Tratados, ligas y federaciones

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Los instrumentos que garantizan la paz en el mundo real son los tratados de paz y los estatutos de las ligas.

Inutilidad de los tratados de paz. Un tratado de paz es en esencia un reconocimiento de que, dada la situación presente, no tiene sentido luchar. El tratado no se funda en el derecho, sino en la fuerza y no va a durar más de lo que dure el equilibrio de fuerzas que llevó a firmarlo en primer momento. Si el vencedor se ha vuelto más poderoso desde el fin de la guerra, puede decidir ampliar sus dominios mediante una nueva guerra seguida de la firma de un nuevo tratado de paz. Como los continuos tratados de paz que se la pasa firmando Israel. Si, por el contrario, es el derrotado el que ha mejorado su poder militar, puede intentar recuperar sus territorios invadidos, como en la guerra de Malvinas de 1982. O bien el vencedor puede alarmarse al ver que el vencido está mejorando sus fuerzas, razonando que muy probablemente intente recuperar sus territorios invadidos y lance una "guerra paranoica" para impedirlo: como es el caso de la actual guerra de Ucrania.

Los estatutos existen únicamente en el marco de la formación de una liga. Y conviene estudiarlos en detalle, porque son el único medio en toda la Historia de la Humanidad que ha demostrado su poder de impedir las guerras.

Una liga es una asociación voluntaria de estados con el propósito principal de la defensa. Los estatutos de la liga establecen el grado de compromiso de cada miembro con la defensa común, prohíben las guerras internas o, por lo menos, establecen la obligación de intentar un arbitraje antes de declarar la guerra y con frecuencia establecen la forma de gobierno que deben tener todos los integrantes. La liga tiene dos formas de imponer estas normas por la fuerza: la expulsión o la amenaza de expulsión y la intervención militar para derrocar a un gobierno.

El éxito de las ligas para mantener la paz entre sus miembros ha llevado al proyecto pacifista de crear una liga universal para mantener la paz entre todos los estados de la Tierra. La completa inutilidad de estas ligas universales se debe a que (a) no tienen una verdadera razón de ser. El mundo no tiene enemigos comunes y, por lo tanto, no hay una necesidad de una defensa conjunta. (b) Los estatutos de una liga universal deben ser tan vagos, comprometer a sus miembros a tan poca cosa, que todo el mundo los firma y sigue con su vida como si nada. Lo único que tienen en común estas ligas universales con las ligas de verdad son sus defectos: la tendencia a meterse en lo que no les importa, la corrupción estructural de su burocracia, el reclutamiento de mercenarios, etcétera.

Las ligas tienden a transformarse en imperios. La potencia hegemónica se vuelve cada vez más autoritaria y termina tratando a sus aliados como súbditos. La tendencia humana a la soberbia, a que a los poderosos se le suban los humos a la cabeza, no es la única ni la principal razón de esto. Más importante es que la liga invierte en proyectos que presuponen la permanencia de los aliados en la liga. Una liga que no compromete más que a declararle la guerra juntos a cualquiera que ataque a uno de sus miembros, por lo general puede ser abandonada pacíficamente sin mucha resistencia. Pero cuando una liga tiene un ejército común, construye fortificaciones, comparte inteligencia, hace obras públicas, el abandono de uno de sus miembros ya no es tan simple. Una fortificación, por ejemplo, puede volverse totalmente inútil si las fronteras de la liga se modifican.

La liga eventualmente se ve forzada a prohibirle a sus miembros abandonarla. Y entonces puede convertirse en una de dos cosas: o un imperio o una federación. Dado que ninguna liga permanece de modo indefinido como tal, lo más conveniente es ponerla en el camino a que se convierta en una federación y no en un imperio. Todo proyecto de crear un parlamento, de votar representantes comunes, de redactar una constitución común, debe ser apoyado. Todo "programa" al que se destinen fondos de la liga sin otro control real que el del hegemón, todo remplazo compulsivo de los símbolos nacionales por los de la liga, toda clase de "tribunales" que apliquen una ley que no fue votada por los estados miembros, debe ser rechazada como una forma de ocupación extranjera. Y en esto es muy importante prevenirse de los sofismas que ven sólo dos posiciones políticas: o estás a favor de la liga, o sos un separatista. Esto es falso. No toda integración es igual. Por lo tanto, uno puede, y debe, oponerse a unas formas de unión sin que ello implique rechazar otras.

Las ligas se forman en principio para defenderse de un enemigo externo. Su constitución es en principio democrática; pero es necesario que una potencia asuma el rol directivo, para mantener la unidad de propósito y una estrategia coherente. Esa potencia se llamaba en griego "hegemón". Ahora bien; aunque el hegemón comienza siendo solo un "primus inter pares", un primero entre iguales, al correr los años se empieza a diferenciar del resto de los integrantes de la liga. El hegemón concentra la mayor parte del poder militar, mientras que el resto de los integrantes se limitan a financiarlo económicamente. En contra de lo que uno esperaría por sentido común, no es el hegemón, sino los aliados, los que impulsan estos cambios. Desaparecida o disminuida la amenaza inicial por causa de la cual se formó la liga, los aliados empiezan a quejarse del excesivo rigor marcial que exige el hegemón y se plantean la posibilidad de abandonar la liga. El hegemón les responde entonces: "Okey: aporten menos hombres o no aporten hombres en absoluto a la liga, pero colaboren con dinero en cambio". La mayoría acepta el trueque. Además, esto tiene un beneficio extra, porque el ejército de la liga se vuelve homogéneo culturalmente y tiene una línea de mando más clara. Los ejércitos de coalición son más débiles que los integrados en su totalidad por compatriotas, porque, como bien dijo Sir John Glubb, "un puño no es solo una suma de dedos". El problema es que, cuando el hegemón se empieza a volver despótico y tratar a sus aliados como súbditos, esas políticas de cambiar soldados por dinero han tanto empobrecido como debilitado militarmente a los aliados. Finalmente el hegemón le prohíbe a los aliados abandonar la liga, la cual se convierte en un imperio en todo salvo en el nombre.

Si las ligas tienen a convertirse en imperios, las federaciones tienden al feudalismo. Un feudo se forma cuando los lazos que unen a una federación se debilitan y no hay realmente un vínculo que una a las poblaciones, sino una mera alianza entre burócratas extraordinariamente corruptos que se forma al margen de toda institución legal.

Impedir que una provincia se transforme en un feudo es una cuestión de elecciones democráticas, programas sociales y respeto a la autonomía territorial ...Las provincias no tienen que tener nada de eso.

Las elecciones provinciales sirven para entronizar dinastías de reyezuelos que se suceden entre sí sin una verdadera oposición. Tendemos a asociar las lecciones con la democracia, pero las elecciones se pueden pervertir y convertir en un instrumento en contra de la democracia. Los programas sociales destinan enormes cantidades de fondos de la federación a causas vagas, mal definidas y, por lo tanto, en las que es imposible verificar si los objetivos se han cumplido. O sea: le giran dinero al gobierno provincial sin que este deba rendir cuentas de para qué lo usó realmente. Y las fuerzas de defensa provinciales terminan convirtiéndose en ejércitos privados.

Aunque todos los estados modernos se basan en mayor o menor medida en la república romana, nadie ha imitado que yo tenga noticias una de sus mejores leyes: el poder ejecutivo de la república estaba ejercido por dos cónsules, cuyo mandato duraba sólo un año. Cuando terminaba su mandato, cada uno era nombrado gobernador de una de las 10 provincias en que se dividía la península, cargo que ejercería por 10 años, también en colaboración con otro gobernador. Con esa ley mataron de un solo tiro dos cánceres crónicos de toda república moderna: los gobernadores provinciales y los ex presidentes.

Como el imperialismo y el feudalismo son dos males en cierto sentido opuestos, en distintos momentos se deben defender políticas opuestas para evitarlos. Por ejemplo, en una liga nada debe rechazarse de modo más enérgico que la creación de un ejército común. Pero, una vez que la liga se ha transformado en una federación, los ejércitos particulares solo deben ser aceptados como una medida desesperada. Esto, lamentablemente, es demasiado sutil para la mayoría. 

Algunas reflexiones acerca de la guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora