Vacaciones - 8

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Después de tanto tiempo por fin iban a darse un descanso, la pareja había elegido una cabaña en el bosque, hogareña y acogedora que transmitiera el calor de hogar entre sus paredes, por eso pasarían la semana de vacaciones de invierno en aquel lugar. La cabaña que alquilaron quedaba a casi cuarenta minutos de un pueblecillo perdido, donde la paz era base y una sonrisa en los infantes era grata. Unas cuantas casas, un pozo junto a la iglesia de piedra y una vista hermosa hacía los nevados y cerros, era lo que ofrecían esas vacaciones tan inolvidables.

Una aventura si duda, ya que en la noche a vela tendrían que pasar, el agua era escasa y todo daba una pinta de décadas pasadas, veladas románticas se podrían contemplar, la emoción se olía junto al misterio. Con la pareja tan descuidada seguro había cosas interesantes durante su estancia.

Llegaron muy temprano y recorrieron todas las habitación, un pequeño pozo se hallaba en el jardín de atrás. Desempacaron y sin muchos rodeos se dispusieron a husmear por los senderos que daban a la cima de la montaña, el clima era perfecto para aquello y para perderse claro esta, con un sol tímido que no llegaba a sofocar y algunas corrientes frías por la altura que ponían la piel de gallina.

– Iwaaa-chan – rezongó el castaño a modo de puchero – ya no avanzó, ¿cuánto más piensas caminar? –.

Quejidos de castaño eran normales, no habían caminado mas de cien metros y este ya estaba cansado.

– No hemos caminado nada, perezoso – con una mueca se volteó al ver jadeando del cansancio al testarudo Tooru – tenemos que llegar hasta allá– señaló un árbol que más parecía una mancha por lo pequeño que se veía a la distancia. Se escucho un quejo de parte del menor pero nada más.

Un almuerzo rápido en la cima de la montaña, el aire escasea por la altura y el frío viento hace que las mejillas de iwaizumi se sonrojen un poco. Onigiris simples con un interior de salmón se saborea y algunas migas caen al piso para ser alimento de los animales de la zona.

Una charla que casi se convierte en una discusión amistosa entre la pareja, todo aquello mientras contemplan la vista de un mirador perdido. Ver los pájaros, los ciervos correr y unos pequeños insectos que se colaban entre el bento terminado.

Pasearon un poco más por la zona hasta que el sol comenzó a esconderse y se pusieron de regreso a la cabaña, el moreno cargaba a un agotado chico que ya no podía más, imagen hermosa de contemplar por ciento. Depósito un cuerpo inerte en el sofá de la sala, se había dormido en trayecto de regreso, prendió una velo para no quedar a ciegas. Después de quitarle los zapatos al pequeño demonio dormido, fue a hacer la cena, una simple y rápida sopa de miso.

Despertar al enano para que comiera y aguantar sus berrinches era ya algo cotidiano.

– Mis piernas duelen demasiado, Hajime – un chillido de enfado emitió Oikawa y el moreno solo pudo disimular una sonrisa burlona, mientras hacia que terminara toda su comida.

– Ya deja de quejarte no es para tanto – dijo con tono supuestamente serio para no dar su brazo a torcer.

Cuando finalizó la misión imposible de darle la cena al castaño, lo mando a bañar en cuanto el ponía en orden la cocina y lavaba la loza.

Oikawa salió del baño con su pijama de gatos, el cabello húmedo y una cara adormilada, se sentó en el regazo del mayor y apoyo su mejilla en el hombro de este. Iwaizumi correspondiendo a los anterior hecho, colocó una mano en la cintura del chico contorneando su figura y con la otra tocaba el cabello húmedo, revolviéndolo para secarlo más rápido.

– ¿Te siguen doliendo las piernas? – pregunto en un susurro para no asustarlo en caso que estuviera dormido, sintiendo la respiración de ese enano en su cuello se dispuso a darle un beso en el mentón ya que la postura no le permite llegar a sus labios, después de toda burla la preocupación era mayor.

Un sonidito y seguido de su voz adormilada se escuchó.

– Ya no tanto... pero me siento mareado y agotado – dijo con los ojos cerrados – creo que me cansé demás subiendo la montaña –.

– Talvez–.

Secarle el cabello con cuidado, peinarlo y hacerse una trencita al costado, trasladarlo mágicamente hasta la cama arroparlo como un bebé y acurrucarlo entre sus brazos para que no tenga miedo, todo aquello era una responsabilidad que venia con ser el conyugué de ese pequeño dormilón. Cosas que le encantaban en realidad hacer, pero no descartaba la idea tentadora de dormir de la misma manera que Tooru, siendo abrazado en esos brazos poco mas pequeños que los suyos y un tanto mas finos, al igual que delicados, ideas que jamás saldrían a luz pero esperaba con anhelo.

Nueve meses de aventura // IwaoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora