capítulo cuatro

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Minerva jadeó horrorizada cuando vio a la reina, quien se suponía que debía de estar guardando un riguroso reposo, fuera de la cama. Draco no solo estaba fuera de la cama, estaba andando y parecía muy dispuesto a retomar la actividad física.

"¡Majestad! Exclamó la sirvienta, y Draco se quedó paralizado porque había sido atrapado en pleno acto de rebeldía. "Si necesitabais algo deberíais haberme llamado, no podéis salir de la cama."

"Me temo que si paso dos minutos más ahí, me quedaré tan rígido como una estatua de piedra." Se quejó el omega, y resopló mientras se llevaba una mano a la espalda.

Minerva dejó las sábanas que estaban planchas y dobladas para socorrer a la reina. Draco protestó, y le aseguró que estaba perfectamente. Todos allí lo trataban como si estuviera a punto de romperse en mil pedazos, como si fuera un frágil cristal que debía de ser acariciado con terciopelo o de lo contrario se arañaría.

Habían pasado cuatro días desde que el médico le había aconsejado (casi ordenado) muy seriamente que guardara reposo. Los omegas no podían soportar tanto estrés, sus sistemas no estaban preparados para situaciones de suma presión y probablemente por esa razón muy pocos omegas habían podido hacer historia sobre un trono.

"Id a la cama, majestad." Minerva insistió.

"Estoy bien." Draco intentó escapar de las gentiles manos de su sirvienta, quien insistía en volver a meterlo en el ridículamente grande colchón de su cama para más descanso. Se rio con incredulidad sin poder evitarlo, porque aquella situación le parecía absurda. "Minerva, estoy bien, de verdad."

"¿Qué está pasando aquí?" La Baronesa Lena entró en la habitación para sumarse al escándalo, y abrió los ojos con horror al ver al omega fuera de la cama. "¡Oh, majestad! ¡Pero qué hacéis levantado, debéis de guardar reposo!"

"Oh, no sea ridícula, Lena." Resopló el omega. "Se me estaban acalambrando las piernas de tanto reposo. Quiero dar un paseo."

"El médico dejó muy claro cuál es vuestro estado." La Baronesa parecía muy seria, tan seria que la pequeña sonrisa de Draco vaciló. Ella era como una madre exigente, demasiado estricta para su gusto. "Os lo ruego, majestad, guardad reposo."

"Pero estoy bien." Repitió el omega. "No me pasa nada."

"Con todo el debido respeto..."

"Dudo que vaya a decirme algo respetuoso." Admitió Draco, y la mujer se quedó callada. "Así que si va a renegar mi opinión y va a compartir su punto de vista, prefiero que lo haga directamente."

Ella parpadeó, impresionada por lo cortante que había sido Draco. La reina siempre había sido agradable y encantadora, solía volverse hostil cuando se sentía amenazado, juzgado o estaba cerca su celo.

"Majestad..."

"Me gustaría hablar con Lord Melbourne." Le dijo Draco. Minerva y la Baronesa se quedaron calladas, asombradas, y se miraron entre ellas. "¿Está en palacio?"

"Sí, majestad." Asintió Minerva.

"Esa es una noticia maravillosa." Miró a Lena. "Baronesa, ¿podría ir a llamar a Lord Melbourne? Me temo que debo de cambiarme para estar presentable."

Lena miró a Draco, que vestía un largo camisón blanco, y el omega se veía aún más pequeño y frágil así. Pero la reina no era un pequeño animal asustado y frágil, era todo lo contrario. Su apariencia y sus ojos podían llegar a engañar bastante. Draco podía volverse una fiera si así se lo proponía, no sería la primera vez en ser testigo de ese cambio tan drástico en su ilustrísima majestad.

El omega había estado pasando unos cuatro largos días en cama, y hasta la propia Lena se había sorprendido de eso. Draco era alguien inquieto, nervioso, que no podía estar sentado en un mismo sitio por mucho tiempo. Desde que era un cachorro lo había sido, cuando Lena lo llevaba a pasear por los pequeños jardines que tenía la antigua mansión en la que vivían antes de que Draco subiera al trono y el peso de la corona reposara sobre su cabeza. El cachorro corría, brincaba y trepaba por el primer arbusto que cruzaba su campo de visión.

Queen [harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora