El saco de boxeo se balanceaba con cada golpe.
Jungkook no le permitía regresar del todo antes de asestar otro puñetazo que lo impulsaba lejos. Una y otra, y otra vez. Hacía ya cinco minutos que los latidos en sus sienes le venían avisando de que rozaba su límite, pero Jungkook no quería parar.
Llevaba una hora y media en el maldito gimnasio y aún no había despejado la cabeza.
El que normalmente todas sus preocupaciones se esfumaran al segundo golpe no le estaba poniendo de mejor humor. Jungkook apretó la mandíbula y disparó tres puñetazos cargados de rabia antes de dejarse caer abrazado al saco con un rugido. Balanceándose, apretó la frente húmeda en el cuero. El chirrido metálico del suspensorio protestó.
Maldito Taehyung.
¿Por qué tenía que irle con cuentos? Él ya se había encargado de pararle los pies al imbécil de la cafetería, mucho mas de lo que la obligación le exigía. Pero como no, Taehyung el perdonavidas había tenido que implicarse de mas.
Algo que por lo general le importaba una mierda, salvo cuando de rebote, pretendía inmiscuirle a él.
Justo lo que había hecho, por supuesto.
Tras intentar dar con Jimin durante horas, su compañero lo encontró llorando frente a un edificio, un edificio al que no se atrevió a entrar. Taehyung le contó que intentó llamarle pero que el chico se escabulló y no consiguió encontrarle de nuevo.
Jungkook le había dejado claro que no le interesaba y que por lo que a él respecta, habían hecho todo cuanto podían. No estaban obligados a mas.
Olvídalo, se las apañará, le había dicho.
Y él estaba determinado a ello. Que la imagen de Jimin llorando frente a un edificio viejo con marcas de heridas frescas no le abandonase ni a sol ni a sombra solo era una consecuencia indeseada del dramatismo de Taehyung, filántropo por naturaleza.
Debería dormir, se dijo. Recogiendo la sudadera del suelo, dio por finalizada la jornada. Los pasillos del gimnasio estaban desiertos. La gente no solía entrenar de noche y pese a que Jungkook tampoco, ese día lo necesitaba. Agradeció la quietud del lugar. Aunque ni toda la quietud del mundo podría haber evitado que reconociese la menuda figura que salía del vestuario número tres.
Jimin llevaba una mochila al hombro y el pelo húmedo. Por el pasillo bañado de humedad, le llegó el efluvio a limpio.
Jungkook se detuvo, de modo que Jimin continuó su andar sin percibirle, ocupado en cerrar bien la cremallera medio rota de su mochila. Se la colgó al hombro y sus pies frenaron con un chirrido.
Con ojos enormes vio a Jungkook en la corta distancia. El rojo de la vergüenza coloreó su cuerpo, pudiendo sentir el juicio en sus ojos pesados. Temiendo que pudiese leerle el pensamiento, Jimin miró fijamente al suelo y puso todo de sí para evitar correr hacia la salida.
Jungkook se giró a mirarle mientras el chico subía presuroso las escaleras.
Su ceño se frunció.
La matrícula de ese gimnasio no era barata. Estaba tentado de llamar a Taehyung y contárselo para que dejase de tomar a Jimin como un niño desamparado. Pero una fuerza magnética le sacudió cuando sus ojos se detuvieron en la puerta por la que acababa de salir Jimin. Entrar allí no fue una decisión consciente, si lo fue sin embargo estudiar el lugar.
El espejo empañado comenzaba a clarear por los bordes y los suelos lucían bastante secos. Hacía rato que aquel vestuario no veía trajín.
Jungkook se acercó hasta las duchas, confirmando el charco de humedad reciente bajo una de ellas. El corazón le martilleó extrañamente en la garganta mientras se acercaba. La balda bajo el grifo estaba vacía. Un vistazo al resto de duchas le confirmó que nadie mas se había llevado los utensilios de limpieza que el gimnasio regalaba.
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Cuando caigan las estrellas✨Kookmin✨ PAUSADA
Fanfiction❝Nadie ha cuidado nunca de Jimin. Nadie salvo las estrellas... Y Jungkook❞ Jungkook, ex militar y policía, ve algo raro en Jimin, un chico que trabaja en una cafetería de su misma calle. Golpes mal tapados y comportamientos extraños, le llevan a inv...