lanzaban al aire y se abría de piernas medio estadio se empalmaba, estaba seguro.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora