Capítulo 4

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Agradezco las sobras de carne de ayer que me brindaron para el desayuno de hoy. Me sentí culpable de ver cómo las mismas niñas de ayer me sirvieron el desayuno, ellas también tenían hambre, pero ellas sí cenaron anoche, mientras que yo solo me mantuve con tres bollos de queso en todo el día.

Así son las cosas en la casa hogar; te portas mal, recibes castigo y te quedas sin alimentos. Le funciona muy bien a Esther para darle alimento y prioridad a los niños más pequeños. Entendería si fuera algo equitativo entre ellos, pero siempre excluyen a estas dos niñas. No es justo. Nada lo es.

Y de nuevo, no puedo hacer nada.

Miro sobre mi hombro, ambas pequeñas vienen tomadas de la mano y con la mirada en el suelo. El hiyab les oculta su largo y hermoso cabello negro, pero no evita las malas miradas que la gente les da. Las personas de aquí, en su mayoría son de tez morena claro, prácticamente también son gente de color y son personas sumamente religiosas, no entiendo el porqué de su actuar con personas como ellas.

Las miradas que yo me gano no son por mi color de piel, son por el revuelo que causé el día de ayer. Apenas fue ayer y lo siento como si fuese un recuerdo lejano.

El mercado se encuentra igual; concurrido, lleno de ruido y colores cegadores de las lonas que nos cubren del sol. Trato de mantener mis manos quietas cumpliendo con mis tareas, las mismas que no cumplí ayer.

Yo elijo la fruta y verduras, pago y la voy metiendo en las bolsas que cargan las niñas. No se me despegan ni un segundo, pero se distraen constantemente cuando pasamos por puestos de comida.

Sus ojos brillantes no pierden la ilusión a pesar de toda la explotación a la que se les somete. ¿Ilusión o hambre, o ambas?

Sé lo que se siente pasar por hambre, los dolores y las lágrimas, la fatiga y mareos, los desmayos son horribles. Y por eso mismo le doy una monea a cada una para que se compren un trozo de pan, aunque se descomplete para la compra, no importa. Aceptaré quedarme sin comer, total, ya estoy acostumbrada a manejar los mareos y ellas trabajan más que yo.

Mientras el vendedor las despacha, yo aprovecho para tomar otras tres piezas y guardarlas en las bolsas que les quité. La demás compra los esconde bien, las niñas regresan e intentan quitármelas, pero me niego para que puedan comer. Mientras avanzamos de regreso a la casa, me topo de frente con Roque, el menor de los hermanos Bagdad, acompañado de su hermano Máximo.

Este último pasa por mi lado y me empuja con el hombro con intensión. Un ladrón resentido porque me atreví a robarle. Idiota.

Roque en cambio, me reprocha algo con la mirada. Intercambia miradas entre las bolsas que cargo y yo, dándome a entender que me vio robarle al señor. En cuanto entiendo, se apresura a negar con la cabeza y a pasar por mi lado dejando ahora un rastro en el aire color azul.

Ayer fue verde y hoy es azul. ¿Cuál es su problema?

Lo ignoro y reanudo mi camino de regreso a la casa.

A un par de cuadras antes de llegar, las hago detenerse bajo la sombra de un árbol y les entrego dos panes de los que hurté. Con un asentimiento de cabeza me agradecen y se apresuran a devorar el alimento.

—¿Cómo se llaman? —rompo el silencio.

—Yo soy Ada, y ella es mi hermana Eda —responde una de ellas, la que tiene el cabello más largo.

—Soy Jade —respondo mientras me siento quedando frente a las dos.

—Eso ya lo sabemos —Ada termina de comer y se centra en mí, con lo que veo intenciones de continuar la conversación. —¿Cuántos años tienes?

Countdown: 12 amDonde viven las historias. Descúbrelo ahora