Emily.Un día, tan simple y repetitivo como todos, encontré un papel extraño en mi mesa de noche: una carta. Quizás estarás pensando en, que demonios tiene eso de malo o que cualquiera pudo haberlo dejado ahí, pero en mi caso era totalmente diferente.
Nunca me he considerado una chica sociable. Vivo en un pueblo no muy conocido a las afueras de la ciudad donde las personas tampoco socializan mucho.
No hay ruido, ni noticias y las pocas personas que pasan por la calle siempre van cabizbajos y visten ropa gris o colores apagados.
Llegue aca luego de un encuentro extraño en un supermercado. Una chica de 30 años llegó hacia mí y me convenció de trabajar en un ancianato fuera del pueblo.
Necesitaba el dinero, así que acepte.No me costó mucho mudarme. Ya me había separado de mi familia mucho tiempo atrás. Quería buscar posibilidades para mejorar mi entorno, y sin duda esta decisión fue maravillosa.
He pasado la mayoría de mis años en este lugar y, en cambio de los otros, no he tenido ningún tipo de problema. De hecho, creo que la imagen que tiene la sociedad de los ancianatos, es muy diferente a la realidad. Si las personas viesen lo hermoso que es tratar con ellos, los visitarían cada vez más seguido.
Con una sola mirada de su parte son capaces de llenarte el corazón.
Por años, me han enseñado y regalado pequeñas cosas con las que he estado realmente agradecida; como joyería o algunas obras literarias. Que la mayoría eran de religión, poesías o alguna historia romántica; los amaba. Sentía que había obtenido una mejor oportunidad, que todo lo que había sufrido había valido la pena.
Fruncí el ceño enfocándome nuevamente en la pequeña hoja de papel, manteniendo unos metros de distancia. Nunca dejó la puerta abierta, ni las ventanas. No pudo haber sido un invasor, ¿o sí? No, tendría que haber otra explicación.
—¡Buenas! —exclama Lana, mi compañera de casa y trabajo, la única chica menor que he visto en todos los años que he estado aquí. Ya me he acostumbrado a sus exclamaciones repentinas, no sé como le hace pero siempre está de buen humor.
Además de tener baja estatura, tiene un cuerpo increíble, una linda tez blanca –pero no llegando a pálido– y cabello castaño, igual que sus ojos. Siendo todo lo contrario a mi.
Soy más reservada, increíblemente alta y no tengo un cuerpo envidiable. Lo único envidiable es mi tez morena. La mayoría de las personas en este lugar son demasiado pálidas. Podría ser por la falta de sol, ya que por alguna razón el sol no pega tan fuerte en este lado olvidado de la cuidad. O simplemente por su genética.
—Hola ¿tú... dejaste esto aquí? —pregunto directamente.
—No, pero deberías apurarte, estamos llegando tarde, sabes como se pone Henna.
Me da una última sonrisa y se retira dando saltitos hacía la cocina. Hecho un último vistazo a la hoja de papel y luego de dudar unos segundos, sigo a Lana.
Será mejor revisarla más tarde.
El camino al ancianato lo he recorrido tantas veces que ya se me hace corto. Entro en el pequeño comedor donde todos nuestros abuelos se encuentran merendando, la mayoría me saludan y los otros... probablemente no se acuerden de mí, aún. Sin embargo, me dedican una mirada de ternura.
Cuando culminan los guio a todos al parque donde interactúan entre sí y montan juegos de mesa, a los que también me uno de vez en cuando.
Al principio trabajar en un lugar como estos no me apetecía mucho, principalmente porque creía que era un lugar tan aburrido que te podrías dormir en cualquier lugar y aún así nadie se daría cuenta. Pero todo eso cambió cuando vi la energía en cada uno de sus rostros. Eran como almas jóvenes -aunque algunas no tan jovenes- en cuerpos desgastados. Amaba estar aquí.
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¿QUIÉN ES -A? (EN PROCESO)
Teen FictionEmily, una chica olvidada en un pueblo olvidado. O eso es lo que piensa. Porque cuando menos lo espere, cosas misteriosas pasarán por delante de sus ojos, haciéndola dudar mucho de su estado mental. Al menos hasta la llegada de unos chicos nuevos...