Era invierno cuando su tío murió.
A su casa llegó un mensajero con una carta, y en su brazo estaba atado un lazo negro. Su madre lo miró cuando terminó de leer la carta que, con mucha urgencia, debía de ser leída. Draco aún recordaba el rostro de su madre, tan apenada por la muerte del hermano de su difunto marido, pero a la vez tan feliz por la noticia.
Recordaba perfectamente cómo había sido. Era de noche cuando aporrearon las pesadas puertas de su mansión. Los mayordomos abrieron y rápidamente corrieron para llamar a la señora de la casa. Draco se encontraba aturdido y desconcertado, tan confundido que le preguntó a uno de los sirvientes por qué había tanto escándalo y dónde estaba su madre.
Pero el mayordomo no le contestó, vio más importante correr hacia la cocina e informar a los demás sirvientes de la jugosa noticia que Draco aún no conocía.
Bajó las frías, largas y elegantes escaleras de mármol descalzo. Los pequeños pies de Draco ni siquiera hacían ruido, eran tan silenciosos y cuidadosos que nadie lo oyó llegar. Su camisón blanco arrastraba y la delicada tela no llegó a ensuciarse por la limpieza impoluta del suelo y la carísima alfombra.
Había dos hombres junto a su madre; el mayordomo más viejo de la casa y el mensajero que seguía con el lazo negro atado en el bíceps. El mensajero se había quitado el sombrero, se inclinó hacia su madre y le dijo algo al oído. Nunca supo qué le había dicho, pero su madre asintió frenética y bajó la cabeza de nuevo para seguir leyendo el pergamino.
Todos debieron notar el dulce olor de Draco antes que su madre, porque el alfa y el beta lo miraron. Draco dudó, y clavó sus pies en el suelo. Se quedó en el marco de la puerta, esperando ansioso alguna respuesta que aclarara todas las preguntas que deseaba soltar por la lengua para desenredar su mente.
Cuando su madre, también en camisón y con los rulos aún puestos en su largo y liso pelo, se giró hacia él, fue con una sonrisa en sus labios. La mujer se acercó a su único hijo omega y tomó el suave y fino rostro de Draco entre sus manos. Con sus pulgares acarició sus bonitas mejillas, y su mirada rebosante de cariño trajo a Draco de nuevo a su infancia.
Hacía mucho que su madre no lo tocaba de esa manera, que no lo arrullaba con cariño y amor. Su padre murió de fiebre hacía cuatro años, y desde ese entonces su madre no había vuelto a ser la misma. Seguía siendo cariñosa y era atenta a su único hijo, a su pequeño Draco. Pero la tristeza se había comido el rebosante verde de los ojos de su madre y sólo quedaban ojos nostálgicos.
"Mamá." Dijo Draco con su corazón latiendo fuertemente. Notaba su presión arterial por todo el cuerpo, desde las orejas hasta los dedos de los pies. El aire era denso, había una mezcla muy intensa de muchos olores y eso sólo lo ponía aún más inquieto.
Su madre le sonrió, y fue una sonrisa extraña. Parecía triste, pero orgullosa y sumamente feliz. Sus bonitos labios, esos que había heredado Draco, esos que habían dejado de curvarse en una sonrisa hacía muchos años, volvieron a sonreír.
Una de sus manos le acarició el pelo. A su madre le gustaba acariciar el sedoso cabello de Draco cuando era un cachorro, era del color de su padre pero tan liso como lo era el de su madre.
"Cariño." Murmuró su madre con voz frágil, emocionada. Respiró hondo pero temblorosamente. "Tu tío Guillermo ha muerto."
Draco no supo qué decir o cómo reaccionar. Hacía muchos años que no veía a su tío Guillermo, cuando el padre de Draco murió su tío fue incapaz de volver a viajar al pequeño castillo donde vivían su sobrino y su cuñada. Era rey, y los reyes no tenían mucho tiempo libre. Su madre le dijo eso todas las veces cuando Draco, de en aquel entonces catorce años, le preguntaba a su madre si su tío Guillermo volvería.
Guillermo nunca tuvo hijos. Su único hermano era el padre de Draco, lo que convertía al omega en el heredero.
Lo habían estado entrenando para esto toda su vida.
Su madre le volvió a acariciar la mejilla y le dio un beso en la frente. Seguía sonriendo.
"Serás reina, cariño mío." Le dijo su madre, como si Draco no fuera capaz de conectar los cables y descubrirlo por sí solo. Dejó la carta en las pequeñas manos de Draco. "De toda una región, Draco."
Su madre se fue para ordenar a los mayordomos que empaquetaran las cosas del castillo, que se mudarían a uno mucho más grande, a palacio. La mujer seguía en camisón y rulos, pero poco le importaba. Estaba feliz, estaba rebosante de orgullo, su cachorro sería reina y ella lo acompañaría en todo su trayecto. Vestirían satén y seda, portarían joyas de oro y plata y las habitaciones serían tan grandes como una casa entera.
Draco abrió la carta cuidadosamente con sus pequeños y finos dedos. Sus manos eran pequeñas y estaban muy cuidadas, desde niño había aprendido a tocar el piano y el laúd porque eran cosas de omega y los omegas debían cuidar mucho su apariencia.
De lo contrario, ningún alfa lo querría.
La carta estaba escrita en tinta y en cursiva, a plena vista Draco reconoció el sello real.
[...] ....Guillermo V ha fallecido...
...única familia y por ende único heredero... [...]Su nombre estaba escrito allí. Leyó toda la carta, desde la primera línea hasta la última. Su tío había muerto hacía cinco días y había sido enterrado hacía tres. Su garganta se hizo un nudo y su estómago se sintió pesado.
Ni siquiera se había podido despedir de su tío, hacía cuatro años que no lo veía y ahora estaba apunto de tomar su lugar como heredero al trono.
"Majestad." Draco se sobresaltó un poco, miró al mensajero que también lo estaba mirando. El alfa era mucho más alto que él, pero cualquiera podría ser más alto que Draco.
Le estaba hablando a él, y utilizaba ese título que sentía demasiado grande para su pequeño cuerpo.
"Aún no soy reina." Le dijo Draco al mensajero, con torpe timidez.
"Pero lo será. Y me siento honrado de ser el primero en verle." Confesó, y acto seguido se inclinó con respeto. "Majestad."
Fue un día que jamás olvidaría. Las miradas de los sirvientes y mayordomos, la felicidad explosiva de su madre, el ruido de los muebles siendo arrastrados de un lugar a otro, las reverencias y el ruidos de los cascos de los caballos que estaban enganchados a los carruajes para transportar las cosas de su hogar a palacio.
Todo fue tan rápido como un parpadeo y le costó adaptarse al cambio. Era mucho peso para un omega de dieciocho años, pero Draco estaba decidido a adaptarse y a soportarlo todo él solo. Firmaría documentos, cambiaría el futuro de su pueblo y haría grandes cosas.
Quería marcar la vida de su gente, quería que lo recordaran como un buen monarca.
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Queen [harco]
FanfictionTras la muerte de su tío, Draco sube al trono a la dulce edad de los dieciocho años. Rodeado de alfas políticos que solo desean atarlo a un alfa para controlarlo aún más, Draco deberá de rebelarse no solo contra su familia, sino con todo palacio. C...