Capítulo 2: Camino al infierno

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Penreith, Gales, marzo de 1815

Liam Payne acabó de poner sus marcas de aprobación en la lista. Las nuevas máquinas para la mina estaban funcionando bien; el administrador que había contratado recientemente estaba haciendo un excelente trabajo y los demás negocios iban viento en popa. Puesto que había realizado sus otros objetivos, era el momento de buscar una omega o beta.
Se levantó de su escritorio y fue a contemplar el paisaje cubierto por la niebla. Desde el momento de verlos había amado ese hermosísimo valle y esa vieja casa señorial de piedra. De todos modos, no se podía negar que en invierno era un lugar solitario, incluso para un Alfa que finalmente había encontrado la paz consigo mismo.
Habían transcurrido más de cinco años desde que estuviera con una pareja; cinco años largos y difíciles desde la enfermiza obsesión que había destruido todos sus derechos al honor y la dignidad. Esa locura le había sido útil durante sus años guerreros, pero le había deformado el alma. La cordura le había vuelto sólo después de haber estado peligrosamente cerca de cometer un acto que habría sido imperdonable.
Desvió sus pensamientos, porque era muy doloroso recordar cómo había traicionado sus creencias más profundas. Era hora de dejar de azotarse y mirar el futuro.
Esto lo llevó nuevamente al asunto de una omega. Sus expectativas eran realistas; si bien no era ningún Alfa de perfección, tenía buena apariencia, venía de buena familia, y poseía una fortuna más que adecuada. También tenía sus defectos, los suficientes para que cualquier omega que se respetara sintiera deseos de mejorarlo.
No aspiraba a una gran pasión; Dios santo, eso era lo último que deseaba. Era incapaz de ese tipo de amor; lo que consideraba una gran pasión había sido una obsesión torcida, patética. En lugar de buscar un romance, buscaría un omega simpático e inteligente que fuera un buen compañero, un omega con experiencia de la vida, y aunque tenía que ser lo suficientemente atractivo para llevarla a la cama, no era necesaria una belleza increíble. En realidad, según su experiencia, una belleza increíble era más bien una desventaja. Gracias a Dios ya había pasado su juventud y la idiota vulnerabilidad que la acompaña. La personalidad y la apariencia eran fáciles de evaluar; lo más difícil, pero esencial, eran la honestidad y la lealtad. Había aprendido, de la forma difícil, que sin honestidad no hay nada.
Puesto que en ese rincón de Gales había pocos omegas elegibles, tendría que ir a Londres a pasar la Temporada. Sería agradable pasar unos meses sin otro objetivo que el placer. Con suerte, encontraría una omega agradable con quien compartir su vida. 

Su ensimismamiento fue interrumpido por un golpe en la puerta. Dio permiso para entrar y apareció su mayordomo con un zurrón sucio por el viaje.
– Ha llegado un mensaje de Londres para usted, milord.
Liam abrió el zurrón y sacó una carta lacrada con el sello del conde de Strathmore. Rompió el lacre ilusionado; la última vez que Louis le envió un mensaje con esa urgencia era una llamada a para unirse en una complicada misión de rescate. Tal vez Lou se había inventado algo igualmente interesante para animar la última etapa del invierno.
La alegría se desvaneció cuando leyó las frases del mensaje. Volvió a leerlo y se incorporó.
– Encárgate de que se atienda bien al mensajero de Strathmore y dile a la cocinera que posiblemente no vendré a cenar. Voy a ir a Aberdare.
– Sí,milord -sin poder reprimir la curiosidad, preguntó-: ¿Malas noticias?

Liam sonrió sin humor:
– La peor pesadilla de Europa acaba de hacerse realidad.

[...]

La noticia llenaba de tal modo su cabeza que apenas advirtió la fría niebla mientras atravesaba el valle en dirección a la grandiosa mansión que albergaba a los condes de Aberdare. Cuando llegó a su destino, desmontó, entregó las riendas al mozo y entró en la casa subiendo de dos en dos los escalones. Como siempre que visitaba Aberdare, lo invadió la sensación de maravilla por poder nuevamente entrar en la casa de Jacob con tanta soltura como cuando eran escolares en Eton. 
Como era costumbre el mayordomo le ordeno esperar en la sala, él formidoo Alfa entró en la sala encontrando a su hermano y cuñada 
– Siempre lamenté estar imposibilitado en casa y perderme la última ofensiva desde la Península a Francia. Luchar contra los franceses una última vez me daría la sensación de haber cumplido.
– Todo eso está muy bien -dijo Jacob secamente-, pero trata de no hacerte matar.
– Los franceses no lo consiguieron antes, por lo tanto supongo que tampoco lo conseguirán ahora -titubeó un instante y añadió-: Si algo me ocurriera, el contrato de arrendamiento de la mina recaería en ustedes. No quiero que caiga en manos desconocidas -vio que el rostro de Clare se ponía rígido ante esa alusión a su posible muerte-. No tienes por qué preocuparte -le dijo en tono tranquilizador-. La única vez que me hirieron de gravedad fue cuando no llevaba conmigo mi amuleto de la suerte. Te aseguro que no volveré a cometer ese error.

– ¿Qué tipo de amuleto? -preguntó ella, curiosa.
– Es algo que diseñó y construyó Louis en Oxford. Yo lo admiraba tanto que me lo regaló. En realidad, lo tengo aquí -sacó un tubo de plata del bolsillo interior de la chaqueta y se lo pasó a Clare-. Louis inventó la palabra «
calidoscopio
», usando las palabras griegas que quieren decir «
ver formas hermosas
». Mira por ese extremo y apúntalo hacia la luz.
– Cielo santo -exclamó Clare, siguiendo las instrucciones-. Es como una estrella de vivos colores.
– Gira lentamente el tubo. Verás cómo cambian las formas.
Clare lo hizo girar y se oyó un castañeteo. Lanzó un suspiro de placer.
– Es precioso. ¿Cómo funciona?
– Creo que sólo son trocitos de vidrio coloreados y algunos espejos. De todos modos, el efecto es mágico -sonrió al recordar su sensación de maravilla la primera vez que miró dentro-. Siempre me he imaginado que el calidoscopio contiene un arcoíris roto; si miras los trozos de la manera correcta, finalmente vas a encontrar una forma.
– Por eso se convirtió para ti en símbolo de esperanza -musitó Clare.
– Supongo que sí.
Clare tenía razón; en la época en que su vida le parecía rota sin remedio, había encontrado consuelo en observar las preciosas figuras siempre cambiantes del calidoscopio; del caos, orden; de la angustia, esperanza.
Jacob cogió el tubo de las manos de Clare y miró dentro.
– Mmm, maravilloso. Lo había olvidado. Si Louis no hubiera tenido la desgracia de nacer conde habría sido un ingeniero de primera clase.
Todos se echaron a reír. Con la risa era fácil no preocuparse de lo que podría traer el futuro.

Arcoiris roto [Ziam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora