IV - Sonrisas Fingidas

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Encerrada.

Así describiría mis días luego de la partida de Lana.

No podía concentrarme.

No podía dormir.

No podía hacer nada.

Totalmente encerrada en mi mente.

Una mente cansada y agotada.

Lana había dejado un vacío no solo en mi casa y corazón, si no también en mi mente. No podía recordar lo ultimo que había pasado en estos días, todos me parecían exactamente igual. No la culpaba. Sabía que debía seguir adelante, pero tambien sabía que eso tomaría tiempo para acostumbrarme.

Las personas somos de rutina, nos acostumbramos y vamos ignorando cada vez más los detalles porque pensamos que todos van a ser igual a los del día siguiente. Y cuando nuestro mundo cambia tan brutalmente, nos cuesta demasiado.

Nos cuesta demasiado aceptar que todo ha cambiado, que ya no habrán esos detalles que tanto ignorabamos, nos cuesta acostumbrarnos a los cambios que nos sacan de nuestra zona de confort.

Y es así que, uno sí sabe lo que tiene pero nunca piensa que lo va a perder.

Un revoloteo y ramas sacudiendose, me sacan rápidamente de mis pensamientos, dando paso a un montón de preguntas.

Estaba parada en lo que parecía ser la entrada del bosque. El camino de tierra que se pierde entre árboles y oscuridad me lo confirman.

Lo último que recordaba era haber salido a botar la basura, nada más. ¿Qué le costaba a mi mente enviar mensajes para entrar otra vez?

Era ridículo, no entendía como mis pies podrían arrastrarse libremente y elegir hacia donde ir cuando mi mente estaba en otro lado. ¿impulsos? ¿Improvisación? Todo estaba tan... desincronizado.

Ya era la segunda vez que me pasaba en esta semana. Al menos, la primera vez no había llegado a salir de la casa. Si esto seguía de esta forma terminaría en la cuidad o probablemente muerta. Aunque ese ya era otro nivel de suposiciones. Un poco dramático y paranoico.

Un dolor punzante en mi pie me hizo poner una mueca y darme cuenta de mi vestimenta. Iba con mis zapatillas de tela, short y una camisa de tirantes. Maldeci cuando una brisa intensa chocó fuertemente contra mi cuerpo, pero en vez de causar frío, un cosquilleo se arrastró por mi frente y mis sienes. 

Esto era extraño.

Pase mi mano asegurandome de que mis sospechas fuesen ciertas encontrándome con ligeras gotas de sudor.

Estaba sudando como un mono en un sauna. En invierno, y de noche. Era imposible.

Antes de poder pensar en la sed en mi garganta, una piedrecilla se estrelló contra mi pie y palideci cuando una figura humana apareció a dos metros de mí.

Era alta y por la poca luz que llegaba desde el pueblo pude ver su cabello ondearse con el aire. No era muy largo, por poco casi le pasa las orejas. Su cara delgada, igual que sus largo dedos, su torso desnudo –algo flaco– y unos pantalones desgastados cubrían sus piernas.

¿QUIÉN ES -A? (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora