capítulo uno

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"¡Vamos, Dash!" Exclamó Draco riendo, y lanzó la pelota.

El gracioso perrito de agua corrió tras la pelota, pasando con tanta rapidez como una esponjosa bolita negra llena de energía. El omega sonrió y se agachó en cuclillas para llamar a su perrito chasqueando los dedos.

Él obedeció, tan impoluto y fresco como siempre. Corrió hacia su dueño y recibió gustoso los mimos que Draco le daba. Dash no solo era el precioso perro de agua de la reina, era el bebé de Draco. A cualquier lugar donde fuera la reina, iba Dash.

"Eres tan bonito, ¿verdad que sí?" Le preguntó el omega a su perro con cariño, rascándole detrás de las orejas con entusiasmo mientras que el perro jadeaba feliz. "Mi querido bebé."

"Majestad."

Draco miró hacia la puerta que había sido abierta por los mayordomos. Cargó a su perro en brazos y se encontró a su primer ministro, que venía caminando hacia él con espalda recta y ojos oscuros en calma.

Una sonrisa se curvó en los labios de la joven reina.

"¡Lord M!" Con felicidad, Draco se rio y corrió hacia su querido primer ministro aun con Dash en brazos.

El alfa sonrió satisfecho con el dulce olor que desprendía Draco. El omega era precioso, nunca podría cansarse de observarlo. Cada vestido que cubría su curvilíneo y pequeño cuerpo le hacía brillar como un pequeño sol, el sonido de esos taconcitos repiqueteando contra el mármol del suelo de palacio era algo a lo que se había acostumbrado a escuchar.

Draco era muy joven. Ninguno de los reyes de su alrededor tenía bien visto que alguien tan joven, y encima omega, gobernara toda una región. Pero el omega no sólo demostró ser un buen monarca, dejó a todos con la boca cerrada cuando demostró que no necesitaba a ningún alfa al lado.

"Madre mía, qué sorpresa verlo aquí." La sonrisa no se borraba de sus labios, sus ojos azules brillaban. "¡Creía que seguía cultivando petunias en su invernadero! Me había dejado aquí solo rodeado de todos estos hombres tan gruñones y serios."

"Resulta que decidí que ya era hora de volver." Le confesó el alfa, con las manos cruzadas atrás. Se inclinó hacia Draco. "Me alegro de volver a veros, majestad."

"Oh, Lord M." Suspiró el omega risueño. "¿Significa eso que ha vuelto a mí? ¡Esa es una gran noticia! ¿Hace cuánto que está aquí?"

"No mucho, en realidad. Ha sido un viaje bastante largo, apenas acabo de bajar del carruaje." Confesó el alfa, su instinto se revolcaba gustoso ante la ilusión de Draco. "Lamento haberos hecho sentir abandonado. Pero sabéis mejor que nadie que a veces necesito mis... momentos."

"Querrá descansar, imagino." Draco le sonrió con comprensión. "Estoy tan feliz de verle de nuevo."

Lord Melbourne miró detenidamente a Draco. Los labios del omega siempre habían sido rosados y risueños, solía ser callado delante de muchos pero en confianza nunca paraba de hablar. Cuando salían a montar a caballo juntos, Draco se dedicaba a cantar y a hablar sobre las cosas que había estado haciendo mientras que Lord M lo escuchaba atentamente y se deleitaba con su voz.

Sus ojos no eran muy diferentes a sus labios, eran azules y grandes, con aspecto tímido. Los ojos del omega eran una preciosidad, muchos pintores se sentían honrados con retratar a la reina porque unos ojos así no eran comunes. Eran honestos y claros, tan azules que podías verte reflejados en ellos. Y eran transparentes, con una mirada significativa podías ver cualquier sentimiento que estaba conteniendo.

Sus mejillas, regordetas; su barbilla, afilada; su nariz, pequeña y chata, como un pequeño y adorable botón. La piel de Draco parecía brillar, Lord M nunca supo si era porque la juventud florecía en su piel o por su fertilidad.

Queen [harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora