Capítulo 8

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Me propuse levantarme de la cama y abandonar este lugar antes de las siete de la mañana, por lo que aún me quedaban cuatro horas para dormir. El problema fue que no concilié el sueño en las tres horas siguientes.

A las seis de la mañana me levanté sin hacer ruido, en un costal metí las pocas prendas que tenía y me dirigí al comedor. Ada y Eda ya no se encontraban ahí durmiendo ya que su día inicia a las cinco y media de la mañana. No tengo idea de dónde estarán ahora, pero no han de tardar en volver para hacer el desayuno porque el día de los demás iniciará pronto.

Me trepo a la encimera de la cocina y me apoyo en la alacena que hay arriba, de ellas me impulso para sacar volando una parte del techo que siempre ha estado suelta. Cuando recién llegué a este lugar mi primer castigo fue arreglarlo, pero yo lo vi como un buen escondite para guardar comida y venir a buscarla cuando tuviera hambre.

Mi yo de trece años hizo bien en solo acomodarlo para que no se viera dañado, porque desde hace un año se ha convertido en el escondite de todos mis tesoros, aquellos que hurté y que nunca nadie se enteró.

A partir de ahora me toca enfrentar el mundo completamente sola; ya no habrá una Esther que dé la cara por mí ante cualquier error, no tendré un amigo como Roque que me cuide o se preocupe por mí. Y no podría valerme sin mis propios ahorros. No me enorgullece la forma en que los conseguí, pero tampoco tuve otras opciones.

Guardo todo y no me molesto en volver a acomodar esa parte salida del techo. De un brinco me bajo de la encimera y paré en seco al ver a Eda observándome desde el umbral de la puerta. Solté un suspiro al notar que es la niña muda quien me había visto y no la otra parlanchina.

A pesar de ser gemelas, son muy diferentes. Yo supe que lo eran hasta ese día cuando les presté atención y pude notar sus rasgos parecidos, pero tienes que mirarlas dos o tres veces para darte cuenta.

De mi costal saqué unas cuantas joyas de plata, dos anillos de oro y treinta Dírham, se los entregué y ella dudosa los aceptó. Yo tengo suficiente para sostenerme por algunos meses, y si soy inteligente, podría sacar más de lo que sea que me obligarán a hacer. Ellas no serán adoptadas, el mundo es muy racista y su futuro pinta a ser más aterrador que el mío. Yo solo espero que permanezcan juntas y logren escapar de este infierno.

—Cuídense mucho. —Aprieto su hombro en señal de despedida. —Sean valientes. Sean fuertes.

Dírham: moneda árabe.


(...)

Llega el momento en el que me veo obligada a sostenerme de una pared cuando mi visión se nubla completamente. La cabeza me pesa y mis piernas se niegan a dar un paso más. El hambre ha dejado de sentirse para dar paso a las náuseas que me provocan el no comer, tengo sueño y creo que tengo fiebre, no he tenido cabeza para revisar las heridas de mi espalda, pero cada movimiento que hago me recuerda que siguen ahí, vivas y ardientes ante el contacto con la sudadera de Roque.

He andado solo cuatro cuadras de un camino de máximo cuarenta minutos. A este paso todos terminaremos muertos.

En la madrugada no vi a El Camello ni a los otros dos niños, tampoco los vi hace unos minutos. Comienzo a creer que debí buscarlos y esperar a que ellos me llevaran con los dos hombres de ayer.

Pero ya no puedo perder más tiempo. Estoy a tan solo dos cuadras de la parada del camión, el que yo creo que me llevará a esa bodega alejada de todo. Dos cuadras más, y si tengo suerte, encontraré un asiento para descansar.

El cielo cada vez pinta tonos más claros, amenazando con la llegada del sol, dándome a entender que el tiempo se me viene encima junto con las consecuencias de no atenderme.

Countdown: 12 amDonde viven las historias. Descúbrelo ahora