6. Una máquina perfecta

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Hay gente a la que le gusta la paz, la calma y la tranquilidad. Pasar por la vida sin pena ni gloria, con la menor cantidad de sucesos engorrosos posible. 

Jungkook no era de esa clase.

Jungkook era adrenalina. Se nutría de ella, mataría por ella. Un hombre que había asistido a la academia militar en cuanto cumplió los dieciocho no podía considerarse alguien tranquilo. Había pasado años allí, formando parte de ello y escalando posiciones. 

Su vida era perfecta.

Hasta que le pegaron un tiro en Afganistan. 

Recibió un disparo en el abdomen que casi le cuesta la vida. Fue repatriado y pasó semanas en el hospital, luchando contra las heridas internas y posteriormente, con una infección que casi consigue llevárselo por delante.

Le condecoraron por su valentía pero junto con la medalla, llegaron las malas noticias. No podría volver.

Su superior testificó ante un tribunal militar que ese disparo podría haberse evitado y que todo fue debido a la imprudencia de Jungkook. Jungkook no pudo enfadarse, no demasiado al menos. Sabía que tenía razón. El disparo fue producto de un impulso. No fue lo bastante cuidadoso, ni tuvo la cabeza lo bastante fría y esa fue la consecuencia.

Le ofrecieron quedarse en inteligencia, subir con los altos cargos y manejar la paz y la guerra desde los despachos.

Pero Jungkook era adrenalina.

Dimitió. Su buen nombre no obstante, le fue de gran ayuda cuando quiso entrar en el cuerpo de policia. Bastó con mostrar su expediente y hacer alusión a la medalla y eso fue todo. Un par de pruebas como meros formalismos y estuvo dentro.

Nada le libró, por supuesto, de entrar a la academia. Le dieron ganas de reirse. Después de pasar por el ejército, la academia de policias era un juego de niños. Aunque decidió que ciertamente, tener que pasar por la preparación le daba igual.

Seis meses después, ya formaba parte del cuerpo. Transcurrido un año, ya había sido ascendido. Su vida volvía a ser algo similar a feliz para él.

Hasta que le dispararon. De nuevo.

La vida le odiaba.

Fue durante una redada. Jungkook, junto a su compañero y tres patrullas, había entrado a un piso franco. Arma en mano, habían reducido a los habitantes y ya estaban incautando la droga cuando una banda rival decidió que ese era el día donde debían ir y masacrarlos a tiros. 

Jungkook quedó atrapado en el fuego cruzado y eso fue todo.

Dos tiros, uno en la pierna y otro en el estómago. Los medicos se habrían reido de no haber estado al filo del cementerio. De nuevo.

Porque la maldita bala había atinado justo donde yacía la cicatriz de la primera que le había atravesado el estómago. Esa vez se dio por muerto. Pero la vida tenía un curioso sentido del humor. Te atravesaba las vísceras dos veces por el mismo agujero y sin embargo, decide que ese no es tu día para morir.

Pero ese era justo el mismo motivo por el que Jungkook en aquellos momentos aborrecía su vida, porque el maldito tiro de la pierna le había costado la baja y unas muletas. Para alguien como él, estar de baja, inactivo, sin nada que hacer más que reposar era un infierno hecho rutina.

Así que para evitar caer en un círculo depresivo y pegarse un tiro en un sitio mucho más mortífero que la pierna, había desarrollado una rutina que le obligaba a salir de casa en su lamentable estado.

No importaba si hacia sol, nevaba o caían chuzos de punta.

Jungkook saldría por la mañana a hacer una compra pequeña, de lo que fuera. A veces solo traía el pan. Pasaría por casa para dejarlo todo en su sitio y acto seguido, volvería a bajar para tomarse un café en aquel local unos números más abajo en su calle. Aquella en la que jamás en su vida había parado hasta que su existencia quedó reducida a aburrimiento y movilidad limitada.

Afortunadamente para él, aquel tiro en la pierna no le valió una incapacidad permanente porque no se veía siendo un buen inválido.

Sonaba mal, pero Jungkook sabía reconocer sus limitaciones.

Con suerte, le quitarían las malditas muletas para final de mes (tal como le prometieron los médicos) y él volvería a ser Jungkook. El de siempre. Una máquina perfecta, entrenada y preparada para la acción.

Y era precisamente por eso, porque era una máquina perfectamente entrenada, que nada escapaba a su radar.

Ni un movimiento cerca de su emplazamiento, ni los ruidos de la cafetería, ni tampoco el moratón mal maquillado que el chico de pelo negro lucía en el pómulo.

No estaba mal, debía reconocerlo. Lo había cubierto de manera lo suficientemente discreta como para que pasase por un exceso de colorete.

Engañaría a cualquiera que no fuera Jungkook.

—Buenos días.—a pesar de todo el chico le sonrió, siempre parecía feliz de verlo. Solo Dios sabría por qué.—¿Café con hielo?

Jungkook observó cómo su sonrisa temblaba ligeramente, casi seguro acuciada por el dolor que el gesto debía estar despertando en el golpe de su rostro.

Asintió sin quitarle los ojos de encima por primera vez.

Y por primera vez, el chico parecía reacio a hacer contacto visual. Asintió y tras inclinarse con el respeto de siempre, anunció.

—Ahora mismo se lo traigo.

Jungkook le siguió con sus ojos de halcón a cada paso. No se perdió como parecía cojear ligeramente. Tampoco que llevaba un botón de más abrochado en la camisa, tal vez tapando alguna otra marca en sus clavículas. Y también se fijó en cómo se frotaba la herida maquillada cuando creía que nadie le veía.

Apartó sigilosamente la vista cuando el chico se dirigía hacia él.

—Aquí tiene.—le tendió el café, Jungkook el billete y tras el intercambio, el muchacho regresó con los cambios y un bollito de mantequilla diminuto envuelto en plástico.—Disfrute del café. Estoy allí por si necesita algo.

Sonrió y se fue a su puesto. Jungkook lo observó marcharse, preguntándose cosas.

Aunque finalmente decidió que no era su tema.

Desde que lo echaron del ejército había aprendido que meterse en los problemas de los demás, intervenir dándoselas de héroe salvador, no te traía más que consecuencias desagradables.

Su segundo tiroteo no hizo más que confirmárselo, volviendo a un reacio Jungkook aún más desentendido y ensimismado.

Que cada cual se encargase de su mierda, él ya había tenido suficiente como para dos vidas.

Cuando Jimin lo vio marcharse con sus muletas, se apresuró a recoger su mesa. El corazón le aleteó a toda velocidad cuando, al ir a retirar el platillo, vio que allí solo quedaba la cuenta.

Ni rastro del bollito.

Sonrió sin restringirse por el dolor en su pómulo golpeado.

Cuando caigan las estrellas✨Kookmin✨ PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora