Capítulo 5

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Despierto a mitad de la noche. El dolor en mi espalda es insoportable y se hace compañía con el dolor de estómago a causa del hambre. Luego del violento castigo de Esther, el Camello me llevó al cuarto de baño y me metió en la tina con todo y ropa. El choque de agua fría con mi piel fue un maldito alivio; el sol, los azotes, la sangre, la suciedad; todo se lo llevó el agua helada.

Mi último recuerdo es en la tina. No sé cómo llegué a la cama y desconozco quién me puso el pijama, pero eso es lo de menos.

Me han exiliado, otra vez.

Debajo de la cama, y cuidando de no despertar a nadie, recojo un pantalón holgado y la misma sudadera roja de siempre, ubico mis tenis, me cambio rápido y salgo de la casa a hurtadillas.

Pasar por el comedor no es una opción; ahí duermen Ada y Eda, sin mencionar que al otro extremo está el corredor que lleva a la habitación de los varones y otro más lleva al de las brujas.

Termino usando vía de escape de siempre: el tejado. Al fondo del corredor hay una puerta, esta conduce a una pequeña sala que conecta con los otros dos ya mencionados. Estas tres puertas dan de frente a una puerta improvisada con un trozo de lámina con alambre. El baño.

Esta cruje cuando la deslizo y me adentro al pequeño cubículo. Una pequeña tabla de madera sirve de base para evitar que la "puerta" se caiga cuando la mueven, y también sirve para ayudarme a escapar. La tabla la coloco en horizontal sobre el retrete, me subo en él y quito la lámina que sirve de techo.

De un salto logro llegar e impulsarme hasta quedar sobre el techo. Aún están las piedras que traje la última vez, y son las que uso a la hora de acomodar la lámina en su lugar y ponérselas encima en cada extremo.

En este lugar abundan animales callejeros, así que el ruido que provoco a la hora de moverme hasta llegar de nuevo al suelo no sorprende o asusta a nadie, es normal que ellos anden por los tejados. Más los gatos.

Me gusta mucho salir de noche. Las calles siempre están vacías y poco iluminadas. Lejos de darme miedo, es una sensación agradable, tranquila. No hay un mar de colores acompañando a las personas, en la oscuridad de la noche no me duelen los ojos ni la cabeza por la intensidad que tienen algunos. El silencio y soledad son la paz que me reconforta.

Tomo el camino que me sé de memoria al ser recorrido todas las noches, el sendero que me llevará al único lugar donde en ocasiones puedo sentirme segura.

El que no me de miedo no quiere decir que no sea peligroso, por lo que acelero el paso hasta ir casi trotando. Voy a la velocidad que mi cuerpo me permite, pero por fin luego de varios minutos logro llegar.

La casita abandonada que ocupo para ocultarme y huir cuando me persiguen, cuando necesito mi espacio, es muy vieja y polvosa y está comenzando a deteriorarse. Hay una leyenda sobre esta casa sobre una princesa.

Mi mente divaga en la persona que me contó esa historia. Roque Bagdad.

(...)

Busco en el suelo una más grande, ya que al parecer las otras tres no fueron suficientes. Encuentro una de un tamaño aceptable; lo suficiente para hacer ruido y no romper la ventana en el intento.

La lanzo y me veo buscando una quinta, y de paso una sexta. Mi espalda grita cada que me agacho a recoger más. No me he visto en el espejo, pero estoy segura que mi espalda es un asco, y en general toda mi apariencia.

Estoy por recoger más piedras cuando escucho la ventana abrirse y ver un cuerpo salir de ella. Todo en un silencio impresionante y dejando un rastro de color amarillo. Color de la adrenalina e impulsividad.

Countdown: 12 amDonde viven las historias. Descúbrelo ahora