Capítulo 11

9 5 0
                                    

Desperté desorientada, bañada en sudor y con un dolor... extrañamente soportable, lo suficiente como para moverme. Abrir los ojos fue una tortura. Estaba acostada en un colchón y cubierta por una delgada sábana blanca, mi vestimenta tampoco la tenía puesta, en cambio, ahora portaba una camiseta blanca holgada y unos pantalones de pijama.

El frío ha desaparecido por completo, sintiendo ahora el calor. Lo normal para estar en abril.

Con esfuerzos, me siento en la cama y me pongo mis tenis que, para mi suerte, son lo único que no me han quitado.

Al explorar un poco en la habitación, noto las paredes lisas y de color blanco, un armario grande completamente vacío, una mesa de noche donde están mis pertenencias y una ventana abierta por la que corre el aire. Es una habitación vacía, sin más muebles o algún tipo de decoración.

Siento la garganta seca y el dolor en mi espalda ha disminuido notablemente.

A lo lejos, escucho una discusión algo subida de tono. Parece realmente una discusión, donde una mujer reclama, pero pareciera que ahora habla sola porque nadie le responde.

Me acerco a la única puerta y la abro lentamente. Me lleva a un pasillo que conecta otras cuatro puertas de madera, todas cerradas. El pasillo está oscuro, dejando ver al final una luz que alumbra lo que pareciera ser una encimera de cocina.

Al acercarme, mi pulso se acelera al escuchar otro idioma que, de igual manera, logro entender. A diferencia del otro, éste sí lo reconozco. Ella habla en español.

—¿Viste cómo llegó? No podemos soltarla, así como así —la mujer sigue hablando subida de tono. —¿Qué tal que la tenían secuestrada, o si su familia la maltrataba, o si la atacaron en la calle? ¿No querrías que alguien ayudara a tu hija si algo como eso le pasara?

—Precisamente es por mi hija que lo hago —la voz de un hombre me hizo detenerme, a medio pasillo, oculta de su vista. Su voz no sonaba nada amigable. —Tú misma viste que esa niña tiene muchas joyas, dinero que ni siquiera es válido en este país, ¿y si es una ladrona? ¿Y si va por ahí fingiendo que está necesitada para robarle a la gente?

—¡No seas ridículo, Javier! Tú mismo viste sus golpes, la manera tan deplorable en la que llegó. Esa niña necesita nuestra ayuda...

—Esa niña necesita ayuda profesional. Que vaya a un hospital, a la policía, ¡a donde quiera!, no pienso involucrar a mi familia con una desconocida. No sabemos nada de ella, y podría ser peligrosa.

La mujer no respondió. El silencio se alargó y mi curiosidad me ganó a la hora de asomarme. Frente a mí, una encimera y una cocina, y a mi lado derecho, un comedor con seis sillas de madera. El hombre yacía sentado en la cabecera de la mesa, con el cabello negro tiñéndose con algunas canas, una camisa azul y pantalones de mezclilla negros. La mujer parada a su izquierda, rubia y muy sonrojada, vestía una camiseta simple, parecida a la mía, pero de color lila. Su silla estaba ligeramente corrida hacia atrás, como si en su discusión se hubiese puesto bruscamente de pie.

Ambos emanaban un color rojo, pero el color de la mujer poco a poco fue siendo opacado por azul. Su coraje disminuyó para dar paso a la tristeza.

—Te recuerdo que yo soy una profesional, y antes de ser eso también fui una ladrona, una chica peligrosa y nada de eso te impidió acercarte a mí.

El hombre se puso de pie, relajando al instante su semblante serio e hizo ademán por acercarse, pero ella retrocedió tropezando un poco con la silla.

—Si es verdad que ella es todo lo que tú asumes, entonces con mayor razón deseo ayudarla —su voz se fue quebrando a medida que las palabras salían de su boca, pero no derramó ni una lágrima, —porque yo también hubiera querido que alguien me ayudara a mí.

Countdown: 12 amDonde viven las historias. Descúbrelo ahora